Vie 05.05.2006
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CINE › “MISION IMPOSIBLE III”, DE J. J. ABRAMS, CON TOM CRUISE

Una inyección de adrenalina

La nueva entrega de la saga funciona como un perfecto motor... a toda velocidad. Y con escenas de acción perfectamente armadas.

› Por Horacio Bernades

“Ahora te voy a meter una inyección de adrenalina”, le dice el agente Ethan Hunt a una compañera moribunda, y ahí nomás le clava tremenda aguja en el pecho. La tercera entrega cinematográfica de Misión: Imposible es esa aguja, clavada sobre el plexo del espectador. Puede ser que la aplicación demore un tanto en llegar, y que antes de eso la película se entretenga demasiado en un intento de humanizar al héroe que de antemano está condenado al fracaso. Puede ser también que no haya en M:I 3 un solo personaje que sea algo más que una mera función del relato. Puede ser que a los cinco segundos de terminada la proyección, el efecto pum para adelante se autodestruya y evapore, como los informes que sus superiores le pasan a Ethan Hunt. Pero una vez que la película dirigida por J. J. Abrams inyecta sobre el espectador sus inagotables reservas de adrenalina, la montaña rusa no para más. Y eso, una montaña rusa, es lo que toda buena película de acción debe ser.

¿Importa algo la misión en sí? ¿Cambia mucho que quien traicione a Ethan sea uno u otro de sus superiores? ¿Serían intercambiables el villano que incorpora el gran Philip Seymour Hoffamn, los motivos del héroe o sus acompañantes ocasionales? ¿Es la tercera parte igual, mejor o ligeramente inferior a las anteriores? Es muy posible que las respuestas sean NO-NOSI-SI-SI-NO SE, y sin embargo nada de eso afecta a una película jugada a la pura acción y plenamente triunfante en ese terreno. El comienzo de M:I 3 encuentra a Tom Cruise en plena fiesta de compromiso con su novia Julie (la debutante Michelle Monaghan, muy parecida a Katie Holmes, nueva pareja de la estrella de la gran dentadura), haciéndose pasar por empleado de una compañía de transportes e intentando disimular su condición de agente secreto. De allí en más, su inminente casamiento (celebrado finalmente en ¡el hospital donde la chica trabaja!) y el amor marital funcionan como tópicos, resortes narrativos o ripios lisos y llanos, llevándose mal con la presión hormonal que preside la película. Presión que terminará liberándose cuando la testosterona y adrenalina tengan todo el terreno libre.

Retenido durante más o menos una hora, el chorro adrenalínico se suelta del todo en la que es, sin duda, la escena crucial de la película, la del puente de la bahía de Cheasapeake, que no tiene nada que envidiarle a la famosa carrera en tren bala del final de M:I 1, o la batalla de la moto en M:I 2. Pasa de todo en esa escena, incluyendo un doble ataque aéreo con avión a chorro y helicóptero, lluvia de misilazos cruzados, explosiones y autos que vuelan por el aire. No se trataría de otra cosa que el ABC de cualquier subproducto de acción si no fuera porque, a diferencia de lo que ocurre en nueve de cada diez de esos productos, la nítida planificación y montaje le permiten al espectador “leer” perfectamente cada plano y entender todo lo que pasa. Pero además lo notable, lo que la pone a contramano del modo en que esta clase de escenas suelen funcionar en el género, es la manera en que la acción se desata, de manera brutal e inesperada, con una explosión en medio de un diálogo. Allí, la acción deja de ser rutina y se convierte en lo que debería ser: una violenta, inesperada interrupción de la normalidad.

Esa manera de tratar la acción no es extraña para J. J. Abrams, que debuta en cine pero viene bien fogueado por dos series, Alias y Lost, en las cuales fungió como director y guionista. Si en la primera de ellas Abrams había demostrado la infrecuente fluidez visual con que es capaz de manejar la hiperkinesis narrativa, en la segunda ya había probado ese efecto “bomba por sorpresa”, que allí se extendía también al modo en que iba develando personajes y subtramas. Más contenido aquí en el manejo de enrevesadas rutas narrativas, la forma en que Abrams es capaz de manipular el relato se revela en el comienzo mismo de M:I 3, cuando abre la película con el momento culminante y lo deja en suspenso hasta casi dos horas más tarde. Con una cámara nerviosa pero jamás histérica, un montaje virtuoso y encuadres precisos y legibles, M:I 3 logra ser un chorro de pura acción física, a la vez que adelgaza casi hasta lo inexistente trama, personajes y peso de los secundarios.

¿Que aparte de la acción no hay nada, que es pobre el desarrollo dramático, que el tema matrimonial está metido por la ventana? Sí, sí, pero a no distraerse, que Tom Cruise se puso a pendular, colgado de una cuerda, entre dos rascacielos de Shanghai. O ahora que sus compañeros están haciendo una máscara de Seymour Hoffman a toda velocidad y contra reloj, para convertir al héroe en villano. O en el momento en que Hoffman le anuncia a Cruise –es lo primero que se oye en la película– que acaba de injertarle una bomba de tiempo en el cerebro. O cuando Hunt se acuerda de decirle “te amo” a su mujer, antes de pedirle una descarga eléctrica. “Moriré si no me matas”, le había dicho poco antes. A no distraerse, que el vértigo sigue y no se puede parar.



8-MISSION: IMPOSSIBLE III
EE.UU., 2006.
Dirección: J. J. Abrams.
Guión: Alex Kurtzman, Roberto Orci y J. J. Abrams.
Fotografía: Dan Mindel.
Intérpretes: Tom Cruise, Philip Seymour Hoffman, Ving Rhames, Laurence Fishburne, Michelle Monaghan, Jonathan Rhys Meyers, Maggie Q y Billy Crudup.

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