Sáb 26.05.2012
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CINE › HOY SE VERAN LAS ULTIMAS DOS PELICULAS DE LA COMPETENCIA OFICIAL DEL FESTIVAL

Un tono crepuscular en la Croisette

El estreno de Cosmopolis, de David Cronenberg, provocó histeria de las fans del protagonista, Robert “Crepúsculo” Pattinson. También se exhibieron Post tenebras lux, de Carlos Reygadas; In Another Country, de Hong Sang-soo, y Like Someone In Love, de Abbas Kiarostami.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Recta final para la edición del 65º aniversario del Festival de Cannes. Mañana se entregarán los premios y todavía quedan por proyectarse hoy las últimas dos películas de la competencia oficial, Do-nui mat, del coreano Im Sang-soo, y Mud, del estadounidense Jeff Nichols. Pero se diría que la jornada de ayer fue casi la clausura, con la gala de Cosmopolis, la nueva película de David Cronenberg, protagonizada por Robert Pattinson, que provocó avalanchas entre los paparazzi y gritos y escenas de histeria entre las fans. De hecho, este Cannes terminó siendo muy “crepuscular”, no sólo por Pattinson, sino también por un par de vampiros más de la saga Twilight –Kristen Stewart, Tom Sturridge–, que adornaron On the Road, la versión de Walter Salles de la novela de Jack Kerouac. Como si el cine de ambiciones artísticas necesitara convocar a esas estrellas del firmamento adolescente para abrir las arcas no sólo de los estudios, sino también las puertas de los mercados.

Versión de la novela homónima de Don DeLillo publicada hace una década, la Cosmopolis de Cronenberg es una pesadilla a la manera en que suele imaginarlas el gran autor canadiense, pero que claramente no está a la altura de Una historia violenta, por poner como ejemplo la última película con la que estuvo en Cannes, en el 2005. Y el problema es que si la novela de DeLillo se anticipó a su tiempo –previó no sólo la crisis financiera que hizo colapsar a la Bolsa de valores estadounidense, sino también las revueltas del movimiento Occupy Wall Street–, el film de Cronenberg, para ser una distopía, parece llegar un poco tarde, como si el futuro hubiera sido ayer.

La trama es bien simple: Eric Parker, un yuppie multimillonario (Pattinson, tanto o más pálido y ojeroso que en Crepúsculo), se sube a su limusina y le ordena a su chofer que atraviese toda Nueva York para ir a su peluquería predilecta. La dificultad, sin embargo, reside en sortear todos los obstáculos que se interponen en el camino: media ciudad está cortada por la llegada del presidente de los Estados Unidos, la otra mitad está en llamas por las violentas manifestaciones en su contra y, como si todo eso fuera poco, Nueva York también asiste al funeral masivo de un rapero... Con lo que, de hecho, el viaje se transforma en una suerte de odisea, en la que los dioses parecen descargar toda su furia. En el ínterin, diversos personajes –la esposa de Parker, un nerd de la informática, un gurú financiero– van subiendo y bajando de la sofisticada limusina, prácticamente el único escenario de todo el film, que tiene esa cualidad abstracta con la que Cronenberg hace de cada una de sus películas una experiencia onírica. Sin embargo, los farragosos diálogos que establece Parker con cada uno de sus interlocutores –acerca de las ciberfinanzas y de la relación íntima del dinero con la información– invitan a volver a la novela de DeLillo antes que a ser interpretados por un actor tan plano e intrascendente como Pattinson.

En una cuerda completamente diferente, el mexicano Carlos Reygadas se separó del resto de sus competidores del concurso oficial con Post tenebras lux, un film de una radicalidad absoluta, que le valió no pocos abucheos en la función de prensa. El director de Japón (2002) y Luz silenciosa (2007), ambas premiadas en Cannes, seguramente contaba con ello, teniendo en cuenta su condición de provocador nato. Una familia de la alta burguesía urbana vive en una lujosa casa en medio de la naturaleza, como si ese Edén rural les asegurara la armonía que el matrimonio no consigue como pareja. Pero la violencia, en diferentes formas, no tardará en manifestarse, al punto que hasta una suerte de diablo animado –que recuerda un poco a los espectros de ojos rojos de El hombre que solía recordar vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul– se da un par de vueltas por la casa, como para asegurarse de que todo termine mal.

La visión que tiene Reygadas de la sociedad mexicana no es precisamente la mejor, no importa si sus personajes pertenecen a una aristocracia indiferente y extranjerizada o a la clase trabajadora más violenta y embrutecida. Y, por cierto, cuesta ver la luz después de las tinieblas, como propone el título de su nueva película. Pero el mérito de su película está en evitar toda tentación sociológica, al punto que Post tenebras lux es casi, antes que un film, una suerte de objeto de arte conceptual, donde la narrativa –si la hay– por completo es secundaria. Lo que propone Reygadas es una suerte de raro espejo deformante, al punto que la imagen muchas veces aparece biselada: “En todos los planos rodados en exterior utilizamos este desenfoque en los bordes, pero nunca en el centro y nunca en las escenas de interior”, explicó Reygadas. “Se trata simplemente de una cuestión de estética. Es la mirada con la que examino la vida, en cierta medida es como ver doble. La vida aparece ligeramente transformada en esta película.”

En todo caso, el film más luminoso de la competencia quizá sea In Another Country, una singularísima comedia de enredos del extraordinario director coreano Hong Sang-soo, bien conocido por los fieles al Bafici. Protagonizada por Isabelle Huppert en un registro que no le es habitual (siempre tan grave, ella) y en el que aquí se luce con una rara gracia, el nuevo film de Hong es como muchos de sus anteriores: un tema y sus variaciones, desarrolladas casi al infinito, como si se tratara de las “Variaciones Goldberg”, de Bach, pero con las herramientas de las que dispone el cine contemporáneo. De hecho, Huppert no compone uno, sino tres personajes, aunque todos se llamen Anne y en todos sean, por supuesto, una extranjera completamente perdida en una pequeña ciudad coreana de provincia, envuelta en todo tipo de equívocos y malentendidos. Estos son producto no sólo del desconocimiento del idioma y las obvias diferencias culturales, sino también de la naturaleza humana: la curiosidad, el deseo, la inestabilidad emocional.

“La aventura fue una especie de encantamiento para mí”, reconoció Huppert. “Me fui sola sin saber lo que iba a suceder. Hong Sang-soo trabaja de una forma muy particular, sin guión. Sólo sabía que interpretaría tres papeles. Abandoné Francia con estos únicos datos y algunos vestidos. Pero el cine de Hong Sang-soo no es nada improvisado: al contrario, está extremadamente trabajado, tanto en la forma de filmar como en lo que respecta a lo que pide a los actores. Su extrema amabilidad me emocionó profundamente.”

Otro que trajo a la competencia de Cannes su experiencia en otro país fue el iraní Abbas Kiarostami: Like Someone In Love fue filmada íntegramente en Japón, con actores japoneses. Pero no por ello deja de ser una típica película del director de El sabor de la cereza, por la delicada complejidad que se esconde detrás de una historia engañosamente simple y por su virtuosa puesta en escena, que lo confirma como uno de los grandes autores contemporáneos. Hay algo –un eco– de las historias de Yasunari Kawabata en ese profesor ya viudo y anciano, que después de una cita con una call girl casi adolescente –con quien quizá ni siquiera ha llegado a tener sexo– parece volver a sentir eso que alguna vez llamó amor. El film narra apenas veinticuatro horas en la vida de estos personajes, pero Kiarostami –también autor del guión– se las ingenia para que el espectador sienta que los conoce de casi toda una vida. Y que casi podría mudarse con ellos: al taxi en el que la chica acude a la cita; al auto en el que el profesor intenta devolverla a la ciudad; o al pequeño, pero cálido departamento en el que el anciano vive sus últimos años de soledad y que, de pronto, se ve sacudido por un hecho inesperado.

“En el momento del impacto contra el vidrio, lo que se me ocurrió fue The End”, reconoció Kiarostami sobre el polémico final de su película. “Entonces me dije, tal vez no es el final. Y ahí me di cuenta entonces de que no tenía principio tampoco. Mi película no empieza y no termina. La vida es así. Nunca llegamos al comienzo, las cosas siempre comienzan antes.”

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