Los Homo sapiens no serían los únicos homínidos con historias dignas de contar. La afirmación se desprende de la creciente producción de películas basadas en monos reales, específicos, y no en meros representantes anónimos, genéricos, metonímicos de distintas especies de cuadrumanos. Uno de los casos más recientes es el de Project Nim: este tipo de estudios, que supieron causar revuelo, entrevistas en TV y tapas de revistas, acaso hayan inspirado Link, película (de difícil googleo por las implicancias informáticas que hoy tiene su título) de terror soft de Richard Franklin, de 1986, en la que la aún adolescente Elisabeth Shue era hostigada por un orangután voyeur, sobreestimulado mediante intentonas cientificistas.

Otro título que evidencia el fenómeno es la flamante superproducción española para niños Copito de Nieve, del argentino Andrés G. Schaer, que con cánones visuales hollywoodenses combina actores reales y animaciones para contar la historia de un simio icónico: un gorila albino que fue atrapado de pequeño en Guinea Ecuatorial y que vivió desde 1966 hasta su muerte, en 2003, en el Zoológico de Barcelona, al punto de convertirse en atracción turística y símbolo de la ciudad. Al escribir sobre la vida de un animal que muchos han conocido y sobre el que hay un rico archivo, ¿corresponde ser “fiel” a su biografía? ¿Existe “rigor histórico” cuando se narran historias de fauna? “Queríamos crear un relato de ficción, pero que a la vez fuera compatible con la historia real de Copito de Nieve, ser respetuoso con su naturaleza, ya que los gorilas tienen personalidad propia, sentimientos y carácter”, dicen Albert Val y Amèlia Mora, autores del guión de Copito de Nieve. “Llevamos a cabo un trabajo de documentación bastante extenso sobre el Copito real y nos entrevistamos con los cuidadores del zoo; intentamos retratar fielmente su comportamiento y sentíamos una gran responsabilidad, porque se trataba de un personaje muy querido”, explican. Entre las precisiones sobre la biografía del primate albino se destaca la ambientación histórica en la Barcelona de los ’60 (con la aparición de camisetas retro del Barça aquí y allá), y el período de adaptación que pasó viviendo con una familia humana al arribar a España, y su llegada al zoo.

En esta película, el foco puesto en la aceptación de las diferencias –el albino es discriminado por los demás gorilas– deja picando otra diferencia entre primates, la que hace que unos estén dentro de la jaula del zoo y otros, mirando desde afuera. “Puede discutirse el contexto zoológico”, conceden Val y Mora, y cierran filas: “Pero Copito no hubiera sobrevivido en la jungla, porque al ser albino era una presa fácil para los depredadores; en el zoo de Barcelona vivió 40 años y con toda clase de cuidados, además de establecer una conexión muy intensa con los niños”.

Las biopics sobre primates no humanos (¿biosimiopics?) también tienen su exponente en la factoría Disney con Chimpancé. Se trata de un documental narrado –en la línea de las producciones televisivas sobre suricatas y otras criaturas con intensa “vida social”–, producido en la jungla de Costa de Marfil, en el que se sostiene una dudosa historia real: la de Oscar, un pequeño chimpancé huérfano que habría sido adoptado por el macho líder de la manada, lo que supondría una rareza etológica para los presuntamente magros estándares de solidaridad de los chimpancés. Después de décadas de ficción, a través de los desaforados King Kongs, los ochentosos monstruos crueles como el babuino Shakma o la monada de Link, y las ucronías del Planeta de los Simios, por fin parece tener su momento en la pantalla el mono de a pie, el verdadero, de carne y hueso. Con sus historias verídicas, por lo general trágicas. Era de esperar, si se considera cuánto ADN tienen en común con los humanos.