Jueves, 26 de julio de 2012 | Hoy
CINE › TODO QUEDA EN FAMILIA, DE RAJKO GRLIC
De los seis protagonistas, todos son o fueron infieles a sus parejas. El adulterio sería una nueva rebeldía sobre la que discurre esta producción croata que es, ante todo, provocativa.
Por Horacio Bernades
Neka ostane medju nama, Croacia/Serbia/Eslovenia, 2010
Dirección: Rajko Grlic.
Guión: R. Grlic y Ante Tomic.
Intérpretes: Miki Manojlovic, Bojan Navojec, Daria Lorenci, Ksenija Marinkovic y Natasa Dorcic.
“Hoy en día los adúlteros reemplazaron a los bandidos de ayer, a los revolucionarios, rebeldes y visionarios”, piensa Rajko Grlic, director y coguionista de Todo queda en familia. Esta película croata, coproducida con capitales serbios y eslovenos, sería entonces el homenaje que Grlic (Zagreb, 1947) rinde a estos nuevos rebeldes. De la media docena de protagonistas, no hay uno que no le meta o le haya metido los cuernos a su pareja. “Muy parecido a lo que sucede en la vida”, dirá, con razón, el lector progre y liberal. Convendrá aclarar que los protagonistas de Todo queda en familia (ganadora de premios en los festivales de Karlovy Vary y Troia) no son cualquier clase de adúlteros. Entre ellos parecería haber un particular empeño en lo que podría llamarse “cuerneo endogámico”. De allí el título, que refiere además a las paternidades no siempre (o casi nunca) tradicionales: lo más común, en Todo queda en familia, es que el padre sea el tío y la esposa, la ex amante del papá o el hermano.
En el centro del asunto, un típico par de hermanos, ambos rondando los 50. Por un lado, el exitoso, el favorito del padre, el que supo reconvertirse junto con su país y convertirse en poderoso empresario: Nikola (el serbio Miki Manojlovic, icónico de la etapa clásica de Emir Kusturica). Por otro, el bohemio sin un peso, el desplazado por su padre y rechazado por la esposa e hija: Braco (Bojan Navojec). En la latente rivalidad entre ambos, y en un padre que ni en su lecho de muerte dejó de comportarse como un mujeriego, debe verse el nudo de las enrevesadas relaciones (sexuales, familiares, sanguíneas) que la hora y media del film de Grlic despliega. Prototipos del macho balcánico, las distintas personalidades de los hermanos (que tal vez no lo sean del mismo padre, como en algún momento se insinúa) dan por resultado estilos opuestos, a la hora del levante extramarital. Braco es una suerte de fauno, predador de alumnas (es profesor de literatura española) y eventual golpeador de su mujer (que le devuelve golpe por golpe, valga aclarar). Nikola, en cambio, es más de guante blanco. Hasta el punto de tener, sin que su mujer lo sepa... No, eso no puede decirse, es uno de los secretos mejor guardados de la película.
Indudablemente provocativa, el mayor mérito de Todo queda en familia es la ambigüedad del punto de vista, en relación con lo que se muestra. ¿Se celebra o se condena ese mundo? La mezcla de empatía y repulsión que despierta más de un personaje (los masculinos, sobre todo) parecería confirmar que Grlic sabe jugar sin mostrar sus cartas. ¿Es Todo queda en familia una apología del macho balcánico? El verdadero goce de las aventuras de ambos protagonistas (y de sus partenaires) tiende a hacer pensar que lo que se festeja aquí es el libre ejercicio del sexo, sin papeles en la mano. Lo más discutible es, en tal caso, el papel que les cabe a los hijos, que nunca terminan de saber del todo si papá es papá o el tío. Lo cual se vincula con el aspecto más retorcido de la película: el hecho de que Nikola y Braco parecen disfrutar más de escupirle el asado al otro que de la tira propia. Y eso no parece muy revolucionario, rebelde o visionario.
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