Mar 31.07.2012
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CINE › NICOLáS CARRERAS Y SU PELíCULA EL CAMINO DEL VINO

Aquel sommelier sin paladar

En una extraña y atrapante mezcla de documental y ficción, ganadora del Premio Fipresci del 25º Festival de Mar del Plata, el realizador sigue al catador Charlie Arturaola en su búsqueda del sentido perdido, obviamente por la provincia de Mendoza.

› Por Oscar Ranzani

Charlie Arturaola es un destacado sommelier uruguayo que recorrió el mundo probando vinos. Un catador a la vieja usanza, podría decirse: un experto criado en bodegones antes que leyendo manuales. Como sea, el hombre tiene un prestigio ganado que lo hace un referente en el universo del vino. A tal punto, que su sabiduría lo ha convertido en miembro de la Asociación de Sommeliers Americana, de la mundial y de la italiana, entre varios pergaminos que cosechó entre copa y copa. El director Nicolás Carreras –amante del vino, para mayores datos– lo convocó para una película. Y el resultado es El camino del vino, un film inclasificable si se utilizan parámetros rígidos sobre los límites de la ficción y del documental. Porque su película no es ni una cosa ni la otra. El camino del vino es uno de los films más originales del año, porque empieza como un documental siguiendo a Arturaola viajando a participar junto a colegas de todo el mundo al Masters of Food & Wine, un evento de categoría que se realiza en... (¿dónde si no?) Mendoza. Pero desde ese momento, Carreras introduce un elemento ficcional: Charlie se preocupa porque ha perdido su paladar. Y necesita recuperarlo. ¿Qué mejor que volver a las raíces para lograrlo? Y, entonces, recorre ese “camino del vino” que le da título al largometraje encontrándose con colegas y con sitios conocidos desde sus orígenes como catador. Presentada en la Sección “Cine Culinario” del Festival de Berlín 2011 y ganadora del Premio Fipresci del 25º Festival de Mar del Plata, El camino del vino se estrenará este jueves en la cartelera porteña. Y promete embriagar de conocimiento y diversión, al mismo tiempo, porque el film tiene esos dos grandes ingredientes que le dan personalidad.

Lo llamativo es cómo Carreras convenció a Arturaola de participar en un film en el que tenía que hacer de sí mismo a través de una progresión dramática –lo que certifica el elemento ficcional–, pero jugando con lo gracioso. “Es una persona con un gran corazón”, dice el cineasta sobre el protagonista de su película. “Un tipo que tiene un alto grado de criollismo, en el sentido de que cuando está con gente rioplatense se conmueve, tiene ganas de hacer cosas y de ayudar. Incluso, siento que por cierta inconciencia de él o de cierta ‘locura’, de buena onda, aceptó”, señala Carreras, conociendo que Arturaola “sabía que estaba poniendo en riesgo toda su carrera”. ¿Por qué? “Mucha gente que lo veía en la película lo llamaba para preguntarle si estaba bien, y cómo estaba su paladar”, agrega.

–Es que el juego de la película es que Arturaola crea un personaje que es él mismo, ¿no?

–Todos en la película hacen de sí mismos. Cada uno también hace un personaje que tiene que ver con una funcionalidad dramática. Todos tienen su forma de ser en la vida real, pero en la película están como adaptados o están puestos en un lugar que conviene.

–El film tiene humor. ¿Es algo que se desprende de las situaciones o fue algo buscado por usted?

–El film tiene humor porque se desprende justamente de lo siguiente: cuando uno piensa en un sommelier sin paladar y piensa en situaciones en las cuales el tipo va a tener que forzar, mentir o convencer a otros de que tiene paladar sin tenerlo... ya nos parecía de movida algo divertido. Y, además, nos gusta el humor como forma de pensar el mundo. No el humor del gag. Es decir, no el humor que tiene cierta ocurrencia que está por fuera de la trama. Es humor de personajes; humor de contextos. Es hacer algo de chiste con la idea de un tipo que tiene que ser siempre sofisticado, cool con sus comentarios y, de repente, sacarle el paladar. Entonces, ¿qué hace? ¿Miente? ¿No miente? ¿Cómo reacciona la gente en el medio? Todo eso nos parecía humorístico de por sí.

–¿El camino del vino está completamente guionado o tiene escenas que surgieron espontáneamente durante el rodaje?

–Cuando decidimos incorporar la ficción, nos dimos cuenta de que teníamos la opción de avisar al mundo de la película sobre este elemento de ficción o no avisar. Decidimos hacerlo porque nos parecía que era más frontal avisar que era una ficción. Y no hacer esta mezcla sorete de decir: “Me voy a reír del tipo porque no sabe que es una ficción”. Todos sabían lo que pasaba y la verdad es que el laburo fue que entraran en ese juego. Era un juego que todos querían jugar. Recuerdo una escena que hicimos con la gente de la Asociación Argentina de Sommeliers cuando Charlie dice que el vino tiene gusto a Gammexane. Hay mucha gente que me pregunta: “¿La gente sabía?”. Todos creen que no sabía. Y todos sabían. Pero hay algo en ellos: que siempre deben haber fantaseado para sí mismos con la idea de perder el paladar. Les sonaba tan natural de actuar que era una especie de exorcismo de sus propios miedos, como catarsis terapéutica. Esa fue la clave: buscar algo que todos querían hacer.

–La película también habla del volver a las raíces de un hombre uruguayo que triunfó en el mundo, ¿no?

–Sí. A mí me servía como un elemento catalizador lo del paladar porque tenía un contenido además del chiste. Tenía una cosa esto de pensar el acto de degustar. Hablando con varios psicólogos, me decían que sentidos como el gusto o el olfato son muy prehistóricos del hombre, que enseguida están conectados con los primeros preceptos que tiene de la vida. Entonces, a partir de esta idea de un tipo que tiene que estar en un contexto tan exigente, tan adicto a la imagen del éxito, del “vino exitoso”, nos preguntábamos cómo puede ser que un tipo así depende del mismo tipo al que le está haciendo la cata, depende del mismo tipo que le paga el sueldo. Es complicado. ¿Cómo va a hacer, entonces, una degustación conectada con su pasado, con su intimidad e identidad si, en realidad, depende del que le paga el sueldo? ¿Cómo le va a decir que el vino es malo? Y ahí nos aparecía como un elemento para meterse en un lugar ya de por sí conflictivo. Lo del paladar nos parecía un elemento que tenía mucha fuerza aglutinadora de conflictos. Por eso elegimos eso. Y nosotros decimos que el acto de degustar siempre tiene que ver con ese viaje al pasado. En un contexto en el que estás obligado a estar presente, ¿cómo es posible ese proceso? Y ahí fue que, inevitablemente, la recuperación del paladar tenía que ver con la recuperación del pasado.

–Uno de los méritos de la película es que no termina siendo un documental didáctico del vino ni una biografía de Charlie Arturaola.

–Si ves la película en perspectiva, arranca como un documental en un evento real, dispara con la ficción para buscar una progresión dramática y ciertos conflictos dentro de ese entorno, pero después la solución pareciera que es volver como en espiral al documental. Y vuelve a la vida de él. No como una cuestión biográfica sino como una cuestión de esencias. Es como decir dónde puede estar la respuesta de desconexión con el pasado. Y... está en esas sensaciones que el tipo tenía vedadas por alguna razón. Todo eso que el tipo tal vez había descuidado por su constante exigencia de adicción al presente.

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