CINE › AMIGOS INTOCABLES, UNO DE LOS FILMS FRANCESES MAS VISTOS DE LA HISTORIA
› Por Horacio Bernades
“Conseguite un negro para que te alegre la vida”, podría ser el slogan de Amigos intocables. Descomunal éxito de público en Francia y el mundo entero, en Les intouchables (título de indiscernible relación con la trama) un súper recontramillonario amargado y paralítico lo logra, gracias a los servicios de un vital asistente de origen senegalés. “¿Vieron que pobres y ricos pueden llevarse bien?”, es otro posible slogan para la segunda película francesa más vista en su país en toda la historia (19 millones de espectadores, algo así como el 30 por ciento de la población). Y basta ya de slogans, que para lugares comunes Amigos intocables –que en el resto del mundo llevó a las salas más gente que en su propio país– se basta y sobra.
Buddy movie, encuentro de opuestos, clichés raciales y de clase, gags de probada efectividad, un toque de melodrama y otro de humanismo. Guionistas y directores, Olivier Nakache y Eric Toledano, no ahorraron nada a la hora de asegurarse la repercusión que la película finalmente tuvo. Heredero de una fortuna familiar que, a la vista del petit Versalles donde vive, puede contarse entre las mayores de toda Francia (“basada en una historia real”: el cliché que faltaba), el aristócrata Philippe (François Cluzet) elige, en un casting, al asistente menos pensado. Nada de esos tipos trajeados y relamidos, que se mueren por lamerle las botas, sino el prepotente morocho de jogging y zapatillas, que descarga sobre él toda su furia de clase. ¿Maso-comedia burguesa? Qué va, si lo que quiere Driss (Omar Sy) es lo que tiene el otro: un descapotable, un baño tan grande como un departamento de monoblock, un avión privado. A cambio de eso le convidará algún que otro porrito, descubrirá que a falta de sensibilidad del cuello para abajo, las orejas del tetrapléjico tienen casi las de un par de glandecitos y lo acompañará a volar en parapente, motivo de que el tipo haya quedado para siempre en silla de ruedas.
En la avant première a la que asistió este crítico, el público se mataba de risa con lo gracioso que es el morocho al bailar (ya se sabe: los negros tienen sentido del ritmo), su escaso dominio de la lengua y la cultura (llama “huevo Kinder” a uno de Faubergé, ignora lo que quiere decir “epistolar”, oye a Vivaldi por primera vez), su acidez y su prepotencia de arrabal. Una mezcla de Minguito Tinguitella, Toto Paniagua, cronista de CQC y la Mole Moli. Risas de clase. Satisfechas de ratificar la superioridad, las del público de clase alta; empáticas con el presunto igual, las del de clase baja. Para el que prefiera emocionarse, está la historia del millonario lisiado y su espíritu para enfrentar la adversidad, dándose el gusto de volver a volar en parapente, como un Juan Salvador Gaviota del siglo XXI. Para el de risa fácil, los mil chistes a repetición de Driss con compositores clásicos, versión cómica del “sin repetir y sin soplar” de los programas de entretenimientos (aunque el mejor chiste está fuera de la película: Jean Marie Le Pen protestó contra “la metáfora de una Francia inválida, rescatada por los hijos de inmigrantes africanos”). Obviamente que ya hay una remake angloparlante en preparación, con Colin Firth y un negro que todavía están buscando.
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