CINE › UNA PELICULA POBLADA POR UN PUÑADO DE PERSONAJES EXCENTRICOS
Lawrence Michael Levine ubica su historia en un departamento neoyorquino, donde los desfases y las rarezas de carácter producen un puñado de grandes escenas. La acción pasa, insensiblemente, de lo banal a un incómodo crescendo de tensión, violencia y desmadre.
› Por Horacio Bernades
Producciones entre amigos solventadas con dos dólares y medio y filmadas con una camarita digital, los propios productores, directores y/o guionistas prestando frecuentemente colaboraciones actorales, acción en interiores de departamentos (las más de las veces neoyorquinos), personajes que –es de sospechar– se parecen mucho al director y sus amigos, dramas mínimos, tono leve, algo de dejadez y mucha charla caracterizan las películas a las que desde mediados de la década pasada se les da el nombre de mumblecore (mumbling es musitar, hablar entre dientes). Representativas de esta corriente son las de Andrew Bujalski (Funny Ha Ha, Mutual Appreciation), los hermanos Safdie (Daddy Longlegs, The Pleasure of Being Robbed), los hermanos Duplass (Baghead, Cyrus) y Zach Weintraub (Bummer Summer). Todas vistas en festivales, estrenadas en cines o lanzadas en DVD en Argentina. A ellas viene a sumárseles Gabi on the Roof in July, de Lawrence Michael Levine, que tras exhibirse en el Bafici 2011 se estrena hoy en el C.C. San Martín.
El panorama inicial es puro mumblecore. Una chica llega desde el interior a Nueva York, cargando una jaulita con un hámster y confundida porque el hermano no la fue a buscar al aeropuerto. Gabi, que se proclama “antiartista” (Sophia Takal, que además produce y edita y dirigió un largo posterior a éste) viene a pasar las vacaciones a casa de Sam, artista plástico algo más formal (Lawrence Michael Levine, que coproduce y dirige). De allí en más raramente se moverán del departamentito de Sam. Lo que sí se moverá son las relaciones que mantienen entre ellos y con su grupo de allegados, integrado por Dori, pareja de Gabi (Kate Lyn Sheil); Madeline, novia de Sam (Brooke Bloom); Garrett, que será amante de Gabi (Louis Cancelmi); Chelsea, galerista y ex pareja de Sam (Amy Seimetz), y el casi mudo Charles, coinquilino de Sam (Robert White). A Gabi, que a los 20 resulta ser virgen, no le disgustan los aprontes de Garrett, notorio levantador en serie (el actor es parecidísimo a Freddy Mercury), y eso a Dori por lo visto no le mueve un pelo. Lo contrario de Madeline, que en cuanto la muy snob Chelsea reaparece en la vida de Sam tiene un ataque de nervios de rompe y raja. Mientras tanto, Sam trata de conseguirle trabajo a Gabi (para que aporte algo al alquiler, básicamente), pero Gabi no tiene mejor idea que tomarle el pelo, burlarse y hostigar a una galerista, que termina llamando a la policía para sacársela de encima.
Ese leve desfase de las conductas, ese carácter entre excéntrico y freak de varios de los personajes son, también, esenciales al mumblecore. Gabi aguijonea al timidísimo Charles mostrándole los genitales, ama a su hámster (es hembra y se llama Caroly) por sobre todas las cosas, proclama el Día de la Desnudez y pone a todo el mundo en bolas en el departamento y se pone entre exigente, agresiva y ligeramente sadomaso con un amante ocasional, que no sabe bien cómo responder. Todo eso, antes de presentar una performance presuntamente artística, llamada Miss PutaUSA.
Puestos en perspectiva de conjunto, esos desfases y rarezas de carácter producen un puñado de grandes escenas, que Levine pone en escena a la manera de John Cassavetes: con cámara muy móvil y muy metida en la acción. Una acción que pasa, insensiblemente, de lo banal a un incómodo crescendo de tensión, violencia y desmadre. En cuanto conoce a Gabi, Garrett deja de darle bola a la chica que lo acompaña, que termina abollándole la cabeza a carterazos. Cuando corrobora que Sam está saliendo de nuevo con su antigua novia, la hipoglucémica Madeline se pone a gritar y decir incoherencias, putea a los demás, se tira al piso. Ningún crescendo más incómodo que el de la desde aquí famosa “escena del Monopoly”, donde Sam se pone insoportable con el resto, que a su vez recibe la llegada de la no muy querida Chelsea primero con caras de circunstancia, después a puteada limpia. Es una escena como de diez minutos, que bien podría haber sido un corto aparte y que confirma que ningún género más apto que el mumblecore para pasar de la nimiedad a la locura latente.
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