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Jueves, 13 de septiembre de 2012

CINE › BELLOCCHIO, ASSAYAS Y KIYOSHI KUROSAWA PRESENTARON FILMS

Tres nombres de primer nivel

Los reconocidos cineastas son de los que a lo largo de una vida han ido construyendo una obra, con sus singularidades y sus marcas distintivas. En el festival canadiense presentaron Bella Addormentata, Après mai y Penance, respectivamente.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Toronto

Un festival se mide no sólo por sus novedades y por sus descubrimientos sino también por la fidelidad a sus cineastas más preciados, a ese puñado de directores que a lo largo de una vida han ido construyendo una obra, con sus singularidades y sus marcas distintivas. Los llamados “autores”, que cada vez son menos, pero siguen dando batalla, siempre fieles a sí mismos, aun con sus pasos en falso. Para los primeros, los novatos, el Toronto International Film Festival tiene la sección “Discovery”, una auténtica cita a ciegas, donde abundan las sorpresas y, por qué no, también los tropiezos. Pero para los segundos, el TIFF se reserva los apartados “Masters” y “Special Presentations”, donde siempre hay nombres de primer nivel, de esos que por su sola presencia ya justifican un festival.

El del italiano Marco Bellocchio, por ejemplo, que inmediatamente después de la Mostra de Venecia trajo a Toronto su trabajo más reciente, la estupenda Bella Addormentata. Como muchas veces antes en su obra (Buongiorno, notte, por ejemplo, inspirada en el secuestro de Aldo Moro), Bellocchio parte de un caso real, pero no se limita a reproducirlo meramente sino que lo utiliza como un punto de partida, como un trampolín para sumergirse desde allí en aguas más profundas, que le permitan ofrecer un fresco sobre aquellos rasgos distintivos que marcan la identidad de su país. En esta oportunidad se trata de la que a comienzos de 2009 se convirtió en una causa célebre en Italia: el caso de Eluana Englaro, una chica que llevaba 17 años en estado vegetativo y para quien su padre había solicitado el derecho a una muerte digna. Como era de esperar en un país tan profundamente católico, el debate por la eutanasia cobró inmediatamente una enorme dimensión política, a la que no fueron ajenos ni el Vaticano ni el gobierno conservador de Silvio Berlusconi, por entonces en el poder.

Sobre este marco, Bellocchio va tejiendo de manera magistral una red de relaciones entre distintos personajes, vinculados en mayor o menor medida con el caso Englaro, que llega incluso al Parlamento: un senador oficialista que tiene problemas de conciencia y piensa votar en disidencia con Forza Italia; su hija, católica practicante, que forma parte de la cadena de oración para evitar la muerte de la chica; una famosa actriz teatral (Isabelle Huppert) que tiene a su vez a su propia hija en coma, y un médico de un hospital público decidido a salvar la vida de una suicida, adicta perdida a las drogas. Pero ninguno es unidimensional ni responde a una idea prefijada. Cada uno de ellos tiene sus dudas y contradicciones, que son las que le interesan al director para plantear el tema central del film: el del libre albedrío.

Con la misma audacia formal que demostró tantas veces –y en los últimos años, en particular en la magistral Vincere, sobre el oscuro ascenso del Duce–, Bellocchio orquesta una suerte de ópera, con infinidad de arias distribuidas para cada personaje y brillantes momentos de bravura de la puesta en escena. Hay una suerte de secreto que se creía perdido en el cine y del cual Bellocchio parece aún tener la llave: la densidad del plano, el peso específico que es capaz de extraer de cada una de sus tomas, tanto por la posición de la cámara como por el trabajo con sus actores.

Aunque muy distinto en tono y estilo, otro maestro en orquestar múltiples personajes y diferentes acciones es el francés Olivier Assayas, que trajo a Toronto su flamante Après mai, después de la espectacular Carlos, que fue uno de los mejores estrenos de la cartelera porteña en años. Sin llegar a esas alturas, el nuevo film de Assayas sin embargo vuelve un poco a esa misma época, los primeros años ’70, con un relato de implicancias autobiográficas, sobre lo que significó para la generación del director crecer y asomarse al mundo después del sismo de Mayo del ’68. Dispuesto a devorar la vida a borbotones, Gilles –una suerte de alter ego de Assayas, que también tuvo 17 años en 1971– milita en un grupo anarquista, se debate entre el cine y las artes plásticas y se enamora y se desengaña, todo al mismo tiempo, como en un torbellino, en el que más de un compañero de ruta quedará en el camino. Un poco como ese pensamiento de Pascal que Gilles escucha de boca de un profesor sin prestarle atención, pero que sin embargo marcará su derrotero: “Entre nosotros y el cielo o el infierno, no hay otra cosa que la vida, que es la más frágil de todas las cosas”.

Un reaparecido –como si fuera él mismo uno de los personajes de esas historias de fantasmas a las que siempre fue tan afecto– es el japonés Kiyoshi Kurosawa (sin relación alguna con el gran Akira). Hacía varios años que el director de Cure y Charisma, bien conocido en Buenos Aires gracias a la Sala Leopoldo Lugones y el Bafici, estaba ausente del circuito de festivales internacionales. Y ahora volvió en grande, con Penance (Penitencia), una película de cuatro horas y media de duración, concebida originalmente como una serie para la televisión de su país –un poco como el Carlos de Assayas–, pero que gracias a su calidad de auténtico autor cinematográfico Kurosawa convierte en un film tan inquietante y perturbador como casi toda su obra previa.

El crimen de una niña, presenciado por cuatro de sus pequeñas compañeras de escuela, tiene terribles consecuencias no sólo para la madre de la chica sino también para esas testigos involuntarias, que ya adultas, quince años después, arrastrarán diferentes traumas vinculados con la tragedia. Hay algo del Twin Peaks, de David Lynch, en el tortuoso retrato de esa pequeña comunidad golpeada por el crimen, pero Kurosawa sabe infundirle su propia atmósfera de extrañamiento, con su marca de fábrica, que es la fusión del cine de género –el fantástico, el policial– con una cierta cualidad apocalíptica, como si todos los fenómenos que se producen alrededor del hecho refirieran a una potencial descomposición del mundo.

Hay otro elemento significativo en Penance y es la influencia manifiesta del cine de Fritz Lang, que siempre sobrevoló como una sombra a los films de Kurosawa. Sobre todo en sus orígenes, cuando hacía pequeñas películas policiales de clase B, de las cuales este nuevo trabajo no está lejos. Las simetrías visuales y la disposición geométrica del plano son tan “languianas” como la tenue línea divisoria entre el Bien y el Mal, o la inexorable rueda del destino que va marcando las vidas de esas mujeres atadas a una penitencia de la cual no pueden librarse.

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En Bella Addormentata, Bellocchio vuelve a utilizar un caso real como un punto de partida.
 
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