Mar 02.10.2012
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CINE › JEANINE MEERAPFEL HABLA DE EL AMIGO ALEMáN, QUE SE ESTRENARá EL JUEVES

Asumir la historia que se lleva a cuestas

La cineasta nació en la Argentina, pero se radicó en la Alemania de sus ancestros en los ’60 tras ganar una beca universitaria. “Viví en varios lugares y de formas muy distintas y seguro que todo eso se refleja en mi trabajo. A mí me importa mucho contar”, afirma.

› Por Ezequiel Boetti

Los cinéfilos de la vieja guardia recordarán a La amiga, aquella coproducción argentino-alemana protagonizada por Liv Ullman, Cipe Lincovsky y Federico Luppi centrada en el vínculo entre dos mujeres distanciadas durante la última dictadura y reunidas nuevamente en el regreso democrático. Allí estaban, entre otras cuestiones, el exilio, los vínculos sentimentales y un contexto político condicionante del quehacer cotidiano. Gran parte de esas características vuelven a repetirse aquí y ahora, un cuarto de siglo después, en El amigo alemán, que se estrenará este jueves en la cartelera nacional. Las razones de la comparación, habilitada desde el mismo título y la presencia de Lincovsky, hay que buscarlas en la directora y una de las guionistas de ambos proyectos, Jeanine Meerapfel. Hija de alemanes radicados en la Argentina durante el nazismo, la cineasta emigró a la tierra de sus ancestros en 1964, después de ganar una beca universitaria. Sin embargo, los recuerdos de su infancia y adolescencia de este lado del Atlántico siempre estuvieron presentes. “Busqué una historia relacionada con aquellas cosas que conozco de la Argentina de los ’50 para combinarlas con cuestiones que hace rato quería contar y con lo vivido por las distintas comunidades instaladas en el país, como la judía-alemana o la alemana”, asegura la directora a Página/12.

Coproducida con Alemania e interpretada por varios actores argentinos (Celeste Cid, Daniel Fanego, Jean-Pierre Noher, Adriana Aizemberg, Katja Alemann, entre otros), El amigo alemán comienza en la geografía y la temporalidad mencionada por Meerapfel en el párrafo anterior. Allí vive Sulamit (Cid), hija de inmigrantes judeoalemanes, quien en plena pubertad conoce a Friedrich (Max Riemelt, conocido aquí por su protagónico en La ola). El problema es que éste es hijo de un ex miembro de la SS y, claro está, a ninguna de las dos familias le atrae mucho la idea de un vínculo sentimental entre ellos. Hasta que él se va a Alemania... y ella también. A partir de entonces, el film abarcará diversas situaciones históricas, desde el Mayo Francés hasta la complejidad social y política de la Argentina durante los ’80. “Empecé hace más o menos tres años y medio con la idea de escribir un libro, pero cuando lo hice me di cuenta de que me estaban saliendo diálogos. Paralelamente me empezó a interesar la indagación en los ‘hijos de’: cómo vivían, cómo interactuaban. Es raro cómo empiezan a surgir los temas, pero cuando se imponen simplemente hay que seguir la corriente y no ir en contra de ellos”, aconseja la cineasta.

–¿Es difícil “seguir la corriente” a los pensamientos?

–No, al contrario, en ese momento es un placer porque todavía todo es posible. Vos podés escribir cualquier cosa, el tema es cuando tengas que filmarlo. Es un momento de gran libertad y recién a partir de ahí las cosas empiezan a angostarse.

–En una entrevista dijo que El amigo alemán era sobre “la necesidad de tolerancia”. ¿A qué se refería con eso?

–La película es sobre la necesidad de asumir la historia que llevamos a cuestas y no traumatizarse con ella. Todo el legado se traduce en nuestra forma de ser y de relacionarnos con el mundo y con los otros, por lo que muchas veces hay hechos traumáticos que están ahí sin que nos demos cuenta. Es el caso de Friedrich, que carga un peso que en realidad no es suyo, sino del padre. Se trata de que él lo asuma y se sobreponga a través del cariño y el amor de una relación humana.

–Al igual que usted, Sulamit es hija de inmigrantes alemanes y se va del país a mediados de los ’60 después de ganar una beca. ¿Hay muchos componentes autobiográficos en este film?

–No diría autobiográficos, pero sí biográficos. Yo, por ejemplo, no me enamoré de un hijo de alemanes, pero sí nací y viví en un barrio bastante parecido al que muestro. Siempre creo, y esto me lo enseñó mi gran maestro Alexander Kluge, con quien estudié en los ’70, que hay que contar lo que uno conoce profundamente. Eso no implica que todo lo que pasa en mis películas lo viví yo, pero sí que cada experiencia de alguna forma queda plantada en el interior y genera imágenes que a la larga sirven para narrar.

–En ese sentido, podría pensarse El amigo alemán como la confluencia entre varias de sus temáticas habituales (el exilio, la búsqueda del amor, contextos políticos fuertes) con la cuestión biográfica que usted menciona.

–Sí, pareciera que se da ese lugar común que dice que uno siempre hace la misma película o escribe el mismo libro. A mí me importa contar cuestiones sobre la memoria y cómo convivimos con ella. Pero también tiene que ver con algo que nunca había contado, que era la historia de un gran amor. Nunca me había animado a eso.

–¿Por qué?

–Sinceramente no sé, pero creo que hasta ahora no se había dado la oportunidad. Y acá de repente fue dándose. Quizá necesitaba llegar a esta edad, no sé. Me interesaba contar una historia en la que el eje estuviera en las relaciones humanas: cómo era posible para Sulamit relacionarse con Friedrich, más allá de que éste siempre le cerrara la puerta; o cómo él podía vincularse con una chica que simbolizaba todo lo que siente como culpa. Me interesaba ver cómo era todo eso. Uno le va a dando muchas cosas que uno conoce a esos personajes y después empieza a indagar en lo que no se sabe de ellos y ellos mismos van contando.

–¿Qué aspectos le interesan de la política argentina de los ’70 para abordarla en varios de sus films?

–A todos nos interesa. Es nuestra historia; la más importante que tenemos que contar. La amiga estaba muy basada en la historia de las Madres de Plaza de Mayo, en todas las vidas de ellas y en particular la de Hebe de Bonafini. Esta película, en cambio, es menos histórica y más imaginada, pero sí tiene que ver con muchas cosas que me contó el guionista y cineasta con el que trabajé en varias películas, Alcides Chiesa, que además fue un detenido-desaparecido.

–Hace algunos años dijo que su vida “siempre tuvo que ver con lo heterogéneo”. ¿Cree que esa “heterogeneidad” condiciona su cine?

–Creo que viví en varios lugares y de formas muy distintas y seguro que todo eso se refleja en mi trabajo. A mí me importa mucho contar. Y más allá de las diferencias, podemos tener historias parecidas porque prefiero hacer hincapié en lo que nos une antes que en lo que nos separa. En La amiga había diferencias enormes entre las dos mujeres, pero a pesar de eso las unía esa amistad de la infancia. Y de alguna manera rescatar eso es parte de lo que me gusta hacer en el cine.

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