Jue 15.11.2012
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CINE › CINEMAXXI MUESTRA LO MáS INTERESANTE DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE ROMA

La mejor forma de escaparle a Hollywood

Pese a que los paparazzi se entretuvieron con la visita de Sylvester Stallone, el espíritu de descubrimiento de la muestra permite ver los nuevos films de la portuguesa Margarida Gil, los filipinos Guy Lumbrera y Sherad Anthony Sánchez y el holandés Paul Verhoeven.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Roma

Tan quejosos que estaban por la falta de estrellas, los paparazzi se hicieron el día ayer con Sylvester Stallone, que llegó al Festival Internazionale del Film di Roma para presentar el estreno mundial de Bullet to the Head. En rigor, se supone que la película está aquí –fuera de concurso– para celebrar el regreso al cine, después de diez años de ausencia, de Walter Hill, que recibió el Maverick Director’s Award por su carrera. Pero el director de Cabalgata infernal y Calles de fuego quedó previsiblemente opacado por la presencia de Sly, homenajeado a su vez por el alcalde de Roma, Gianni Alemanno, un remanente de la era Berlusconi, que no quiso dejar pasar la oportunidad de fotografiarse con Rambo. Quizá porque no había visto aún la película, en la que Sly –cada vez más rígido, como si fuera un ropero viejo con las puertas trabadas– desbarata una banda mafiosa de políticos y policías corruptos que lucran con proyectos inmobiliarios en la golpeada Nueva Orléans post Katrina.

Se podía esperar algo más de Walter Hill –uno de los mejores directores del cine de acción que dio Hollywood en los años ’70 y ’80– que un mero vehículo para el lucimiento exclusivo de Stallone, pero el director de Los guerreros parece haberse conformado con reciclar uno de sus mayores éxitos, 48 horas (1982). Salvo que aquí en vez de un irlandés y un afroamericano hay un italianamerican y un asiático, típica pareja despareja en la que la camaradería masculina (la película no es precisamente girl friendly) se terminará imponiendo por encima de las diferencias. A favor de su film, debe decirse sin embargo que –a la vieja usanza– confía en el poder de la narración antes que en los efectos especiales. Y a favor de Stallone, que aprovechó la multitudinaria conferencia de prensa para hacer un sincero llamamiento a que el gobierno italiano salve no sólo la propiedad sino también el patrimonio de los legendarios estudios Cinecittà, hoy amenazados por la crisis económica que atraviesa el país.

Para correrse de Hollywood, en todo caso, nada mejor que escaparse a CinemaXXI, donde están las películas más interesantes del festival, incluso muy por encima del nivel desigual de la competencia oficial. La sección es llamada así no sólo por ser fuertemente contemporánea, sino también por desarrollarse en el MAXXI Museo Nazionale Delle Arti del XXI Secolo, la última apuesta de la capital italiana por no quedarse dormida en los laureles del arte clásico. En una entrega anterior, ya se habló de las múltiples virtudes de Centro histórico, el excelente film colectivo firmado a cuatro manos por Aki Kaurismäki, Pedro Costa, Víctor Erice y Manoel de Oliveira, que sirvió de apertura ejemplar para la sección. Y todavía faltan pasar títulos de otros autores importantes, como el israelí Avi Mograbi o el alemán Thomas Heise. Pero lo valioso de la sección es también su capacidad de sorpresa, su espíritu de descubrimiento.

En este sentido, hay varios títulos para tener en cuenta, que seguramente no tardarán en llegar al Bafici. Por caso O fantasma de Novais, de la portuguesa Margarida Gil, otro proyecto nacido –como Centro histórico– gracias a la celebración de la ciudad de Guimaraes como capital de la cultura europea 2012. Uno de los hijos dilectos de esa urbe, intelectual brillante pero casi desconocido fuera de un círculo de iniciados, que ahora gracias al film de Gil se amplía, fue Joaquim Novais Teixeira, escritor, ensayista, crítico de cine y, sobre todo, animador cultural y amigo personal de algunos de los mayores cineastas europeos de su época, desde Luis Buñuel hasta Manoel de Oliveira. Con una sutil amalgama de documental y ficción, la película va revelando no sólo el compromiso antifascista de Novais Teixeira y su resistencia a la dictadura de Salazar, sino también su influencia como puente entre la nouvelle vague francesa y el Cinema novo brasileño, al que durante su exilio en San Pablo ayudó a estimular y difundir.

Más exóticas pero también mucho más radicales son las dos propuestas filipinas de CinemaXXI: Tagalog, de Guy Lumbrera, y Jungle Love, de Sherad Anthony Sánchez. Hace rato que el cine filipino se ganó un lugar en el circuito de festivales internacionales, básicamente gracias la revelación de directores como Brillante Mendoza y Raya Martin, pero parece que la cantera sigue abierta. Las dos películas que aporta ahora Roma transcurren lejos de la civilización, en lo que parece una celebración del poder de la selva, y las dos se apartan deliberadamente de la clásica narrativa aristotélica. Pero ahí acaban las similitudes. Filmado en un blanco y negro cuya textura sugiere el viejo Super 8, Tagalog tiene la lógica del sueño y la estética del cine mudo. De hecho, un poco a la manera de Independencia, de Raya Martin, el film no tiene diálogos y está concebido a partir de la interacción de grandes planos generales y primeros planos, habitados por una pareja de ancianos, celosos guardianes de la memoria y el pasado. Pero como si fueran sus sueños –o sus pesadillas–, esas imágenes son invadidas por otras, provenientes de found footage, películas anónimas viradas al rojo por la acción del tiempo, historias de otros mundos lejanos y pretéritos, como puede ser una película erótica europea de los años ’60.

Hablando de erotismo, ése es el tema central de Jungle Love, de Sherad Anthony Sánchez, conocido del Bafici, donde dos años atrás se llevó una mención en la sección Cine del futuro, por su película anterior, Sewer. Aquí, como en aquélla, también hay sexo explícito, en este caso de una pareja de acampantes. Pero el erotismo no es tanto ése como el que el director encuentra en la concupiscencia de la selva filipina, en esa cópula incesante del follaje, en las formas vaginales y fálicas que descubre en sus cuevas y montañas. En ese ámbito casi fantástico circulan también otros personajes: una mujer que huye descalza con un bebé que no es suyo, unos espíritus enmascarados que la persiguen y unos jóvenes soldados muy reales, que sugieren una zona militarizada, peligrosa. Ciertas pinceladas pop –una pegadiza canción religiosa en la radio, la irrupción de la cartografía de Filipinas a través de google maps– aportan nuevos y desconcertantes elementos a un film tan libre como irreverente.

En el contexto de CinemaXXI es francamente raro encontrar una película de Paul Verhoeven, el veterano director holandés, que después de una potente carrera en su país se convirtió en uno de los realizadores más exitosos de Hollywood, con títulos como Robocop y Bajos instintos. Pero después de ver Steekspel se entiende la pertenencia de la nueva película del director en la sección más ecléctica y arriesgada del Festival de Roma. A su manera, se trata de un experimento, una pequeña película de apenas una hora de duración iniciada con un puñado de páginas por guión y que fue completada sobre la marcha con aportes tanto de actores y técnicos como de un concurso abierto realizado en Holanda. El resultado es una comedia erótica y satírica a la vez, filmada casi íntegramente cámara en mano (algo que el director no hacía desde los tiempos de Turkish Delight, allá por 1973) y que después de la extraordinaria Black Book, su película inmediatamente anterior, parece recuperar definitivamente a Verhoeven no sólo para el cine de su país, sino también para el cine de bajo presupuesto, aquel que para hacerse sólo necesita –como decía Glauber Rocha– “una cámara en la mano y una idea en la cabeza”.

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