Vie 02.06.2006
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CINE › EL DOCUMENTALISTA PABLO RATTO HABLA DE SU PELICULA “EL ULTIMO CONFIN”

“Fue una cuestión de confianza”

Cuando el Equipo de Antropología Forense descubrió una enorme fosa común en Córdoba consideró que necesitaba un testimonio fílmico y confió en Ratto, quien registró la intimidad de esa búsqueda junto a los familiares de las víctimas del terrorismo de Estado.

Por Ana Bianco

El documental El último confín, del director Pablo Ratto, devela una evidencia irrefutable del accionar del terrorismo de Estado durante la dictadura instaurada en 1976: la aparición a principios del 2003 de una fosa común con 120 cuerpos, depositados en el cementerio de San Vicente, uno de los más pobres de la ciudad de Córdoba. Ratto y su cámara acompañan a Clara de Osatinsky, a los hermanos Hilda, Daniel y Mario Olmedo, a Horacio Pietragalla y a Sara Castro, familiares de las cuatro personas identificadas hasta el momento de finalización de la película. Con el apoyo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) formado en 1984, el director conmueve por la sensibilidad y hondura con que aborda las escenas en que los deudos se juntan con los restos después de 27 años de las desapariciones perpetradas por el Tercer Cuerpo de Ejército, a cargo de Luciano Benjamín Menéndez. El documental se completa con entrevistas a otros familiares, ex presos políticos, defensores de los derechos humanos, como el abogado Rubén Arroyo, ex integrante de la Conadep de Córdoba, y al genetista Dr. Carlos Vullo, entre otros. En charla con Página/12, el Ratto se refirió a su opera prima que después de un recorrido por veinte festivales se estrenó ayer en el Tita Merello y el Malba.

–¿Por qué fue convocado para dirigir este documental?

–El equipo de Antropología Forense era consciente de que se trataba de un caso de magnitud y necesitaba un registro fílmico. La preocupación era que esas imágenes no se filtraran. Lo fundamental para ellos es preservar la relación con los familiares de los desaparecidos. Si esas imágenes hubieran aparecido en un canal de noticias y en forma no adecuada, habría sido muy doloroso para las familias. Con los antropólogos primero y luego con los familiares nos fuimos ganando mutuamente la confianza. Empecé a trabajar en abril del 2003, cuando recién se empezaba a abrir la fosa común y a retirar los restos. Por eso llegamos a tener imágenes tan íntimas, como la de los hermanos Olmedo en la morgue, cuando recibieron el cuerpo de su hermano, Gustavo, y uno de ellos besa su cráneo. Fue un momento de absoluta intimidad y nosotros estábamos con la cámara, que no era un objeto que se estaba introduciendo sino que los acompañaba.

–¿Por qué decidió filmar a estas cuatro familias?

–Los cuatro casos representaban un abanico grande, cada uno tenía una contingencia particular. Clara de Osatinsky había militado en las FAR y le habían matado a su marido y a sus dos hijos cuando ella estaba secuestrada en la ESMA. La acompañamos en la recuperación de su hijo, Mario. Horacio Pietragalla, quien se reunió con los restos de Horacio, su padre, y seis meses antes había recuperado su propia identidad y cuatro meses después de recuperar a su padre se pudo juntar con los restos de su madre, Liliana Corti, quien también estaba desaparecida. Horacio tiene una estrella especial y esto seguramente se lo han transmitido sus padres. Los Olmedo son gente de provincia y de extracción popular y Sarita Castro es la única que entrevistamos dos meses después de la restitución de su madre, Liliana Barrios. Estaba tan serena que era una muestra clara de que la recuperación la había tranquilizado.

–En el documental usted rescata el trabajo colectivo.

–Una denuncia penal de cuatro familiares realizada en 1982 revelaba la existencia de esa fosa común. Un morguero, José Adolfo Caro, quien había participado en el cavado en 1976 se acordaba de la ubicación como cuenta en la película. La información siempre está en algún lado, no es que se borró o se esfumó. El Equipo de Antropología Forense investiga y busca hasta dar con ella. La idea era mostrar un trabajo colectivo, compuesto por voluntarios de la Universidad en Informática y de estudiantes de Biología que colaboraban en limpiar los huesos. Unos jóvenes excavadores, que viven en la villa que está al lado del cementerio, se habían acercado cuando llegaron los antropólogos para preguntarles por una changa. Ese trabajo los hizo evolucionar y se esforzaron en excavar la fosa de veinte metros por diez metros y cinco metros de profundidad y con una paleta y un pincel se convirtieron en una ayuda específica e importante para el Equipo de Antropología Forense.

–Usted no tenía relación directa con la temática de derechos humanos. ¿Qué le pasó con la película?

–Tenía una conexión emocional con la causa de derechos humanos, no había tenido contacto con los organismos, ni había militado. Los antropólogos hacen su trabajo, los organismos el suyo y el mío era filmar. Dialogar con la gente después de las proyecciones me enriqueció: descubrí aspectos en los que estaba equivocado y en otros me afirmé en mis convicciones.

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