CINE › PABLO TRAPERO Y SU CORTO JAM SESSION, ROTAGONIZADO POR EMIR KUSTURICA
El director de Carancho y Elefante blanco participa del film colectivo Siete días en La Habana, que incluye trabajos del francés Laurent Cantet y el palestino Elia Suleiman, entre otros. “Con Kusturica, decidimos jugar con su imagen”, dice Trapero.
› Por Oscar Ranzani
Siete prestigiosos directores de distintos países realizaron un retrato de la vida en La Habana: cada uno dirigió un corto de ficción asociado a un día de la semana y todos forman parte de Siete días en La Habana, largometraje coproducido mayoritariamente por empresas españolas y francesas que se estrenará el próximo jueves en la cartelera porteña. Los nombres dan una idea del eclecticismo que tiene esta obra cinematográfica coral: el francés Laurent Cantet (La fuente), el palestino Elia Suleiman (Diary of a Beginner), el franco-argentino Gaspar Noé (Ritual), el español Julio Medem (La tentación de Cecilia), el cubano Juan Carlos Tabío (Dulce amargo), el argentino Pablo Trapero (Jam Session) y el actor puertorriqueño Benicio del Toro (El Yuma), quien debuta detrás de cámara. Como se trata de estilos muy diferentes –e, incluso, también culturas–, los cortos de los realizadores son independientes entre sí pero todos transcurren en La Habana y en la mayoría de los casos –salvo en el de Tabío– es la mirada de un extranjero la que se posa soba la capital de Cuba.
“Cuando me convocaron hace unos años dije que sí automáticamente, antes de saber cuándo se iba a filmar, porque sentía que era una buena oportunidad para devolverle a la ciudad un montón de cosas que yo viví allí, sobre todo en el festival”, cuenta Trapero a Página/12. De hecho, su corto, Jam Session, es un pequeño homenaje al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, un evento que cada año modifica la vida de los habaneros a tal punto que muchos se piden las vacaciones por adelantado para poder asistir a las proyecciones. Trapero presentó en La Habana sus cortos y sus largometrajes y reconoce que siempre lo trataron muy bien. La diferencia para este proyecto es que, “a pesar de que no tuve mucho tiempo de estar con la gente o conversar porque estaba trabajando y las jornadas eran muy intensas, sí pude descubrir y conocer lugares de La Habana que si no hubiera sido por la película nunca hubiera conocido”, cuenta el director de Elefante blanco. Su corto tiene como protagonista al cineasta serbio Emir Kusturica, quien llega a La Habana a recibir un premio del festival. Pero no llega en el mejor estado, producto de una crisis con su pareja. En el lapso que está en la ciudad entabla una relación de amistad con el chofer encargado de transportarlo y descubre en él una cualidad que él también tiene.
–¿La idea general del film es retratar el alma de la ciudad antes que el paisaje?
–Sí. Más allá del gusto personal de cada uno con los cortos, es una mirada que te permite ver distintos aspectos sobre la vida en Cuba (en lo que te pueden dar los quince minutos que dura) más que una mirada fotográfica. Por supuesto que nuestra mirada es la de gente que viene de afuera. Por eso yo también elegí contar la historia desde el punto de vista de alguien que llega. Pero incluso así, también te deja ver una realidad que es muy de La Habana y muy de Cuba en general: hay mucha gente que viene de afuera y hay muy poca gente que puede salir. Entonces, eso también genera muchos choques. Y eso se ve claramente en la película.
–¿Su corto busca reflexionar sobre las diferencias entre un personaje conocido y otro anónimo?
–Sí, y sobre la vida pública y la vida privada. Esto no necesariamente tiene que ver con que el director de cine o el actor son famosos: todos tenemos una vida pública. Y eso habla también de lo que es Cuba. Ninguno de nosotros es igual en el trabajo que en casa con pantuflas. Todos tenemos el mundo íntimo y el mundo público. Y en Cuba, y específicamente en La Habana –donde las personas tienen tantos roles distintos, ya que no solamente tienen un solo trabajo sino posiblemente varios–, esa vida pública también cambia. Y también la vida íntima se ve un poco afectada porque, a veces, la intimidad se pierde un poco, se expone mucho por varios motivos. Se entrecruzan mucho la intimidad de unos con la de los otros. Y sentía que eso hablaba un poco de la ciudad: este mundo entre lo íntimo y lo público. Por supuesto que se ve mucho más extremo en el personaje de Emir (Kusturica) que es un tipo famoso que llega a La Habana, pero también se ve claramente en el personaje del chofer que tiene estas distintas vidas que se van descubriendo hacia el final.
–¿Por qué eligió a Kusturica como protagonista?
–Principalmente, porque es un personaje que me parecía muy cinematográfico. Sabía que él podía actuar. Lo había visto en algunas películas y me parecía que también tiene un mito por detrás. Entonces, busqué unificar varias cosas: una ciudad que genera muchas fantasías como La Habana, el festival que es un mito para el cine latinoamericano, un director como Kusturica que es un mito con dos Palmas de Oro y que también es músico. Tiene una relación con nuestra cultura latina, con Latinoamérica, con la Argentina, donde viene seguido a tocar. Fueron varias razones. Por sobre todas, sentía que era un personaje divino para retratar, más allá de que todo lo que ves es pura ficción. Y también se ve a un gran actor porque él en la vida cotidiana es un tipo más parco.
–O sea que Kusturica no hace sólo de él mismo sino que un poco crea un personaje...
–Es un personaje. Además, fue la propuesta desde el inicio. La primera vez que hablé con él, le dije: “Quiero hacer una película donde vos vas a ser Emir Kusturica, pero tenemos que hacer algo que sea divertido y también podamos ‘perder’ el respeto por esa imagen que la gente tiene de vos. Juguemos un poco”. Y fue supergeneroso y participativo en ese sentido. Era jugar con su imagen y que él se animara, porque justamente no es Kusturica haciendo otro personaje sino de sí mismo en situaciones muy extremas.
–¿Y la crisis del protagonista es solo afectiva o hay otras razones?
–Bueno, en realidad, la historia cuenta esta crisis afectiva que incide un poco en su vida profesional. Pero es principalmente una situación afectiva que lo tiene muy preocupado. No queda del todo claro exactamente qué es, pero lo vemos que llega en un estado en el que está muy angustiado. Y justamente pone en jaque la vida pública. Esta vida privada dialoga con la vida pública que debe tener.
–¿La amistad que entabla con el chofer habla también de la apertura al diálogo que tienen los cubanos?
–Habla de muchas cosas. Yo sentía que, por un lado, nos permitía conocer la intimidad de alguien de La Habana. El hecho de que este vínculo se hiciera tan estrecho nos permitía descubrir, a través de gestos o pequeños comentarios, una arista distinta de la ciudad y de un cubano que, bueno, no se puede generalizar. Pero también nos permitía ver esta posibilidad multitareas: se describe un par de cosas que hace el chofer pero podés imaginar que hace otras muy distintas. Y también la necesidad que tiene de comunicarse y expresarse a través de la música y de la palabra. Es muy contradictorio lo que pasa en La Habana y en Cuba en general: el amor que la gente tiene por su país, por su historia y las dificultades que atraviesan, la necesidad de salir, de debatir sobre sus cosas. Entonces, la gente habla mucho de lo que le pasa.
–El corto de Medem, La tentación de Cecilia, aborda un tema que se ha discutido mucho: si quedarse en Cuba con las dificultades que eso tiene o irse al extranjero con un futuro promisorio. ¿Cómo observa este tema a partir de las nuevas medidas implementadas por el gobierno de Raúl Castro que otorgan una mayor apertura, facilitando a sus ciudadanos salir del país sin las restricciones que tenían hasta la actualidad?
–Ese proceso de cambio que está viviendo Cuba habla también de lo que la gente quiere. Porque muchas personas, con todas las dificultades que hay en Cuba, entienden que esas dificultades tienen que ver con otras cosas que se vuelven a favor. Pero una de las cosas que yo creo que más angustiaba a la gente era esa imposibilidad de salir, esa sensación de sentirse encerrados cuando el mundo sí puede ir a ver. Cuba es un país que frente a un aislamiento total, producto de la política internacional y también de la política interna, ha logrado sobrevivir con dificultades económicas tremendas que todos conocemos. Si uno mira otros países del Caribe sin bloqueo, puede entender un poco más a Cuba. Es muy difícil de leer pero es muy interesante cuando podés entrar y salir de distintos países del Caribe. Esto es un cambio que va a ayudar mucho a Cuba porque también hay muchas situaciones de angustia, sobre todo por la gente que está afuera, por los que no pueden volver, por esta situación que fue tan dolorosa para las familias que se vieron partidas. Y va a ayudar a la reconciliación. Me parece muy importante esa reconciliación porque va a ser muy bueno para el futuro. Algo que ya pasa hace muchos años es la gran falencia de lo que pasa en Cuba: no podés prohibirle a la gente que vea el afuera. Eso nunca ayuda a que se generen cosas buenas. Por eso, la medida me parece una muy buena señal de cara al futuro y la gente también está muy entusiasmada, a pesar de que sigue siendo muy crítica con los cambios que hubo en los últimos cuatro o cinco años.
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