CINE › JUAN PALOMINO, LUIS ZIEMBROWSKI Y EL DIRECTOR NICANOR LORETI PRESENTAN EL ESTRENO DE DIABLO
Así definen al protagonista de la ópera prima de Loreti, un boxeador apodado El Inca del Sinaí, una rara mezcla de peruano, judío y peronista. “Podría haber sido alguien importante, pero lo tocó la mano trágica de Dios”, sentencian.
› Por Facundo Gari
“Un gran guión”, coinciden los actores Juan Palomino y Luis Ziembrowski sobre lo que los motivó a actuar en una película “atípica” como Diablo, del multifacético Nicanor Loreti, que se estrena hoy (un 6D que invita a la apofenia) en salas comerciales. Sin dudas, una nueva muestra de la ascendencia del Cine Independiente Fantástico Argentino (denominación del cineasta Esteban Rojas) y, de modo más amplio, de la reivindicación de la cultura nerd. Tanto es así que este film de género fue premiado en el concurso de óperas primas del Incaa y en la competencia argentina del Festival de Mar del Plata del año pasado, galardón que en la última edición fue para otra realización del palo: Hermanos de sangre, de Daniel de la Vega. Que Loreti sea periodista además de director, guionista y productor, que su formación cinematográfica haya sido entre las aulas de la Universidad del Cine y la redacción de la revista especializada La Cosa, entre lo instituido y lo emergente, no es en ese sentido casual, y le permitió dosificar en su ópera prima dosis parejas de rigor y de riesgo, de escuelita y de potrero.
Sí es fortuito aunque ganchero que Diablo tenga como personaje principal a un boxeador, en el clima de revival de los cuadriláteros desde el título mundial obtenido por Maravilla Martínez. Peruano, judío y peronista, Marcos Wainsberg (Palomino recargado), alias El Inca del Sinaí, cuelga los guantes no por haber conocido la derrota, sino por haber comprado cara la victoria: la secuencia de apertura lo muestra en el ring que será el último al que se suba su kármico oponente. De ahí, a la cotidianidad de la guarida barrial, en la que se lo observa reflexivo, hasta que el amor irrumpe al teléfono: su ex novia, a quien se la vio aterrorizada durante la pelea, llegará en una hora para una aparente reconciliación. Entre las visitas se cuentan un incisivo policía judío (Ziembrowski, que dejará la charla con Página/12 por una emergencia familiar y será “reemplazado” por Nicolás Galvagno, coguionista del film) y otros tantos personajes interpretados por una heterogénea tropa de intérpretes, entre otros Luis Aranosky, Jorge D’Elia, Hugo “Kato” Quiril, Vic Cicuta y Gustavo Sala, ilustrador de sendos volúmenes de Cult People, compilaciones de entrevistas de Loreti a creadores clase B de fama internacional.
–A propósito de tipos grossos, Alex Cox, referente británico del cine de culto, aseguró que Diablo es mucho mejor que la obra entera de Quentin Tarantino. ¿Demasiada presión?
Nicanor Loreti: –Los directores extranjeros tienen sus egos con respecto a Hollywood y qué significa cada realizador, así que lo que piense Alex de Tarantino es muy subjetivo. No concuerdo para nada, claro, pero a él la película le gustó mucho, lo cual está buenísimo.
–Uno de los puntos destacados son las actuaciones. Palomino, Ziembrowski, ¿qué los movió en principio a sumarse a una película no convencional en el circuito comercial?
Juan Palomino: –Me cautivó ese mundo tan particular, mezcla de texturas, de lenguajes y de la mirada que se tiene sobre la cultura judaica, peruana y peronista.
Luis Ziembrowski: –Una forma particular de contar y un equipo alentador. Mi participación es acotada, pero al mismo tiempo de una amplia libertad. Improvisamos mucho, trabajamos planos-secuencia con pautas de Nicanor y con un ingrediente no muy común para mí en el cine: el humor. Un humor bastante trash, que posibilita la construcción de un mundo originario, como una Babilonia que estalla y se violenta, con un sentido de farsa muy profundo.
–El humor tiene sus estereotipos. ¿Cómo le hicieron frente a la amenaza de predictibilidad?
L. Z.: –La complejidad está en que la expansión expresiva puede llegar muy al borde, y ahí hay riesgo. También está la conducción de Nicanor: somos parte de un mundo que sólo el director sabe cómo contener.
J. P.: –Hubo un plan trazado, también un aporte muy grande de los actores. Por ejemplo, la nacionalidad de Marcos fue idea mía: “Vamos a joder conmigo, que algunos no saben si soy argentino o peruano”. Lo mismo los tatuajes de Evita y Perón en el pecho. Después, la suma de buen guión, buen director, buen equipo técnico y una complicidad lúdica con los actores compañeros sucede pocas veces. En contadas oportunidades he vuelto a casa tan sonriente.
L. Z.: –Todo eso va de la mano de películas de bajo presupuesto. Hay rigor, eh. Hay que trabajar sobre la luz, sobre la construcción de la imagen propuesta por Nicanor y el director de fotografía, Claudio Beiza; sobre recorridos con movimientos de cámara particulares. Por otra parte, hay actores que traccionan la historia: Juan es el que baja una línea cotidiana del acontecimiento; uno llega y se tiene que sumar a algo que ya funciona. En ese sentido, elogio su tarea, su ánimo para jugar y trabajar.
–Diablo admite influencias de Tarantino y de Guy Ritchie, dos directores que han recurrido al boxeador marginal y perdedor. ¿Qué características distintivas tiene esa figura aquí?
J. P.: –El Inca del Sinaí habla de una identidad nuestra, lo cual lo aleja de Rocky o de Toro Salvaje. Ya el nombre es una locura: es inca y judío, mezcla que habla de su sudamericanismo. Podría haber sido alguien importante, pero lo tocó la mano trágica de Dios. Es clave el tema de la violencia incentivada por el afuera y cómo el personaje reacciona.
N. L.: –El origen de la idea es un chabón indestructible que puede contra todo. En la historia pasa eso: rompe unas esposas y se enfrenta a veinte tipos armados, pero está todo el tiempo tratando de no hacerse cargo del lugar de héroe. En ese sentido, representa la clase media que mira para otro lado. Me resulta similar a Escape de Nueva York, de John Carpenter, en la que Kurt Russell no quiere hacerse cargo de que es un luchador antisistema, pero en la historia hace todo para serlo. Como figura de boxeador, me gusta el tipo que podría ser mucho más, como Bruce Willis en Pulp Fiction o Brad Pitt en Snatch, de Ritchie.
–Los últimos grandes films sobre superhéroes coquetean con eso del “héroe a su pesar”, en momentos en los que amagan con abandonar las calzas. Aparecen ciertas contradicciones introspectivas que los ponen en crisis, pero al cabo no dejan de defender los valores estadounidenses.
J. P.: –Hay una trampa ahí: te metemos los valores aunque creas que no, y con más vaselina que un chocolate en la boca. La batalla es ideológica.
N. L.: –En El caballero de la noche, el Guasón es súper anarquista y tiene un montón de ideas copadas, pero está loco y quiere matar a todos. En el caballero de la noche asciende, Bane plantea el caos como alternativa a que todo esté impuesto; que la gente elija, pero tiene una bomba atómica atrás. Ojo, la película es cinematográficamente impecable, pero habla un país que tiene bomba atómica, Guantánamo y otras cárceles alrededor del mundo.
Nicolás Galvagno: –En cuanto a sus valores, Estados Unidos es un país en el que los consumidores se pisan la cabeza hasta la muerte por un descuento. Esa también es su política exterior: pisarle la cabeza al mundo.
–Hablaron de un adentro y un afuera. ¿Por qué a Marcos le pesa la muerte en el ring, posibilidad “colateral” del boxeo, y ni se inmuta con las tripas que va limpiando en su casa?
J. P.: –La muerte de su oponente es anunciada, sabía que podía suceder, por eso le pesa. Las demás suceden por esa defensa que no quiero comparar con lo de Baby Etchecopar, porque acá hay una agresión: no vienen por la plata, vienen a torturarlo y humillarlo.
N. L.: –El disfrute de ver al ídolo caído existe mucho acá. Hay un juego con faltarle el respeto a un tipo que si te pone una trompada, te mata. Marcos tiene pocas pulgas, por eso explota todo. Es un Superman con mal carácter. Después, los héroes son así: Batman se los carga a todos y ni se aflige.
–El que se aflige es Hugo y, en un momento revelador, larga un discurso en clave anarco Robin Hood que descoloca, positivamente. Al comienzo se dice que Obama ha muerto y la moneda que se ve correr es el dólar. ¿Perspectiva de futuro, editorial sobre el fin del liberalismo, construcción de un mundo “paralelo”?
N. L.: –El discurso es un gran momento actoral de Boris. En ese pasaje se parece a Nicolás, que tiene eso de que hay que romper todo. En cuanto a la muerte de Obama, fue algo que improvisó Lloyd Kaufman, que es un director yanqui muy antisistema que hizo una colaboración. Quiso dar cuenta de que a los norteamericanos no les interesa quién es su presidente. También inventó el chiste de que la Argentina está entre Palestina y Ohio. Pero sí, en conjunto da la idea de que la historia transcurre un poco al costado de la realidad.
–¿Cuándo es suficiente sangre en este tipo de películas? ¿Cuándo llega el punto en el que se dicen: “Una gota roja más y rebalsa... el set”?
N. G.: –En el guión no había tanta sangre, pero en el rodaje Nicanor pedía más y más. Yo le decía: “Pará, Nica, tanta sangre no”, porque el film se volvía muy violento.
N. L.: –Es que a nivel imagen queda más lindo. Rebeca Martínez, la maquilladora, venía de hacer muchas películas de terror, y tenerla y no poner sangre era un desperdicio. Igual no hay tanta en Diablo, es más estilo Perros de la calle: aparece poca, pero cuando lo hace es a charcos.
–El cine de género tiene tradición en la Argentina, pero es sobre todo de producción under y presupuesto magro, y hasta hace no mucho era visto con recelo por parte de las instituciones que legitiman el Séptimo Arte. Diablo fue reconocida por el Incaa y en el Festival de Mar del Plata. ¿Por qué creen que se da esta apertura?
J. P.: –Hay mucha tilinguería con lo del Nuevo Cine Argentino, mucha mariconada. Hay una cosa “importante” del cine que creo que viene de la FUC. “Yo hago cine, no películas.” Hay gente que considera que hace cine y es muy aburrida, y hay películas que me divierten muchísimo. Además, hay una postura de que el humor es un género menor.
N. L.: –El Nuevo Cine Argentino apareció como respuesta a un cine masivo, pero ya es comercial más que cinematográfico. Es un lugar fácil en el que pararse: si hacés una película en la que no pasa demasiado y actúan correcto, nunca va a estar mal. Es más arriesgado hacer 76-89-03 (de Flavio Nardini y Cristian Bernard), que tiene un humor negro que si falla, súper pifiaste.
N. G.: –La situación está cambiando porque hay apoyo oficial. Faltaría el de las salas y el de la gente. Diablo no tiene nada que envidiarle a ninguna película de afuera: tiene acción, comedia, está bien filmada, bien actuada, tiene buena fotografía; toda la carne al asador para derrocar el preconcepto de que el cine de género es berreta.
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