Mar 11.12.2012
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CINE › MANOEL DE OLIVEIRA CUMPLE HOY 104 AñOS, EN PLENA ACTIVIDAD

“El cine me mantiene vivo”

Considerado uno de los grandes maestros del cine europeo, el director portugués acaba de estrenar un film protagonizado por Jeanne Moreau y Claudia Cardinale, y tiene otros dos proyectos en carpeta. “Su energía es increíble”, confiesa Cardinale.

Desde Lisboa

Cuando en julio pasado estuvo internado durante algunos días por debilidad cardíaca en un hospital de Gaia, en su Portugal natal, Manoel de Oliveira cansó con su insistencia a los médicos: “¿Cuando me dejan salir? ¡Tengo tanto que hacer!”, repetía una y otra vez el cineasta en actividad más longevo del mundo. “El cine me mantiene vivo”, asegura este hombre que hoy celebrará su cumpleaños número 104 en su casa de Oporto, en el norte de Portugal, rodeado de sus numerosos parientes. Apagará las velitas sin pensar aún en la “jubilación”.

Hace sólo pocas semanas que su última obra, Gebo y la sombra, con Claudia Cardinale, Jeanne Moreau y Michael Lonsdale, fue estrenado en los cines portugueses, tras presentaciones en los festivales de Venecia y Toronto. Pero el inquieto director y guionista ya está elaborando nuevos proyectos. “Siempre tiene muchos proyectos en mente; ahora está preparando al mismo tiempo dos películas que están en la fase de captación de fondos”, dijo un miembro de su familia a la agencia noticiosa Lusa. Se trata de los films O Velho do Restelo (El Viejo de Restelo), inspirado en textos de Camoes y Cervantes, entre otros, así como A Igreja do Diabo (La Iglesia del Diablo), basado en cuentos de Machado de Assis, según reveló el productor Luis Urbano.

Oliveira parece incombustible. “La energía que tiene es increíble. Cuando filmamos juntos en 2011 en París, todos los días, antes de ir al set, se iba a nadar”, cuenta la legendaria actriz italiana Claudia Cardinale. “No tengo otra explicación para dar sobre mi longevidad que el cine y la natación”, declaró en 2009 el Festival de Berlín. “He nadado toda mi vida y lo sigo haciendo diariamente. Quizá tenga algo que ver una cosa con la otra.”

El veterano portugués es considerado uno de los cineastas más importantes y respetados de Europa. Goza de la admiración de auténticos grandes del ramo, como el alemán Wim Wenders, en cuya película Lisbon Story (1994) participó como actor invitado. Tanto Clint Eastwood como Dustin Hoffman, quien a los 75 años se acaba de estrenar como cineasta, lo consideran “el gran ejemplo”. En una reciente entrevista al diario portugués Correio da Manha, Hoffman reveló toda su admiración: “Me guío por él. Tiene 103 años y aún trabaja. ¡Fantástico!”.

Los temas principales de las películas de Oliveira son el amor no correspondido, la tentación carnal, la ambición por el poder y el reto a la muerte, acompañados por fina ironía y un humor a veces negro. A pesar de que la crítica no se cansa de elogiar su obra, colocando al realizador a la altura de directores como Jean-Luc Godard, Luis Buñuel o Federico Fellini, el maestro luso es casi un desconocido para las grandes masas, incluso en su propio país. Esto, sin embargo, lo tiene sin cuidado, ya que no le gusta el cine comercial: “Simplemente intento fijarme en la complejidad de las cosas, aun cuando ello no me reporte beneficios”, señala.

“El Matusalén de los cineastas” fue un auténtico autodidacta. Cuando agarró su primera cámara, en los años ’20, en su ciudad no había más que un estudio de cine mudo, ya abandonado. Comenzó a filmar “de verdad” en 1930, con una película muda sobre el río Duero. A esta ópera prima, Duero, faena fluvial, le siguieron varios documentales, y en 1942 llegaba a los cines su primer largometraje de ficción, Aniki-Bobo, una historia de amor ambientada en el mundo de los niños. El film causó mucha polémica en Portugal, ya que los sectores conservadores lo consideraron amoral. La falta de recursos y la represión de la dictadura de Salazar en Portugal (“era muy difícil filmar con los militares”, contó) obligaron a Oliveira a dejar el séptimo arte por muchos años.

Durante ese período se dedicó a las carreras de automóviles y a gestionar la empresa vinícola de su familia en Oporto. “Sin las cámaras y los autos hubiera sido probablemente un inútil total”, suele contar. Su verdadera carrera cinematográfica no comenzó en realidad hasta 1963, cuando realizó O acto da primavera, una película sobre el calvario de Cristo rodada enteramente con los habitantes de un pequeño pueblo.

Su actividad se intensificó en las dos últimos décadas. Desde 1990 lleva a la pantalla grande en promedio una película por año. “La energía me viene de los astros” o “si descanso, muero”, explica el prolífico realizador. Para Júlia Buisel, actriz y asistente de dirección del cineasta hace más de 30 años, no hay duda: “El cine es lo que motiva a Manoel de Oliveira a vivir, en lugar de quedarse en casa en pantuflas viendo la tele”.

El hombre que nació en Oporto el lejano 11 de diciembre de 1908, en el seno de una familia de la burguesía industrial, rodó con estrellas como Catherine Deneuve, John Malkovich y Marcello Mastroianni, y obtuvo casi medio centenar de distinciones, entre ellas el Premio del Jurado de Cannes en 1999 por La Lettre, protagonizada por Chiara Mastroianni. Desde hace un tiempo, el director de Viaje al principio del mundo y Belle toujours usa un bastón para caminar, pero al margen de ello sigue exhibiendo salud, alegría y fuerza impresionantes. “¡Viva el cine!”, gritó recientemente con voz fuerte y firme en el Parlamento de Lisboa, cuando recibió un premio más a su trayectoria, en momentos justamente en que el gobierno portugués –con la crisis económica como excusa– ha restringido las ayudas estatales a la producción cinematográfica. Es que Oliveira no se cansa de rodar, pero tampoco se cansa de luchar. A principios del mes en curso, en una carta abierta de varios intelectuales al primer ministro Pedro Passos Coelho, el cineasta criticó duramente, como primer firmante de la misiva, los recortes de los fondos destinados a la cultura y al cine en especial.

En Gebo y la sombra, “una película sobre la honestidad, el honor y la pobreza”, como él mismo director explicó, puso el dedo en la llaga de la desesperación de sus compatriotas ante el crecimiento del desempleo en un país marcado por una tremenda crisis económica y severas políticas de austeridad. Sus compatriotas, más que nunca, se ven obligados a aplicar la receta que Oliveira usó toda su vida: “La fe. Es imprescindible. Sea moral, política o ética. Sin fe no se sobrevive”, sostiene Manoel de Oliveira.

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