Miércoles, 26 de diciembre de 2012 | Hoy
CINE › BALANCE DE LA TEMPORADA DE ESTRENOS INTERNACIONALES 2012
Fue un año record de público, con más de 45 millones de espectadores y las grandes producciones de Hollywood en 3D acaparando pantallas. Aun así, se pudieron ver grandes films como Drive, Essential Killing y La separación, entre otras.
Por Luciano Monteagudo
La tendencia de las últimas temporadas hizo eclosión en 2012: fue un año record de asistencia de público, con más de 45 millones de espectadores (una cifra que no se alcanzaba desde fines de los años ‘80), pero con una oferta cada vez más concentrada, con las grandes producciones de Hollywood acaparando pantallas y llevándose la parte del león de la boletería. Por poner apenas un ejemplo: una sola película, La era de hielo 4 –¿hasta cuánto habrá que seguir contando para se agoten las franquicias?–, se llevó el diez por ciento de ese enorme caudal de espectadores. Y el 3D, claro, tuvo mucho que ver: doce millones y medio de espectadores eligieron la tridimensionalidad, lo que implica que el formato en sí mismo funciona como un imán más poderoso que las propias películas.
Pero más allá de los números, las obras son finalmente las que quedan en ese archivo tan arbitrario como perdurable que es la memoria. Y un balance es –en tiempos donde el vértigo del consumo empuja a la fugacidad y el olvido– también recuerdo, presencia, memoria. El cine argentino, como es habitual, merecerá un balance aparte, por su complejidad intrínseca y sus dimensiones, que también fueron impactantes este año. Y el repaso del cine internacional 2012 no puede dejar de señalar la brecha cada vez más profunda que se establece entre el circuito comercial de estrenos regulares y las formas alternativas de acceder al cine del mundo.
A esta altura del partido –y no sólo en Argentina– los festivales se han convertido en un circuito de difusión alternativo, donde se puede ver mucho del mejor cine que no llega a las salas cada jueves. En este sentido, el Bafici, Mar del Plata y el DocBuenosAires cumplen una función cada vez más primordial: la de dar a conocer en tiempo real la actualidad del cine que importa. Otras formas alternativas, como el downloading y el streaming, ganan también cada año más adeptos, sobre todo entre las franjas de espectadores más jóvenes. Pero por sofisticados que sean los equipos de reproducción hogareños, la experiencia social de la sala oscura –que algunos ya denominan “el vivo” del cine– sigue siendo irremplazable.
Hechas estas salvedades, el cine nuestro de cada jueves deparó varios grandes estrenos, aunque algunos llegaron con una considerable demora, como fue el caso de la extraordinaria 35 rhums (2008), de Claire Denis, o el documental Figuras de guerra (2010), de Sylvain George, ambos sobre esa realidad que a Europa le cuesta mirar de frente: la inmigración. De Francia también se destacaron Fuera de Satán, de Bruno Dumont, con su misterio místico, y Tournée, de Mathieu Amalric, que volvió a demostrar la aptitud como director de este notable actor, uno de los talentos más versátiles del cine de su país. El artista, en cambio, ganadora del Oscar al mejor film, pareció sobrevalorada, una celebración no tanto del Hollywood del pasado como del pasado mismo, una suerte de canto del cisne al cine mudo, justamente cuando la industria atravesaba una transición casi tan traumática como la que atraviesa hoy, cuando todo su sistema se está reconfigurando al presente digital.
La invención de Hugo Cabret –que aun ganando tantas estatuillas como El artista (cinco) se quedó apenas con los premios técnicos, siempre considerados menores– trabajó en el sentido inverso. La película de Martin Scorsese evoca, es cierto, la figura de un pionero como Georges Méliès, pero lo hace con los recursos técnicos, estéticos y narrativos del cine de hoy. Y reivindicando además la capacidad visionaria de Méliès, su idea de futuro, de lo que vendrá.
Hablando de Oscars... El premio al mejor film extranjero de la Academia de Hollywood a La separación, de Asghar Farhadi, vino a ratificar que el cine iraní sigue siendo una cantera de talentos, a pesar del régimen asfixiante al que está sometido. Aquello que en un comienzo puede parecer apenas un pequeño drama doméstico va creciendo en densidad e implicancias de todo tipo, hasta que el film de Farhadi adquiere una complejidad impensada. La separación aborda primero problemas de clase, luego –a raíz de una serie de mentiras y manipulaciones de todas las partes involucradas– plantea cuestiones de orden cívico e incluso ético y, finalmente, como corresponde a una sociedad gobernada por un régimen teocrático, aparecen conflictos religiosos y de conciencia.
Aunque en una cuerda completamente distinta, otro gran estreno del año fue Essential Killing, del polaco Jerzy Skolimowski, con Vincent Gallo en el papel protagónico. Física y visceral, Essential Killing ostenta una narración puramente visual y no tiene necesidad de apoyarse en un solo diálogo (aunque el sonido tiene una importancia dramática fundamental, considerando que el fugitivo ha quedado casi sordo, por causa de una explosión). Arena primero y nieve después son los elementos que le dan un imponente marco escenográfico al film de Skolimowski, que parece haber planteado su película como un ejercicio extremo: experimentar cuánto tiempo es capaz de sostenerse un relato en el que cada escena –incluso la primera– podría ser la última, la definitiva.
Esa idea de que menos es más también podría aplicarse a Drive, otra incursión en Hollywood del director danés Nicolas Winding Refn. Su protagonista (Ryan Gosling) casi no habla, las situaciones dramáticas son básicas –un robo, una fuga, un romance, una venganza–, los personajes se pueden definir mejor como arquetipos, pero ese despojamiento, ese laconismo esencial parece dialogar de manera muy locuaz con todo un costado, bastante marginal por cierto, de la historia del cine: con los héroes violentos y silenciosos de Leone, con la ética de los samurais de Jean-Pierre Melville, pero también con las melancólicas luces de neón que brillaban en Desafío, de Walter Hill, y en Vivir y morir en Los Angeles, de William Friedkin.
En esa misma línea ascética, pero con un estilo inconfundiblemente propio, el finlandés Aki Kaurismäki propuso la notable El puerto, que puede contarse entre sus mejores trabajos, un film –como todos los suyos, por otra parte– pleno de nobleza, ternura, humor y una poesía no por austera menos expresiva. Como siempre en Kaurismäki sus personajes son los llamados “perdedores”: desempleados y marginales, hombres y mujeres que han ido quedando excluidos del vértigo de la modernidad y que, sin embargo, han sabido mantener su dignidad. Tan fieles a sí mismos como Kaurismäki, los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne iluminaron la cartelera porteña con El chico de la bicicleta. El film más reciente de los realizadores de El hijo no es tanto la búsqueda de un padre como la educación de un chico que debe aprender a valerse por sus propios medios, sin por ello dejar de confiar en los demás. Los Dardenne, a su vez, fueron los productores de El ministro, de Pierre Schoeller, un valioso aporte francés a los estrenos del 2012.
De Alemania provino a su vez uno de los mejores films del año, El mal del sueño, de Ulrich Köhler. Premiado con el Oso de Plata al mejor director en la Berlinale 2011, el tercer largometraje de Köhler, es esa clase de films que resultan mucho más ricos y complejos de lo que su mera apariencia indica. Si el continente africano ha sido siempre una fuente inagotable de fantasías para los creadores europeos, el film de Köhler no reniega de esa tradición, asociada con el misterio y la aventura, pero al mismo tiempo sabe cómo ponerla en crisis, cuestionando cada uno de sus clichés y desarticulando la clásica peripecia narrativa. Detrás de las experiencias de una familia blanca en el corazón del Africa negra, Schlafkrankheit reflexiona sobre las relaciones asimétricas de poder en una sociedad poscolonial y se pregunta por la pertinencia de ciertos programas de ayuda humanitaria, concebidos desde el paternalismo eurocéntrico.
Un repaso de los estrenos del 2012 no puede omitir mencionar un film que pasó injustamente inadvertido, como Tilva Ros. La sorprendente ópera prima del realizador serbio Nikola Lezaic tiene la virtud de ir más allá de la mera descripción del universo adolescente de los skaters para ir construyendo toda una red de tensiones entre sus personajes, que reflejan a su vez los conflictos de toda una sociedad. Lo notable del film de Lezaic es la manera en que articula distintos niveles de lectura sin resignar jamás la ligereza y espontaneidad de su puesta en escena, asombrosa para un director debutante.
Algunos grandes nombres aparecieron por partida doble en la cartelera local 2013. Steven Spielberg dijo presente con dos de sus mejores películas de los últimos años: Las aventuras de Tintín, lograda adaptación de la célebre historieta de Hergé, y Caballo de guerra, una celebración del cine clásico imbuida por el espíritu y la obra de John Ford, que estuvo a la altura de su inspirador, lo que es decir mucho. El siempre prolífico Tim Burton también propuso un combo hecho de cine animado y material vintage con Frankenweenie, remake de uno de sus primeros cortos, y Sombras tenebrosas, basada en una vieja serie de televisión hoy convertida en objeto de culto. Por su parte, el canadiense David Cronenberg consiguió llamar más la atención (algo lógico en una ciudad tan psicoanalizada como Buenos Aires) con Un método peligroso, su recuento de las relaciones entre Sigmund Freud, Carl Gustav Jung y su discípula Sabina Spielrein, que con Cosmópolis, su prolija rendición de la novela homónima de Don De Lillo.
¿Comedias? Hubo de todo –A Roma con amor, de Woody Allen; Los Muppets, de James Bobin; Ted, de Seth MacFarlane, e incluso Madagascar 3: los fugitivos fueron muy celebradas– pero sin proclamarse como tal, Moonrise Kingdom, de Wes Anderson, fue de las más logradas y originales, como corresponde al autor de La vida acuática y Los excéntricos Tenenbaum.
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