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Martes, 8 de enero de 2013

CINE › A LOS 75, DUSTIN HOFFMAN DIRIGIó QUARTET

Una cuenta saldada

Entre terrores propios y falta de ofertas ajenas, el actor nunca había podido debutar como cineasta. Su primer film está basado en una obra teatral sobre músicos retirados que montan un concierto.

 Por James Mottram *

Suena extraño que un actor con una carrera cinematográfica de 45 años y dos Oscar en sus vitrinas esté paralizado por el miedo al fracaso. O, en todo caso, que hable tan abiertamente sobre el tema. Pero Dustin Hoffman es diferente. “No lo sentí como un fracaso”, confiesa, acercándose. “Yo era un fracaso.” En la entrevista, él se ve como todo lo contrario a eso. Vestido con una camisa celeste y pantalones oscuros, con su abundante cabello plateado peinado hacia atrás y su piel bronceada, Hoffman irradia salud. Y no es para sorprenderse: a los 75, la estrella de El graduado finalmente se graduó al hacer su debut como director con Quartet.

Fracaso. Hoffman recuerda cuando recibió el AFI Lifetime Achievement Award en 1999. Viejos amigos como Warren Beatty acudieron a rendirle homenaje; debería haber sido un momento de orgullo. En cambio, él se fue a su casa, se preparó para acostarse y empezó a tener un ataque de pánico. “Y nunca había tenido uno antes. Ahora entiendo cómo se siente porque yo quería saltar por la ventana. Es un dolor visceral, es horrible. Te sentís como si estuvieras devorándote a vos mismo. Yo era lo opuesto a alguien a quien celebrar, porque sentía que eso era todo: sonaba como una elegía y mi vida estaba terminada, y sentía que ni siquiera había empezado a hacer lo que quería.”

¿El problema era su vida personal? Difícilmente. Hoffman tiene seis hijos: dos de su primer matrimonio y cuatro de su unión de 32 años con su segunda esposa, Lisa. El actor estaba perplejo y fue directo a terapia “para descubrir” qué había causado este ataque, un proceso que llevó a una interrupción de su trabajo que no terminó hasta su retorno en 2002 con La vida continúa. “Creo que, de algún modo, ver todo el trabajo que había hecho me separó de la vida. No podía pensar en la vida que había vivido mientras estaba haciendo todo eso. En ese punto inventé la expresión ‘mi vida es como un queso suizo: llena de agujeros’.”

Ciertamente, si había algo especial que lo machacaba insistentemente era que nunca había dirigido, algo a lo que finalmente ha arreglado con Quartet. “Soy de posponer las cosas”, dice encogiéndose de hombros. Pero hay más que eso. “A lo largo de los años desarrollé cosas por las mías y siempre encontré una excusa para decir ‘no está listo, no está bien’.” Beatty le dijo que nunca esperara que un guión estuviera bien porque nunca iba a estarlo, pero Hoffman seguía esquivando proyectos. “¡Eso fue neurótico, cobarde y autodestructivo!”

Con una reputación irremontable como perfeccionista en la pantalla, lo más cerca que estuvo fue dirigir Libertad condicional, el film de 1978 en el que interpretó a un ex convicto que recién salía de la cárcel. Fue un proyecto preciado que él inició y empezó a dirigir, sólo para “despedirse” a sí mismo después de unos días y contratar a Ulu Grosbard. Nunca más se acercó a la dirección. “Hollywood, como cualquier otro negocio, es reactivo”, argumenta. “A menos que hayas probado tu valor, no te ofrecen nada para dirigir. Puede que te ofrezcan cosas en las que actuar, si demostraste tu valor, pero no para dirigir.”

Hoffman siempre estaba demasiado ocupado demostrando su valor en la pantalla como para comprometerse con un proyecto fuera de ella. En los ’60 y los ’70 fueron Perdidos en la noche, Todos los hombres del presidente y Kramer vs. Kramer, que le dio su primer Oscar. En los ’80, fueron Tootsie y Rain Man, su segundo Oscar. Más recientemente, él saltó de comedias excéntricas (como I Heart Huckabees y El mundo según Barney) a asuntos más mainstream (Los Fockers: la familia de mi esposo, Kung Fu Panda).

De cualquier modo, nunca había dirigido. Hasta ahora. Adaptada por Ronald Harwood de su propia obra teatral, Quartet está inspirada por el documental de 1984 Tosca’s Kiss, ambientada alrededor de Casa Verdi, en Milán, una mansión que el famoso compositor construyó específicamente para albergar a cantantes de ópera retirados. “¿Por qué sí hice ésta? Fue la que me ofrecieron”, responde sin rodeos. “Me dijeron: ‘Tenés que contestar por sí o por no, o seguimos adelante’. De hecho, dije que no. Y mi mujer dijo: ‘No, no, no. Vas a hacer esto’.”

Con las actuaciones de Billy Connolly, Maggie Smith y Tom Courtenay, entre otros, quienes interpretan a músicos retirados que deciden montar un concierto, el film es bastante evocador, evidentemente diseñado para facturar con el público de más de 50 que fue a ver El extraño hotel Marigold. Este no es el Hoffman de sus años mozos sino el alma amable de La última oportunidad. Pero él está contento de haber acorralado a su demonio. “Es la mejor venganza contra la mortalidad”, sonríe. “Quizá si progreso en la vida, desde ahora pueda tener menos agujeros.”

Y vuelve al tema del fracaso que, de acuerdo con Hoffman, es un miedo mucho más profundamente asentado que simplemente entrar en pánico después de una ceremonia, honrando a su carrera. “Creo que lo que sentís sobre vos mismo durante los primeros años nunca te abandona”, dice. “Mi hermano era el estudiante brillante y el atleta estelar, y yo no era ninguna de las dos cosas. No me podía concentrar en la escuela y ahora siento que debería haberla adorado, porque me encantaba leer y aprender, pero estaba de algún modo programado para pensar que él era un éxito y yo un fracaso, y eso nunca me abandonó. Mi infancia y mi adolescencia son los peores recuerdos que tengo en mi vida.”

Hoffman, que a esta altura bien podría estar recostado en un diván, asegura que su avance surgió en terapia. “Nunca tuve un sentido de mí mismo, jamás. Siempre me sentí fragmentado, sin saberlo conscientemente. Y la primera vez que me sentí centrado, irónicamente, fue interpretando a otro.” Aunque esto pueda explicar por qué Hoffman ha sido tan increíblemente bueno durante todos estos años al habitar la piel de otra gente, es un entendimiento que finalmente le ha permitido dar rienda suelta a su cineasta interior. Y ahora tiene hambre de más. Menciona al director portugués Manoel de Oliveira, de 104 años: “Ese es el tipo al que miro. ¡Todavía sigue haciéndolo!”. Así que quizás esto sólo sea el comienzo de una nueva carrera para Dustin Hoffman.

* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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