CINE › QUENTIN TARANTINO HABLA DE DJANGO SIN CADENAS, SU REVISION DEL SPAGHETTI-WESTERN
El Django de Tarantino es un ex esclavo, que antes del comienzo de la Guerra de Secesión se dedica a la caza de cabezas. “¿Cómo podría no ser violenta una historia que trata sobre algo tan violento como la esclavitud?”, dice el director.
› Por Bruce Silverstein
Quentin Tarantino y la negritud. Quentin Tarantino y el cine italiano más denigrado. Quentin Tarantino y los géneros bastardos. Quentin Tarantino y la Historia.
Todo comenzó en 1997 con Jackie Brown, en la que –se suponía– el nativo de Tennessee homenajearía a las blaxplotation movies de fines de los ’60 y comienzos de los ’70. Homenaje que en los hechos quedó reducido al protagónico de la inmensa Pam Grier, protagonista de varias de aquellas películas. Estilizada, melancólica y relajada, la película en sí no se pareció nada a aquellos films presurosos y desprolijos, con héroes negros que se vengaban de la sociedad blanca a tiro limpio. Luego vinieron Kill Bill I y II (2003/2004), donde Quentin metía todo el cine de artes marciales (y el animé) en una sola película. Más tarde fue el homenaje a los programas dobles de las salas de barrio, con el proyecto Grindhouse (2007), al que el ex empleado de videoclub aportó A prueba de muerte, resurrección de las películas de choques automovilísticos de los ’70. Enseguida, Tarantino lanzó Bastardos sin gloria (2009), remake de Quel maledetto treno blindato, del maledetto Enzo Castellari, donde cruzaba la ficción más desaforada con la Historia con nombre y apellido.
Y ahora es el turno de Django sin cadenas, que no es una remake, sino el aporte personal de Tarantino a la serie iniciada a mediados de los ’60 con Django, spaghetti western dirigido por su nuevo ídolo, Sergio Corbucci. Como Castellari, Corbucci hizo de todo, desde westerns hasta comedias eróticas, pasando por películas de Trinity, de mafiosos, giallos (el género de terror italiano) y, básicamente, todo lo que se le presentara. Según refiere en la entrevista que sigue, Tarantino se halla escribiendo un libro sobre él. Sin relación con el cantante homónimo, Django fue protagonista de más de una treintena de spaghetti westerns... en sólo seis años. Recientemente, ese pariente japonés de Tarantino llamado Miike Takashi releyó la figura de Django desde Extremo Oriente, en Sukiyaki Western Django (2007). Ahora, Tarantino lo pinta de negro. Literalmente.
Interpretado por el durísimo Jamie Foxx (Ray, Colateral, Miami Vice), el Django de Tarantino es un ex esclavo, que antes del comienzo de la Guerra de Secesión se dedica a la caza de cabezas. Junto a Foxx reaparece, en el papel de dentista-cazador de recompensas y contratista de Foxx, el alemán Christoph Waltz, a quien el realizador de Perros de la calle poco menos que “inventó” en Bastardos sin gloria, en el papel del villanísimo Hans Landa. Papel por el cual Waltz ganó su primer Oscar (vuelve a estar candidateado ahora). Leonardo DiCaprio se incorpora por primera vez al cine de Tarantino, en el papel de un sádico tratante de esclavos, y Samuel L. Jackson vuelve a reunirse –ahora como Tío Tom septuagenario y semicalvo– con quien lo consagró en Tiempos violentos.
Toda una tradición ya, como sucedió con casi todas sus películas previas, Tarantino vuelve a recibir varias nominaciones al Oscar por su nuevo film. Cinco en total, incluyendo Mejor Película, Protagonista y Guión Original. Aunque por uno de esos caprichos de la Academia, el propio Tarantino no resultó nominado como Mejor Director.
–Bastardos sin gloria era una remake de una película del italiano Enzo Castellari. En Django sin cadenas retoma al protagonista de una serie de spaghetti westerns de los años ’60 y ’70. ¿Qué le está pasando con el cine italiano de aquella época?
–¿Será que lo llevo en la sangre? (Risotada.) Desde hace tiempo que quiero hacer un western, y siempre supe que cuando lo hiciera tendría la estética de un spaghetti western, porque siempre me encantó ese género. Eran brutales, operísticos, excesivos, tenían humor negro, llevaban la violencia hasta un punto que se volvía casi surrealista. Hace como diez años empecé a pensar en un western protagonizado por un hombre negro, un ex esclavo que se había vuelto cazador de recompensas, cazando hombres blancos. Al mismo tiempo empecé a escribir un libro sobre Sergio Corbucci, el director de la Django original. Como parte de las giras de presentación de Bastardos sin gloria fui a parar a Japón, donde los spaghetti-westerns siguen siendo muy populares. Compré una cantidad de bandas de sonido de películas del género y estuve un día entero escuchándolas. Mientras las escuchaba se me presentó la escena inicial de la película. Así, de golpe. Y me puse a escribirla.
–Más allá de su deseo de filmar un spaghetti-western, usted se mete aquí con un tema histórica y políticamente denso para los Estados Unidos, como es el de la esclavitud, las relaciones de poder entre blancos y negros. ¿Cómo lo encaró?
–El de la esclavitud es un tema que los Estados Unidos siempre evitaron. En otros países donde sucedieron atrocidades (pienso en la Alemania de posguerra, por ejemplo), esos temas resurgieron en el curso del tiempo, se trataron, se discutieron, se repensaron. En mi país no sucedió eso. Y no se puede decir precisamente que sea un tema del pasado, en tanto los descendientes de aquellos esclavos son parte sustancial de la población de los Estados Unidos. Por otra parte, tampoco es que estemos hablando de un período breve, algo si se quiere pasajero: ¡Fuimos esclavistas durante dos siglos y medio!
–La película es muy violenta. ¿Se lo propuso como forma de shockear al espectador?
–¡Sí, claro! Imagínese, si es un tema que venimos evitando, la fuerza que hay que hacer para traerlo de nuevo. Pero además, ¿cómo podría no ser violenta una historia que trata sobre algo tan radicalmente violento como la esclavitud de un grupo étnico entero, por parte de otro grupo étnico? Yo lo que me propuse fue agarrar al espectador del siglo XXI y transportarlo a ese momento y lugar precisos –Mississippi, 1858– para que experimentara lo que representaba vivir allí.
–¿Hizo un estudio del tema y de la época?
–Estudié sobre todo lo que más me interesaba del tema de la esclavitud, que era lo más concreto: cuánto costaba un esclavo, cuánto costaba mantenerlo, cuántos esclavos trabajaban en cada plantación, cómo era el tema de los remates, cómo estaba estratificada la población de una plantación. Toda la data básica que se requiere para poder elaborar una ficción.
–¿Qué relación tiene la película con la era Obama?
–No sé, eso deberán pensarlo los historiadores. Lo que sé es que hice la película que quise hacer, sin tener en cuenta en lo más mínimo quién era el presidente de la Nación. Por otra parte, fíjese que yo empecé a pensar en la película cuando Obama ni siquiera “existía”. En plena era Bush, para ser más preciso. Me parece que está bastante claro que no estuve esperando que hubiera un presidente negro para filmar una película con un héroe negro. Además, otra cosa: ya filmé una película con una heroína negra, hace como quince años. Así que difícilmente se me pueda acusar de oportunista, ¿no?
–¿Evaluó las posibles repercusiones de que un realizador blanco mostrara la violencia cometida contra hombres negros?
–No evalué nada: estoy seguro de mi honestidad respecto del tema y eso es lo único que me interesa. No creo en la corrección política, no siento ningún compromiso para con ella. Me acerco al tema desde mi lugar y creo tener tanto derecho a hacerlo como cualquier ciudadano.
–Spike Lee se enfureció con el hecho de que en la película se use el término nigger, que tiene una connotación racista. Ya le había reprochado lo mismo en Tiempos violentos.
–El tema es que no soy yo quien usa ese término, sino los blancos esclavistas de la película. Que es lo que sucedía en ese entonces. Si lo que quiero es meter al espectador en esa situación, ¿cómo voy a hacerlo utilizando un lenguaje que no se corresponda con esa situación? Me parece ridícula la crítica. Entre otras cosas, porque a lo que conduce es a suavizar, a pasteurizar, cuando yo creo que lo que hace falta es lo contrario: darle al espectador una píldora gigante para tragar, sin un maldito vaso de agua a mano.
–Sin embargo, se rumorea que cortó algunas escenas, por considerarlas demasiado violentas.
–Sí, hay un par de escenas que me parecieron demasiado. Una es la del mandingo, nombre que se les daba a unas peleas a muerte entre esclavos, y otra es una persecución con unos perros. Para mí estaban bien, yo tolero lo que sea, pero el tema es que las películas no las hago para mí sino para un público lo más amplio posible. Y esas escenas, tal como estaban, tal vez hubieran producido demasiado rechazo. Por eso las “aligeré”. No las corté íntegramente, pero sí sus momentos más gráficos.
–Le llevó tiempo encontrar al protagonista, ¿no?
–Mi primera opción era Will Smith, pero en el momento en que hablamos el guión no estaba todavía del todo pulido, y eso lo llevó a tener algunas reservas. Después me reuní con Idris Elba, que actúa en Prometeo, Chris Tucker, Terrence Howard, M. K. Williams –que se hizo conocido con las serie The Wire y Boardwalk Empire– y Tyrese Gibson, de Rápido y furioso y Transformers. Ahí fue que tomé contacto con Jamie y comprendí que había encontrado a mi protagonista. No sólo porque está habituado a cabalgar (de hecho, el caballo que monta en la película es el suyo) y nació en Texas, sino que realmente entiende qué es lo que siente el protagonista. Entre otras cosas porque él mismo vivió situaciones de humillación.
–¿Es verdad que el papel del cazador de cabezas alemán no estaba en el guión y lo agregó especialmente para sumar a Christoph Waltz?
–Bueno, ésas son las ventajas de escribir tus propios guiones. Nadie se puede quejar si metés o sacás lo que se te canta. (Risas.) Cuando dirigí a Christoph en Bastardos sin gloria sentí que era uno de los mejores actores con los que había trabajado en mi vida. Nadie dice mis diálogos como él y Samuel Jackson. Más que decirlos, los cantan. Y como para mí los diálogos son una de las cosas más importantes, me parece que seguiré escribiendo para Christoph.
–En algún momento, cuando todavía no estaba definido el elenco de Bastardos sin gloria, corrió el rumor de que el personaje de Hans Landa, el sádico oficial nazi, le interesaba a Leonardo DiCaprio. Y ahora DiCaprio hace el villano sádico de Django sin cadenas.
–Con Leonardo somos amigos desde hace años. Siempre que escribo un guión se lo mando, a ver si le interesa algún papel. El problema con el personaje de Landa era el idioma. No sólo el alemán sino el francés, que en la película Landa habla incluso más que el alemán. Por eso opté por Christoph. Y ahora se presentó la oportunidad de que Leo hiciera al terrateniente esclavista, Calvin Candie.
–No es la primera vez que recibe varias nominaciones al Oscar. Al contrario, más bien: ser nominado es para usted poco menos que una costumbre. ¿Es algo que le importa?
–Como a cualquiera. No soy tan superado como para andar mirando las nominaciones por encima del hombro. Es como el broche para un largo trabajo: uno se pasa años pensando una película y haciéndola, y finalmente llega este reconocimiento. No está nada mal. Y además están las fiestas, los tragos... Al mismo tiempo tengo claro que una película no es ni mejor ni peor por las nominaciones o premios que pueda ganar. Qué sé yo, en 1969 La pandilla salvaje perdió la categoría Mejor Película a manos de la comedia musical Oliver...
–En un par de meses cumple 50, y en recientes entrevistas comentó que pensaba retirarse antes de los 60. ¿Le pesa la edad?
–¿Que si me pesa? Ni me hable de los 50, todavía no llegué a esa edad. En cuanto a lo del retiro, no quiero ser un director viejo. Quiero parar antes de llegar a viejo. Un director de cine no mejora con la edad. Más bien lo contrario: las peores películas de los grandes directores suelen ser las últimas. No quiero llegar al punto en que la gente vea una película mía y piense: “Este fue”.
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.
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