Lun 11.02.2013
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CINE › LA RELIGIEUSE, DEL DIRECTOR FRANCéS GUILLAUME NICLOUX

Los caminos de la libertad

› Por Luciano Monteagudo

Como corresponde, Berlín está bastante fría estos días, con temperaturas que rara vez superan los dos grados bajo cero y unas melancólicas nevadas matinales, que dejan la ciudad cubierta de blanco, un blanco particularmente brillante cuando el sol se atreve a asomarse por algunos minutos para ser de nuevo derrotado por el gris del invierno. Pero nada más frío quizá que la gélida belleza de La religieuse, film en competencia oficial del director francés Guillaume Nicloux, desconocido en la Argentina, incluso en el circuito de festivales, a pesar de haber comenzado su obra a fines de los años ‘80 y de tener ya una decena de largos en su filmografía. Se trata de una nueva versión de la famosa novela de Denis Diderot (1713-1784), que ya había merecido una adaptación anterior, dirigida en 1967 por el gran Jacques Rivette, un film particularmente recordado por los problemas de censura que sufrió no sólo en Francia (donde por entonces se discutía la separación del Estado y la Iglesia) sino también en la Argentina, donde se llegó a estrenar en copias mutiladas por la dictadura militar de Juan Carlos Onganía.

A diferencia de la versión de Rivette, protagonizada por Anna Karina, que ponía el acento en la estructura represiva de la Iglesia Católica, el film de Nicloux en cambio parece buscar otro camino, consciente de que aquél ya había sido muy bien explorado. Aunque no ahorra detalles sobre la terrible cotidianidad de los conventos del siglo XVIII, Nicloux ha hecho un film esencialmente luminoso, porque pone el acento en el anhelo de libertad de Suzanne Simonin, una chica de apenas 16 años forzada por su familia noble, súbitamente empobrecida, a tomar los hábitos. No es que Suzanne sea una mujer sin fe, ni mucho menos una apóstata, como la califica la peor de las Madres Superioras que le tocan en suerte, sino que es plenamente consciente de su falta de vocación religiosa.

El film de Nicloux cuenta con una gran interpretación de la jovencísima Pauline Etienne (por ahora la única sombra que aparece sobre la chilena Paulina García, de Gloria, en su camino al Oso a la mejor actriz). Y también con la aparición especial de Françoise Lebrun, la protagonista de La mamain et la putain de Jean Eustache, y con un par de momentos de bravura de Isabelle Huppert, como una Madre Superiora desesperadamente necesitada de afecto, que busca el lecho de Suzanne no por un perverso impulso sexual sino más bien por una terrible necesidad de calor humano.

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