CINE › MAGIC MIKE, PENULTIMA REALIZACION DE STEVEN SODERBERGH
A las puertas de su temprano retiro, el director de La gran estafa utiliza el ambiente de los strippers masculinos como trasfondo de un relato plagado de señales de alerta sobre los peligros que acechan a todo aquel que se sale de la senda correcta.
› Por Diego Brodersen
En declaraciones recientes, Steven Soderbergh anunció que piensa retirarse de la realización cinematográfica. Si la autoprofecía se cumple, Magic Mike se transformaría así en el penúltimo largometraje del otrora niño maravilla del cine indie americano. Como obra previa a su eventual canto de cisne, este film cuyo “gancho” es, sin dudas, el ambiente de los strippers masculinos que le sirve de trasfondo, es un buen ejemplo de algunos de los males que suelen aquejar al cine del director de Sexo, mentiras y videos. Como si sintiera vergüenza de sí misma, Magic Mike pretende ser algo que no es, refrenándose cuando podría perder todo el pudor y largarse al escenario sin miedo al ridículo. En sunga y a lo loco, digamos. Porque el film no es, ni por asomo, un Showgirls en versión masculina.
La tradicional historia de ascenso y caída es, en este caso, la de Adam (Alex Pettyfer), un adolescente sin trabajo ni futuro universitario que un buen día encuentra en Magic Mike (Channing Tatum) a una suerte de hermano mayor, protector y comprensivo. Es Mike quien lo inicia en el mundo del baile erótico, un negocio lucrativo –al menos si se lo compara con otros trabajos pagados por hora– y un ambiente embriagador en varios sentidos. Una vez superada la timidez inicial, que Soderbergh comparte en una larga y atractiva escena de iniciación, el bailar casi desnudo sobre un escenario le provee a Adam de dinero fácil, mujeres, una familia putativa y algunas cosas más. El guión completa la relación central con dos personajes secundarios que hacen las veces de vértices opuestos: la hermana de Adam, Brooke (Cody Horn), una enfermera que encarna los valores tradicionales del esfuerzo y la entrega emocional, contra los más vaporosos de su hermano menor, y el dueño del boliche que emplea a los jóvenes, Dallas (un Matthew McConaughey entrador y bastante desagradable, pegajoso por momentos).
Magic Mike se deja acompañar en sus primeros tramos con algo de interés –tal vez algo morboso, dependiendo del espectador–, pero al tiempo que los números musicales van perdiendo efectividad la película sienta las bases del previsible desarrollo posterior. Adam caerá en la promiscuidad, más tarde en el abuso de las drogas y acabará debiendo una importante suma de dinero, olvidando de paso las promesas realizadas a propios y extraños. Quizás inconscientemente, la película termina transformándose en una de esas fábulas con enseñanza, plagada de señales de alerta sobre los peligros que acechan a todo aquel que se sale de la senda correcta. Soderbergh intenta mantener una cierta distancia de los recursos del drama mainstream, pero no lo logra en ninguno de los casos, e incluso superpone una trama amorosa que le daría algo de sonrojo a la comedia romántica más trillada.
Si se dejan de lado los superficiales comentarios sobre el estado de la sociedad norteamericana postcrisis inmobiliaria, Magic Mike es básicamente una acumulación de lugares comunes rodada con profesional automatismo. Y en un largometraje ciertamente bultero, ni las mujeres se salvan: la que no es una atorranta reventada es una de esas intelectuales frías y sin corazón, y la que no es ninguna de esas dos cosas puede contentarse con ser una chica de barrio con futuro de madre esforzada. En el medio, nada. Ah, perdón, también están las anónimas clientas del local, que a pesar de ser un piringundín de Tampa ofrece tantos cambios de vestuario y coreografía que más parece una versión masculina del Crazy Horse.
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