CINE › EN TV > UNA MINISELECCIóN DEL úLTIMO FESTIVAL PORTEñO EN LA PANTALLA DE I-SAT
Dos de las cuatro películas que pone en el aire el ciclo Primer Plano llevan la firma de los hermanos Zellner, superindies estadounidenses. Se les suman Everybody in Our Family, del rumano Radu Jude, y la portuguesa E na Terra nâo é na Lua.
› Por Horacio Bernades
A diferencia de otras ocasiones, en las que puede seguirse el trazo de un hilo dominante (la cinematografía de un país o una región, una cierta corriente cinematográfica, un tema o varios en común), lo único que une las cuatro películas que durante este mes pondrá en el aire el ciclo Primer Plano, que emite el canal de cable I-Sat, es que todas ellas se proyectaron en el Bafici. Dos de las cuatro llevan la firma de David Zellner, que trabaja en sociedad con su hermano Nathan: uno de los quichicientos focos que el festival porteño programó el año pasado estuvo dedicado a ellos. Everybody in Our Family representa la posibilidad de empezar a familiarizarse con un realizador rumano cuyo nombre no ha adquirido todavía la trascendencia que merece. Se trata de Radu Jude, autor de tres películas en cuatro años, de las cuales la que presenta Primer Plano es la más reciente. La portuguesa E na Terra nâo é na Lua ganó, en la edición 2012 del Bafici, el premio mayor de la competencia Cine del Futuro. En ella Gonçalo Tocha registra, a lo largo de tres horas, la vida cotidiana de los 450 pobladores de la minúscula isla de Corvo, en el archipiélago de las Azores.
La perla más brillante del ciclo es, sin duda, Everybody in Our Family, cuyo título original es Toata lumea din familia noastra y que se exhibirá el miércoles 10 a las 22 y el domingo 15 a la 0.45. Se trata del opus 3 de Radu Jude (Bucarest, 1977), cuya anterior The Happiest Girl in the World (2009) había tenido muy buena repercusión en Berlín y otros festivales de primera línea, pasando algo inadvertida en el Bafici 2012. Propio del cine rumano, Jude trabaja sobre la más banal domesticidad, con un crescendo dramático tan implacable como el de La noche del Sr. Lazarescu o Aquel martes después de Navidad, pero con crudeza infrecuente. Todo transcurre en un día y con sensación de tiempo real: otro de los bastiones de aquella cinematografía. De cómo una pavada puede derivar en la locura más intolerable: de eso trata Everybody in Our Family. “Todos en nuestra familia vamos a ir al cielo”, le dice en un momento la mamá a Sofía, origen de la feroz ironía del título. Es un día de verano y papá, que está separado de mamá, va a llevar a Sofía a la playa. Pero mamá no está en casa, vuelve en un rato. Por ahora están la abuela de la nena y la actual pareja de mamá, que no está dispuesto a permitir que el padre se lleve a la hija sin autorización de la madre. Comienzo de una escalada bélica que, como sucedía en las grandes bataholas familiares de las películas de Cassavetes, no parece actuada, sino vivida, a pura torpeza y bestialidad.
La impresión de realismo que logra Jude no cualquiera la consigue. Fruto de ella, y de la locura creciente y desaforada (hablar de violencia familiar queda corto aquí), Toata humea... deja al espectador en estado de erizamiento. Incomodidad generan también las películas programadas de los hermanos Zellner, nativos de la ciudad de Austin Texas (cuya movida cultural es actualmente, según dicen, más grossa que la neoyorquina). Y violencia hay en las dos, por más que Goliath (mañana a las 22, domingo 7 a la 0.15) sea una comedia. Pero una comedia amarga y neurótica. El propio realizador (su hermano también actúa, y además produce, edita, sonoriza y a veces filma) da vida a un solitario y loser cabal, que ni nombre tiene. En la escena inicial, el tipo (semicalvo, bigotes, camisa arrugada, pantalón de vestir) le dice de todo a su ex vía celular, mientras maneja. Cuando termina su larga ristra de puteadas se oye la cinte grabada, que le lee las opciones del menú.
Suerte de Homero Simpson nada gracioso, sus compañeros de trabajo lo forrean de lo lindo (Bitchtits, le dicen). Cuando sintoniza el canal porno encuentra la película menos excitante del mundo, con remeros y remeras asiáticas dándoles a los remos. Lo único que tiene en el mundo es su gato Goliath, que como buen gato tampoco es que le dé mucha bola. El día que Goliath desaparece, el tipo se vuelve literalmente loco. Armado de una ridícula cortadora de césped eléctrica, intentará poner a raya al presunto secuestrador del minino. Cosa curiosa, I-Sat va a exhibir Kid-Thing (miércoles 24 a las 22, domingo 28 a la 0.30) justo un mes antes de su estreno en Estados Unidos. Presentada en el Festival de Sundance a comienzos del año pasado, el opus 4 de los Zellner Bros. (tienen dos bastante anteriores) no es la clase de película que los distribuidores se matan por estrenar. Filmada con dos pesos en el menos glamoroso interior de Texas y protagonizada por tres actores y una voz, Kid-Thing mantiene la sensación de extrañamiento que podía apreciarse en Goliath, pero de comedia no tiene nada.
La cosa-niña del título es Alice, una pecosa de diez años que vive en el campo, circunstancialmente (se supone) en ausencia de sus padres o cualquier otro adulto. Salvo los dos chatarreros white-trash a los que suele ir a visitar cuando está demasiado aburrida, y que oscilan entre la discapacidad, la estupidización y el alcoholismo (uno de ellos es Nathan Zellner, que parece un descerebrado real). Una tarde, Alice (la debutante Sydney Aguirre le da a la nena una certera mezcla de sequedad y tosquedad) oye la voz de una mujer (la mítica Susan Tyrrell, fallecida después del rodaje) que pide ayuda desde el interior de un pozo. Cómo fue a parar la mujer a ese pozo y cómo hace para seguir viva sin comer ni beber son algunas de las preguntas que el espectador se hará. ¿O es que la niña se la imagina, cuestión de ponerle un toque de aventura a su vida de cosa-niña-grande-y-salvaje?
El miércoles 17 a las 22 (repite el domingo 21 a las 2.45) es el turno de E na Terra nâo é na Lua, título que refiere a la distancia sideral que parece separar a los vecinos de la isla de Corvo del resto del mundo. Distancia que se mide en tiempo, más que kilómetros. En medio de una muy portuguesa parsimonia, allí lo que no se recuerda (las ballenas, cuya presencia advertía un vigía, hoy nonagenario, para que los hombres salieran a la pesca) se mantiene, como los gorros que durante días y días teje otra anciana, los quesos que una vecina produce caseramente o el acordeón que toca un viejo pescador. “Vamos a filmar todo”, se dicen en off al comienzo el realizador y el guionista, y cumplen con creces. “Me propuse ir lo más lejos posible de Europa”, dice el profesor de música alemán, que algunos alumnos tiene. Allí, lo más lejos de Europa donde aún viven europeos, la vida es más lenta y precaria. Pero –da toda la impresión, a estar por la calidez de los vecinos– todavía conserva algo intangible, que la rica Europa quizá haya perdido. Qué le quedará entonces, ahora que parece en tren de perder todo lo que puede tocarse y medirse.
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