CINE › 911 LLAMADA MORTAL, DE BRAD ANDERSON, CON HALLE BERRY
› Por Juan Pablo Cinelli
El norteamericano Brad Anderson no la ha tenido fácil a la hora instalar su nombre como director. Tal vez porque tiene un apellido muy común entre los colegas de su propia generación: ahí están sus prestigiosos compatriotas Wes y Paul Thomas, más el británico clase B, Paul W. S. Y si lo consiguió fue básicamente por una única película, que por varios motivos se convirtió en moderado objeto de culto. Se trata de El maquinista (2004), un thriller fantástico/psicológico que tiene como curiosa apostilla el hecho de que el gran Christian Bale bajó como 30 kilos para componer al torturado protagonista. 911 Llamada mortal es su último trabajo y comparte con este antecedente ciertos elementos del thriller.
El ambiente elegido es Los Angeles, arquetipo cinematográfico de ciudad infernal que reproduce todos los círculos imaginados por el Dante en su Divina comedia. En medio de tanta maldad está el centro de recepción de llamadas del 911, el famoso número de emergencias telefónicas, desde donde es posible tener algo así como el minuto a minuto del crimen. Ahí trabaja Jordan (Halle Berry), una experimentada operadora que debe enfrentar una crisis laboral, a partir de que una mínima pero significativa falla en su manejo de los protocolos de asistencia acabe con la muerte de una adolescente atacada en su propio hogar por un intruso. Seis meses más tarde, Jordan ha sido relegada a instruir a los aspirantes a operadores. Guiando a un grupo de ellos en una visita al call center, al que llaman “La Colmena”, ella reemplazará a una compañera novata en el auxilio de otra adolescente (Abigail Breslin, la nena de Pequeña Miss Sunshine) que llama desde el baúl de un auto en el que un hombre la tiene secuestrada. El relato consigue ser eficiente al establecer un paralelo entre estos dos espacios donde las posibilidades de acción son reducidas al mínimo. Por un lado la niña en su cautiverio rodante se encuentra imposibilitada de aportar datos que ayuden a dar con su paradero. Por el otro, Jordan padece desde ese panóptico ciego que le permite limitadas formas de auxilio. La tensión que consigue Anderson nace por un lado de forzar la cuerda que liga a estos dos espacios igualmente asfixiantes, pero también del amenazante personaje de Michael Eklund, un psicótico en la línea del inolvidable Jame Gumb que compuso Ted Levine en El silencio de los inocentes.
Esta última referencia es importante más allá de que el personaje de Eklund actúe un carácter y una perversión con múltiples puntos de contacto con aquel otro. Todo el final de la película está cargado de referencias a la de Jonathan Demme, detalles que por hacer al remate de la historia no conviene exponer aquí. En cambio es posible afirmar que en esos últimos diez minutos, Anderson se dedica a dinamitar lo que hasta ahí era un thriller no original, pero sí eficaz. Desde un pequeño encuadre patriotero al cambio injustificado que en diferentes medidas experimentan las conductas de los tres protagonistas, todo conspira para que 911 Llamada mortal se convierta en ideológicamente cuestionable. Y, lo que es tal vez peor, en una película fallida.
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