CINE › EL CINE CHILENO TIENE UNA FUERTE PRESENCIA EN EL FESTIVAL, CON VARIOS REGISTROS Y LENGUAJES
Carlos Núñez, Gabriela Sandoval (del Festival de Santiago) y Bruno Bettati (productor y director del Festival de Valdivia) analizan el desarrollo y presente del cine hecho en Chile, país invitado de esta edición del Bafici y con fuerte presencia en varias secciones.
› Por Ezequiel Boetti
Un vendaval sopló a 24 cuadros por segundo desde la costa más austral del Pacífico sudamericano, generando una corriente artística que serpenteó la cordillera hasta detenerse a la vera del Río de la Plata. Ni lento ni perezoso, el Bafici puso manos a la obra para auscultar el fenómeno, dándole a la cinematografía chilena un espacio preponderante, traducido en 25 películas, con especial hincapié en dos focos destinados a Ignacio Agüero y Ernesto Díaz Espinoza, pero también con la película de apertura y en todas las competencias. Todo eso generó la consecuente declaración de Chile como país invitado. Y si a lo anterior se le suman la notable repercusión de Gloria en la última Berlinale (Oso de Plata para su protagonista, Paulina García) y la nominación al Oscar a Mejor Film Extranjero de No, podrá presumirse que algo se está cocinando del otro lado de los Andes. “Es un conjunto de películas muy fuertes, vigorosas y atractivas. Se está trabajando bien y hay un cine que habla de lo que es Chile y el mundo”, sintetiza ante Página/12 el director artístico del Festival de Santiago (Sanfic), Carlos Núñez.
La tríada de adjetivos que clausura el párrafo anterior está lejos del orgullo chauvinista. Basta mencionar que en 2012 se hicieron alrededor de 40 films variados en formas y contenidos. La cifra no deja de ser llamativa, sobre todo si se tiene en cuenta que durante la dictadura de Pinochet era imposible hablar de algo parecido a un cine nacional: entre 1973 y 1990 se hicieron ocho películas. Retornada la democracia y la libertad de expresión, el Estado comenzó a involucrarse en el asunto, creando una serie de políticas públicas que, en 2004, confluyeron en una Ley de Fomento. “Establece un fondo destinado a la producción y un consejo para administrarlo. Está integrado por representantes del sector público y privado, por lo que puede maniobrar administrativamente con mucha velocidad. No se necesitan años para determinar qué hay que fomentar, sino que de un mes a otro se decide”, explica el productor y director del Festival de Valdivia, Bruno Bettati.
Los primeros años de la década pasada son fundamentales para entender el presente audiovisual trasandino. A la creación de la normativa se sumó la aparición de directores importantes en el mapa actual del cine chileno, como Matías Bize (Sábado) y Sebastián Lelio (La sagrada familia, El año del tigre, la mencionada Gloria). “Cimentaron un camino para todo un grupo de realizadores que hoy trabajan en esa línea, pero también mostraron y señalaron que acá estaba pasando algo nuevo”, analiza Núñez. En la nómina iniciática tampoco puede obviarse a Pablo Larraín, Sebastián Silva ni mucho menos a Andrés Wood, que compitió con Machuca en la prestigiosa Quincena de Realizadores de Cannes ’04. “Logró hablar de la situación política chilena y por otro lado se vendió a treinta territorios, marcando un posible camino para la exportación”, completa Bettati, para quien lo que se vive actualmente es una combinación entre “buen financiamiento público para hacer un volumen importante de películas, entusiasmo desmedido de los creadores y la presencia de productores profesionales”.
La creación de una ley de fomento a la producción, la necesidad de un grupo de cineastas, en su mayoría sub 40, de reflexionar sobre la realidad del país y la atención de festivales del mundo avalan la comparación de la coyuntura chilena con la vivida aquí a fines de los ’90. Tal como ocurrió con el Nuevo Cine Argentino, la pata académica y los festivales nacionales son eslabones para expandir el fenómeno. Según el mandamás de Valdivia, existen hoy más de treinta facultades dedicadas al mundo audiovisual. “Eso es bueno porque hay una masa crítica de estudiantes, pero muchos de ellos no encuentran trabajo y pueden generarse una frustración que arruine el entusiasmo”, advierte. Ambos directores coinciden en el encomiable trabajo festivalero. Bettati explica: “Estos eventos tuvieron un rol estratégico supliendo el trabajo que los distribuidores no hicieron. Pusieron a disposición una oferta variada que fuera más allá de las películas de EE. UU.”. La frase deja entrever un problema endémico no sólo de Chile, sino de toda la región. Más allá de la siempre bienvenida apertura a nuevas cinematografías, un festival debería servir como plataforma de lanzamiento y no como paliativo de las falencias del circuito comercial. La exhibición y distribución, entonces, aún son materias pendientes.
Los datos duros invitan al festejo. En 2011, los films chilenos cortaron 925 mil entradas, cifra que significó poco más del cinco por ciento de los 18,8 millones de todo el mercado. La cantidad, además, arroja el nada despreciable promedio (sobre en todo en Latinoamérica) de 1,1 entrada por habitante, similar al que tuvo Argentina el año pasado. Los números sonrieron aún más en 2012, cuando 2,5 millones de espectadores vieron películas autóctonas y se alcanzó una cuota de mercado del 13 por ciento. Si bien un crecimiento anual del 167 por ciento es por demás auspicioso, un desglose pormenorizado muestra que la comedia Stefan versus Kramer vendió casi dos millones de entradas, convirtiéndose así en la producción nacional más vista de la historia. “Eso suele pasar cada cinco años. Habría que tratar de que eso se diera más habitualmente. En este caso se dio porque el protagonista es un personaje muy conocido que generó una conexión muy especial incluso con aquellos que habitualmente no van al cine”, indica Núñez. En un lejano segundo lugar quedó No, con 220 mil espectadores.
Queda claro, entonces, que la concentración de mucho público en pocos títulos y las dificultades de los productos menos comerciales para encontrar canales de distribución y exhibición acordes no son sólo patrimonio argentino. “No hay espacios creados por el Estado para que se exhiban películas financiadas con fondos públicos. De esas 40 películas, se estrenan aproximadamente la mitad o menos. Por eso hoy se discute mucho en términos de marketing y difusión. Muchas de las películas no tienen contemplado un presupuesto específico para eso. Antes la cuestión era cómo producir; hoy es cómo distribuir para llegar al público. Hay muchas películas que ganan muchísimos premios internacionales y después las ven mil o dos mil personas”, asegura la directora de producción artística y una de las fundadoras del evento santiaguino, Gabriela Sandoval.
Aceitados los mecanismos de producción y con el prestigio internacional a cuestas, queda la reconquista de la audiencia local. “Están saliendo nuevas distribuidoras centradas en el cine chileno, como por ejemplo Market Chile, que distribuirá alrededor de diez películas locales al año. También está la rama de distribución que abrió recientemente el organismo de promoción Cinemachile. No es que las películas sean malas, sino que falta una estrategia para llegarle al público. Es muy difícil competir contra el mainstream norteamericano”, agrega ella. “Durante meses intentamos un acuerdo con los exhibidores que finalmente no prosperó. Sin embargo, el gobierno, a través del Ministerio de Cultura, ofreció un subsidio para incrementar la presencia de cine chileno en salas y ahora estamos en la etapa de experimentación”, complementa Bettati, antes de destacar el tratamiento parlamentario de una cuota de pantalla.
Ingresado a la Cámara de Diputados en octubre del año pasado, el proyecto de modificación de la ley de cine contempla la obligación de las salas a destinarles un porcentaje de la programación a películas chilenas o latinoamericanas. Porcentaje que será una tercera parte del total de films extranjeros exhibidos en el semestre inmediatamente anterior. Por otra parte, crea una media de continuidad para determinar si una película nacional continúa o no en cartel en base al porcentaje de ocupación promedio de una sala. La cifra oscila entre el 8 y 18 por ciento, dependiendo de si el estreno se produce en temporada alta o baja. Sin embargo, Bettati vislumbra una complejidad técnica: “La Constitución de Pinochet y los sucesivos acuerdos comerciales internacionales, como por ejemplo el de Libre Comercio con Estados Unidos, plantean muchas dificultades para instalar una cuota. No obstante, y para nuestra sorpresa, la Cámara, en lugar de negarla de plano, consideró que era importante discutirla. Creo que los parlamentarios entendieron la raíz del problema y están dispuestos a abordarlo”.
El cine, en su acepción comercial, es una entidad tripartita compuesta por la producción, la exhibición y la distribución. Un vistazo histórico muestra que Chile nunca pudo afianzar un vínculo armónico entre ellas. “En los ’20 hubo una gran producción en Antofagasta, pero fue principalmente en base a extranjeros y viajeros que venían a filmar road movies, no llegó a consolidarse. En 1942 se creó la productora Chilefilms, y el Estado se comportó como gran inversionista comprando estudios y maquinaria. Eso terminó en 1949 porque las películas no lograron el resultado comercial esperado. Desde 1966 estuvo el gran movimiento de talentos empujado por el Festival de Viña del Mar, que se extendió hasta el golpe del ’73. Fueron tres momentos que culminaron muy abruptamente”, recuerda el director de Valdivia. Para él, la situación actual es una nueva etapa cargada de particularidades y diferencias: “Parece haber una sinergia y resonancia entre los distintos actores, entendiendo por actores a los eslabones privados, el gobierno y el consorcio internacional que recibe a nuestras películas con mucho afecto”.
El panorama es quizá más alentador que nunca. Pero, ¿se puede hablar de una industria de cine? “No en el sentido de que todavía no hay una concatenación fuerte entre producción, distribución y exhibición, pero hay una voluntad de hacerla. Eso ya es un paso muy importante. Entre las tres áreas hay diferencias no menores, pero hay una comprensión de que nuestras películas se han vuelto un producto que vale la pena”, vislumbra el también productor. El cine chileno está a un paso de consolidarse. Ya hay talento e ideas. Sólo falta aceitar los engranajes. Y ahí sí, la máquina estará lista para andar y no volver a detenerse por un largo tiempo.
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