Miércoles, 24 de abril de 2013 | Hoy
CINE › BEN KINGSLEY HABLA DE SU PAPEL EN IRON MAN 3, QUE SE ESTRENARá MAñANA
En el film protagonizado por Robert Downey Jr. y dirigido por Shane Black, el actor de Gandhi y Hugo encarna a El Mandarín, un villano con “una naturaleza grandiosa, narcisista y totalmente inmersa en su propio sentido de lo correcto”.
En la tercera parte de una saga que le reporta millones a la Marvel, Tony Stark –interpretado por Robert Downey Jr.– tendrá que sacarles lustre a varios trajes metálicos para combatir a un villano tan terrible como mediático: El Mandarín. “Su motivación consiste en voltear la pirámide de la civilización tal como la conocemos, refiriéndose con mucha precisión a la iconografía, la historia, las ironías de cualquier civilización”, explica Ben Kingsley, el actor que le da vida en Iron Man 3. “El las elige muy cruelmente y sin piedad, para justificar con su sentido de lo correcto que está bien destruir esta civilización en particular, porque él considera, con mucha inteligencia, que es absurda. Es un sentido de rectitud que él tiene, no un sentido de la maldad, y es esa rectitud la que lo motiva, y por ende motiva mi enfoque del personaje. Quiere cambiar básicamente la iconografía de la civilización moderna y todos nuestros puntos de referencia, las cosas a las que nos aferramos. El Mandarín tiene su propia lógica, su propio punto de vista, y es anarquista y terrible. Básicamente, mi enfoque es que es lo que es, y uno debe servir a esa lógica.”
Kingsley, que el último día de 2013 cumplirá 70 años, inició su carrera profesional en la Royal Shakespeare Company, en 1967, y su paso de los escenarios a la pantalla grande fue en 1972, con el thriller Fear is the Key. Su primer papel significativo llegó una década después, con Gandhi (dirigida por Richard Attenborough), que le valió un Oscar, dos Globos de Oro y dos Bafta. Desde entonces, su carrera no paró, tanto en teatro y cine (desde Bugsy hasta Hugo y El dictador) como en televisión (Rules of Engagement), en papeles centrales y también brillando en el reparto (como en La lista de Schindler). “Quise ser actor desde que tenía 5 años. Fue entonces cuando comencé a ver películas y me fascinaron”, afirma este inglés cuyo nombre real es Krishna Bhanji.
–Antes de ser convocado para este papel, ¿estaba familiarizado con los personajes y las historias de Iron Man?
–Cuando me convocó Shane Black, en realidad no había visto Iron Man o Iron Man 2. Por eso, él me envió muy amablemente un maravilloso paquete con dibujos, gráficos, comics de Marvel, arte y, lógicamente, las dos películas, que miré mientras hacía otra película en Nueva Orleáns. Fue muy entretenido ver que los personajes no eran estereotipos; tienen muchas aristas. En particular, me inspiran mucho Robert y Gwyneth. No busco distinguirlos, pero creo que son la columna vertebral del film. Y luego, Don, maravilloso, se unió al elenco. No se trataba de la habitual copia de la copia de la copia de una copia. Hay algo original acerca del enfoque, me animaría a decir “inteligente”, de esta película. Por lo tanto, me sentí muy complacido de unirme al grupo.
–¿Cómo se preparó para interpretar al “malo de la película”?
–Creo que cuando uno encara al personaje que perezosamente se identifica como el “malvado”, debe aceptar que está interpretando al extremo polar de una película de ese tipo, estos personajes funcionan como el anclaje oscuro del film. Poseen un sentido de lo correcto que, normalmente, la buena gente no posee. Generalmente, la gente buena es modesta acerca de sí misma y se menosprecia, tal como nuestro héroe y nuestra heroína. No se toman a sí mismos demasiado en serio. Pero la naturaleza malvada, destructiva, tiende a ser grandiosa, narcisista y totalmente inmersa en su propio sentido de lo correcto. Por ello, cuando nuestro querido Mandarín le habla al presidente o al país no está siendo “malo”; él posee un sentido de lo correcto y de grandeza.
–Usted interpretó a villanos realmente malvados y también a héroes. ¿Elige estos personajes sólo por interés o alguna vez dice “ahora me gustaría mucho hacer de villano”?
–No, no, no. Mi carrera es totalmente desestructurada. Creo que uno puede bloquear cosas. Si uno insiste en cuál será su próximo papel, está bloqueando toda la maravillosa información que puede llegarle. Me he sorprendido absolutamente por algunos de los guiones que he recibido. No tenía idea de ellos hasta que comencé a leerlos. Y allí está el personaje que busco. Lo reconozco. No ando por allí, buscándolo en la oscuridad; lo reconozco cuando lo leo.
–Y una vez que eso ocurre, ¿cómo se prepara? ¿Es parte de la misma exploración?
–Totalmente. Creo que me preparo a partir de las palabras en el guión. Tengo un enorme respeto por los guionistas. Provengo del ámbito del teatro clásico inglés; tengo mucho respeto por la complejidad, el dolor y la alegría que un escritor ha atravesado para poner ciertas palabras en una página. Yo les doy vida. No pienso reescribir una sola palabra de lo que veo en la página. Me gusta atenerme a lo que está escrito porque allí está la lógica del personaje, tal como lo percibe un escritor talentoso –Drew (Pearce), en nuestro caso, y Shane (Black)–. Respeto eso enormemente y digo: “Bien, ¿qué puedo hallar a partir de estas palabras?”. Y de allí parto; es muy simple, verdaderamente. Poseo una imaginación muy fértil y he interpretado una amplia y heterogénea gama de personajes; lo seguiré haciendo. Mis bases están en Shakespeare. Me importan lo grandioso y lo vulnerable, tal como Shakespeare. Es una gran combinación.
–Usted encontró un tono de voz realmente interesante para el personaje del Mandarín. ¿Planea ese tipo de cuestiones o surgen espontáneamente?
–En este caso, surgió espontáneamente. Un día, cuando estaba trabajando aquí e improvisando cerca de mi cuarto de hotel, me pidieron que me retirase y allí me surgieron unos cuantos improperios al estilo Mandarín. Y tomé inspiración de allí.
–¿Podría decirse, entonces, que esa voz surgió profundamente de su interior?
–Creo que “provino de mi interior” es una buena forma de describirlo porque sería muy difícil imitar o copiar algo, ya que el Mandarín es absolutamente original. Lo mejor es intentar algo honesto y dejar que esto provenga de su interior, ya que no tenés idea de la larga fila de personajes que pueden esperarte en el futuro. Uno tiene una vida interior mucho más rica de lo que piensa.
–¿La interpretación de Robert Downey Jr. hace que Tony Stark sea más cercano a la gente?
–Tony es más cercano gracias a Robert Downey Jr., Pepper es más cercana gracias a Gwyneth Paltrow y Rhodey también lo es, gracias a Don Cheadle. Todos. Guy Pearce también, en su papel de Killian. Todos presentan ante la cámara un ser humano realmente complejo, enraizado en la tierra y en la realidad.
–¿Alguna vez se sorprendió en el set viendo a sus compañeros actuar?
–Creo que así debe ser para todos. Es difícil de explicar. Me parece que la mejor imagen para describirlo es como un partido de tenis muy veloz; no hay forma de que tu compañero de juego pierda el tiempo o se ponga muy mental. Todo está en el cuerpo; uno reacciona con el cuerpo. Por tal motivo es que la actuación es tan liberadora y gozosa; no es un proceso intelectual. Es visceral y depende mucho de escuchar al otro y disfrutar del ritmo. Spencer Tracy, uno de mis ídolos de las películas clásicas que miraba por televisión cuando era niño, decía: “Hacé que la otra persona se vea bien”. Una hermosa forma de actuar y de compartir una escena. Robert Downey Jr. y yo disfrutamos de un elevado nivel de atención mutuo cuando actuamos, y es muy emocionante. Es como un fantástico partido de tenis en Wimbledon.
–¿Cómo funciona la química sobre el set?
–Uno ciertamente puede ver los comienzos de la química durante los ensayos, pero aun ensayando todos sabemos que no es conveniente gastar mucho combustible porque somos mortales, no máquinas. Una vez, Harrison Ford me dijo que cuando un director le dice “acción” a un actor, la descarga de adrenalina es equivalente a la de un piloto de combate despegando un avión. Eso es lo que le ocurre al cuerpo. También he escuchado diferentes comparaciones pero, en realidad, todas son parecidas. Hay consenso acerca de que la palabra “acción” despierta una descarga química corporal; es tan emocionante que luego se convierte, como he dicho, en un partido de tenis muy veloz. Robert y yo somos veloces y amamos esa confianza. Puedo tirarle algo y sé que me lo devolverá. Es algo tácito; no se discute. Es algo como: “Buen día. Buen día. Muy bien, hagamos esto”.
–¿Esa energía es algo que ha dominado con los años?
–Nunca ha cambiado. Mi actuación es una forma de histeria y pánico controlados.
–¿Qué es lo que más le interesa ver en la versión final de la película, después de la posproducción digital y las escenas en las que no participa?
–El modo ideal de verla es junto con el público, en lugar de hacerlo en una sala exclusiva para mí. Sé que ahora todas las películas, aun las más sencillas, son más grandes e imponentes en pantalla. Al poner todas las piezas juntas, todo se multiplica mil veces. El cine es extraordinario, mágico.
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