CINE › GUSTAVO GARZóN ESCRIBIó Y DIRIGE POR UN TIEMPO, SU óPERA PRIMA
El actor define su película, que se estrenará mañana en la cartelera porteña, como “un dramita con elementos de suspenso psicológico”. Dice que la idea disparadora fue el interrogante vinculado con “el lugar del padre en la vida de un hijo”.
› Por Oscar Ranzani
Además de ser un experimentado actor de televisión y cine, Gustavo Garzón tiene habilidad para la escritura. Hace diecisiete años comenzó como guionista televisivo en Señoras y señores. Siete años después, decidió escribir un guión cinematográfico. Y demoró una década en concretar el libro de su ópera prima Por un tiempo, con la que también debuta como realizador. “Para mí, el cine siempre fue uno de los espacios más hermosos que tuve en la vida. Pasa que le tenía demasiado respeto. No me animaba. Pero lo tomé como un desafío, no me puse plazos. Decidí tomarlo también como un entretenimiento y como algo placentero. Sin apuros y sin grandes expectativas me dispuse a construir un guión”, relata el flamante cineasta sobre la génesis de Por un tiempo, que se estrenará mañana en la cartelera porteña. Dice Garzón que tardó tanto en escribir el guión (junto a un equipo de colaboradores) porque, al principio, “escribía muy televisivo” y “estaba muy impregnado de los tiempos de la televisión, de lo explicativo, de lo enunciativo, de que está todo en la palabra y poco en la imagen”. Entonces, entrar en el lenguaje cinematográfico “es adentrarse en el lenguaje de la síntesis de la palabra y de la imagen y me costó mucho, pero también lo disfruté porque sentí que era un gran aprendizaje y me daba mucha curiosidad profundizar en eso”, reconoce Garzón.
Por un tiempo narra con un tono de suspenso psicológico el drama en el que se ven envueltos Leandro (Esteban Lamothe) y su mujer, Silvina (Ana Katz), quienes están esperando su primer hijo. Pero lo que era ilusión y ansiedad se transforma en tensión. Es que, luego de una conversación con extraños, éstos le cuentan a Leandro que tiene una hija de doce años, producto de una relación ocasional con una mujer –la hermana de quien le transmite la novedad–, que está muy enferma y que no hay nadie que pueda hacerse cargo de la chica. Entonces, esta mujer le pide que reconozca a su hija Lucero y que la críe, mientras su hermana se recupera. Pero Leandro no lo toma precisamente con alegría. Un poco incrédulo porque nunca se lo contaron y otro poco molesto porque no sabe qué le contaron a Lucero, no ve otra salida que la convivencia junto a él y a su mujer embarazada, mientras las cosas no cambien. Producto del shock, a Leandro le cuesta asumir el rol de padre para el que recién se estaba entrenando junto a Silvina por la inminencia del nacimiento del hijo de la pareja. Sin embargo, Silvina se muestra más comprensiva. Pero el carácter de Lucero, con una mezcla de resentimiento, tristeza e introversión, no hace otra cosa que incrementar la tensión y los desacuerdos en la pareja.
Garzón comenta que, al principio, sólo pensaba en escribir el guión y no en dirigir el film. Luego se le ocurrió codirigirlo con alguien que tuviera mayores conocimientos técnicos. Pero amigos y colegas que saben del tema no se lo recomendaron. “Me decían que yo estaba en condiciones de dirigir una película por mis conocimientos de narración y de actuación. Tenía que tener un buen equipo técnico para no pasar sobresaltos y llegar a buen puerto. Salí airoso porque dirigí una película simple, fácil para ser dirigida; es una película basada en el guión y en la actuación, que no necesitaba cosas visuales extrañas ni conocimientos de grandes técnicas”, expresa Garzón.
–¿Qué ventajas ofrece ser actor a la hora de dirigir?
–La gran ventaja es saber elegir los actores adecuados. Yo sabía muy bien qué actores quería para la película, qué requisitos tenían que tener. Más que nada precisaba actores que fueran inteligentes. Creo en la inteligencia del actor que comprende un guión, que se ubica en el rol dentro del relato, que entiende que no es todo, sino sólo una parte del todo, y que sabe ser económico en la expresión. Para eso me sirvió ser actor: conozco mucho a mis colegas.
–¿La película indaga no sólo en el deseo de la paternidad sino también en la responsabilidad que implica?
–Es una reflexión acerca de la paternidad. No pretende ser didáctica ni dar una clase acerca de lo que es ser padre, sino que simplemente yo volqué allí mis dudas y mis preguntas acerca del sentido de la paternidad, de cuál es el lugar del padre en la vida de un hijo, de cuándo una intervención de un padre es correcta, cuándo un padre ayuda a un hijo y cuándo lo perjudica aun queriendo ayudarlo, de cómo es acercarse a un hijo y conocerlo. En fin, sobre todo cuál es el lugar del padre en la vida de un hijo.
–¿Son preguntas que usted se hizo cuando fue padre?
–No a la hora de ser padre, pero sí he vivido en mi experiencia como padre distintas instancias que me llevaron a preguntarme eso y a dudar acerca de mi eficiencia como padre. No alcanza con estar presente con los hijos. Si bien lo esencial es la presencia, hay que ver qué calidad de presencia tiene uno y cómo le llega a un hijo. La película también habla de los vínculos sanguíneos, de lo indestructible de esos vínculos. No se puede negar la existencia de un hijo. Es imposible. Aunque uno no quiera, aunque no haya sido concebido de la manera ideal, un hijo es un hijo siempre y es mejor hacerse cargo que evitarlo porque, a la larga, la vida te lo va a cobrar si no lo asumís.
–¿Definiría a Por un tiempo como un film con suspenso donde prima más lo psicológico?
–Sí, es así. Aunque uno dice “suspenso psicológico” y parece casi de terror. Me costó mucho definirlo. Yo lo defino también como un drama liviano, que no es un género que exista. Es un dramita, pero contiene elementos de suspenso psicológico. Yo quería crear suspenso sin armas, sin violencia, sin gritos. Es decir, suspenso sutil, que las cosas fueran cambiando sin que, a primera vista, fuera fácil descubrir por qué cambiaban.
–Si bien es una película sobre la paternidad, es también sobre la convivencia en una relación de pareja, ¿no?
–Sí, sobre la convivencia, el amor, las relaciones, cómo la llegada de un hijo obliga a la pareja a dirimir cuestiones desconocidas entre ellos que, a veces, los unen y otras veces los separan. Pero sí obliga a replantearse muchas cosas. Cuando llega un hijo, uno se plantea cómo educarlo, si elegir la escuela pública o la privada, la salud pública o la privada, los amigos. Y esta pareja tiene sutiles diferencias de clase social con la niña, que no son muy obvias, pero ellos vienen de orígenes muy distintos. Aparentemente, eso no parece ser un inconveniente, pero luego se transforma en un problema.
–¿Buscó un lenguaje lo más realista posible?
–Sí, soy un obsesivo de la búsqueda de la verdad, casi al límite del documental. Mi intención era, en un punto, jugar al límite de la verdad y la ficción. Para eso hacían falta actores como los que tuve, que fueron verdaderos a ultranza. El cine es un gran engaño, pero para lograr engañar a la gente tiene que parecer que es casi verdad y que por una hora y media el espectador pueda decir: “¿Esto lo viví de verdad o fue una película?” Me gusta jugar con ese límite. Ese es el verosímil, que no es fácil de construir, porque, a la vez, es una verdad con tensión, porque a veces se confunde verdad con costumbrismo.
–¿El hecho de estar esperando un hijo y de enterarse de que ya tiene una hija es lo que convierte a Leandro en un personaje contradictorio?
–Lo que lo convierte en contradictorio es que no acepta a esa hija de entrada, sino que sólo la acepta cuando la conoce y cuando comienza a quererla realmente. En un principio, el personaje de Leandro es difícil de querer pero, sin embargo, la idea es que ese personaje que, al principio, es rechazado, después sea querido. Creíblemente querido. Y creo que la película lo consigue.
–¿Por qué la presencia de la chica intensifica la tensión en la relación entre Leandro y Silvina? ¿Tiene que ver con que obstaculiza el camino a la espera del hijo que estaban construyendo?
–De alguna manera, interfiere en el paraíso que ellos se trazaron. En este camino ideal aparece, de golpe, un elemento que no estaba previsto. Encima es una niña muy particular, que no habla, es triste, difícil, arisca. Es como una preadolescente y a los chicos, a veces, es muy difícil entrarles y te la hacen difícil y generan tensión.
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