CINE › PALABRAS ROBADAS, DE BRIAN KLUGMAN Y LEE STERNTHAL
› Por Diego Brodersen
“Puedes ir a la cama el miércoles en la noche siendo un escritor y despertar el jueves por la mañana y ser otra cosa totalmente diferente. O puedes irte a la cama el miércoles por la noche siendo un plomero y despertar el jueves por la mañana siendo un escritor. Este es el mejor tipo de escritores”, escribió Charles Bukowski. Algo de eso da vueltas en Palabras robadas, al menos en uno de los tres escritores que habitan sus páginas (sus fotogramas). Pero a pesar de las apariencias, el debut como guionistas y realizadores de Brian Klugman y Lee Sternthal no está centrado en el oficio de la escritura y el ambiente editorial, ocupado como está en exaltar grandes palabras como el Talento, el Amor, la Inspiración, el Honor, la Culpa y las Segundas Oportunidades. Guión de hierro a la vieja usanza, el de Palabras robadas cronometra rigurosamente sus tres actos y presenta su trío de historias de literatos como si se tratara de cajas chinas, a través de flashbacks dentro de flashbacks que van atando cabos y llevando la resolución de sus conflictos a su correspondiente casillero.
El Hombre Viejo (Jeremy Irons), el primero de los escritores (sin nombre propio, lógicamente, como se verá), es el que más cerca está de la definición de Bukowski. Su libro autobiográfico lo muestra como un joven soldado americano, enamorado de una blonda francesa en el París post-1945, pero esa historia de amor contrariado nunca llegará a publicarse. Unas seis décadas más tarde, esas mismas páginas amarillentas son halladas casualmente por Rory Jansen (Bradley Cooper), escritor sin libro publicado que encuentra en el plagio directo y literal una forma de catarsis primero y un enorme éxito editorial después. Claro que el Hombre Viejo se entera y no pasará demasiado tiempo hasta que sus destinos se crucen. La historia del escritor fantasma y el simulador es narrada a su vez por otro escritor, Clay Hammond (Dennis Quaid), quien luego de la presentación de su último libro será cuestionado por una joven groupie, trasformando una posible noche de placer en otro cuestionamiento al rol de narrador y su relación con la vida real.
Palabras robadas gira desembozada y melodramáticamente alrededor de toda clase de lugares comunes, no sólo los relacionados con el oficio del escritor. Rory Jansen (nuevo intento de Cooper, exitoso a medias, de despegarse de sus papeles cómicos) es un compendio de ideas gastadas sobre el joven escritor con talento incomprendido por las reglas del mercado, y la relación con su joven esposa parece tomada del Manual del Conflicto Matrimonial para guionistas de Hollywood. El personaje de Irons –quien gana por afano con su presencia en cámara– es otro ejemplo de lo antedicho, una versión romántica e ingenua del escritor maldito transformado por la historia en un dador de lecciones de vida. El film de Klugman y Sternthal es cine elaborado a partir de la ingeniería del guión, pensado y repensado desde la aceleración y desaceleración del ritmo, la dosificación de impactos anímicos y la construcción de crescendos. Pero, sin sustancia por encima de esos pilares, Palabras robadas esquiva cualquier atisbo de emoción genuina y se convierte en una película cuyo mayor mérito es ser funcional a su trama. Un film-robot.
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