CINE › SIMON, HIJO DEL PUEBLO, DE ROLANDO GOLDMAN Y JULIAN TROKSBERG
La línea que liga al muchacho que un siglo atrás vengó uno de los más notorios casos de represión policial con chicos de hoy es el eje de este documental inspirado en los estudios que sobre Simón Radowitzky realizó Osvaldo Bayer.
› Por Horacio Bernades
“¡Uy, mirá!”, les dice una chica de colegio a sus compañeros, señalando la pintada sobre el monumento, en plena Recoleta. “Simón vive”, se lee allí, y abajo la estrella y el círculo que distinguen al anarquismo. Esa línea, que liga al hombre que un siglo atrás vengó uno de los más notorios casos de represión policial con chicos de acá y ahora, es el eje sobre el que se construye Simón, hijo del pueblo. Inspirado en los estudios que sobre Simón Radowitzky realizó Osvaldo Bayer, el documental escrito y dirigido por los debutantes Rolando Goldman y Julián Troksberg cuenta con participación del propio Bayer, que además colaboró en la escritura del guión. Venido de Ucrania como parte del denso flujo poblacional de comienzos del siglo XX, en noviembre de 1909 Radowitzky puso una bomba en el carruaje que llevaba al coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía Federal. Meses antes, el 1º de mayo, el coronel había comandado la carga a caballo que finalizó, en plena Avenida de Mayo, con cuatro manifestantes muertos y cuarenta y cinco heridos.
¿Qué reclamaban los manifestantes ese 1º de mayo? ¿La caída del Estado burgués, la revolución social en armas, el fin de la sociedad de clases? No, la jornada laboral de ocho horas. “Agitaban banderas rojas”, dijo el coronel Falcón –cuyo nombre lleva, hasta el día de hoy, no sólo la calle más larga de la ciudad después de la avenida Rivadavia, sino la mismísima escuela de la Policía Federal– para explicar por qué ordenó a policías armados cargar sobre militantes desarmados, a la altura de Avenida de Mayo y Salta. Nomás trasponer lo que sucedió días atrás en terrenos del Hospital Borda, entre la Policía Metropolitana y manifestantes igualmente desarmados, para tener patentizada otra continuidad histórica, que da al film un segundo relieve. La primera ligazón la proporciona, en el documental de Goldman y Troksberg, un personaje ficcional, un chico de secundaria que lleva el apellido Radowitzky. Trama ficcional prolijamente urdida, que hace que, al terminar un picadito en el Parque Centenario, el chico encuentre, en uno de los puestos de la feria de libros contigua, un número de la revista Sudestada que presenta en tapa una nota sobre Simón Radowitzky.
Allí inicia Julián (encarnado por Julián Goldman, hijo de uno de los directores) una investigación que combina lo familiar con lo histórico y político, y que lo lleva a encontrarse con una tía (descendiente verdadera de Radowitzky), así como a consultar microfilms en el Archivo General de la Nación y originales de la época, prolijamente conservados y archivados en la Biblioteca Popular José Ingenieros, especializada en bibliografía anarquista. Parte de esa documentación son, claro, los estudios publicados en distintos medios por Osvaldo Bayer. Buen motivo para que el autor de Los anarquistas expropiadores haga su aparición, no sólo como una suerte de “conductor” histórico y político –va bajando toda la información concerniente a Radowitzky, la planificación del atentado y los primeros tiempos del anarquismo en Argentina–, sino también como viajero a la ex cárcel de Ushuaia, actual Museo Marítimo. En esa suerte de Alcatraz nacional purgó prisión Radowitzky durante nueve años... hasta que huyó, con ayuda de un compañero de militancia, llegado desde Buenos Aires para rescatarlo.
¿Una aventura? Eso es también Simón, hijo del pueblo. Doble aventura, en tal caso. Por un lado, la de Radowitzky, que tiene 18 años cuando tira el paquete dentro del carruaje de Falcón, que fuga de prisión, es atrapado y mucho más tarde puesto en libertad (gracias a la presión ejercida sobre las autoridades), viajando a España en 1936 para sumarse a las filas republicanas y terminando sus días como empleado de juguetería en México, donde fallece a mediados de los años ’50. Por otro, la aventura intelectual del chico que investiga el secreto escondido en su familia, remontando hacia atrás la corriente de la sangre y la memoria. Continuidades: Julián tiene más o menos la misma edad que Simón en aquel momento. Más continuidades, aportadas ahora no por la ficción, sino por la más estricta realidad: en un acto en homenaje a los Mártires de Chicago, Bayer habla en Plaza Lorea desde una tarima, con su pelo blanco, su saco y su bufanda. Entre el público, un chico punk, con corte estilo mohicano, lo escucha con reverencia. Una continuidad más, fruto del adecuado sentido de la oportunidad, es que Simón, hijo del pueblo se estrene un 2 de mayo: un día después de que todo empezó.
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