CINE › RIGOLETTO EN APUROS, DEBUT EN LA DIRECCION DE DUSTIN HOFFMAN
Una vieja mansión victoriana, convertida en lujosa residencia geriátrica, es el escenario donde se reúnen viejas glorias del mundo de la música y del varieté londinenses para dirimir sus celos, amores y vanidades. Maggie Smith encabeza un elenco de lujo.
› Por Luciano Monteagudo
“Envejecer no es para cobardes”, dijo alguna vez Bette Davis, con una sabia mueca de desdén detrás del humo de su perenne cigarrillo. Y aquella famosa frase, ciertamente sin el mismo filo, reaparece ahora en labios de uno de los personajes de Rigoletto en apuros, una comedia tan amable como sensiblera, que marca el debut como director de Dustin Hoffman, después de haber estado 45 años frente a las cámaras.
Nuevo aporte a un subgénero –el de las comedias geriátricas– que parece está rindiendo bien en la boletería y que tuvo entre sus últimos exponentes a El exótico Hotel Marigold y la francesa ¿Y si vivimos todos juntos?, este Rigoletto en apuros apela un poco a la misma fórmula de sus predecesoras: la de reunir a un nutrido grupo de veteranos –con todos sus caprichos, manías y achaques– para ofrecer eso que a comienzos del siglo pasado se denominaba “una lección de vida”. El guión, del experimentado dramaturgo británico Ronald Harwood (autor de El vestidor y de los libretos de Oliver Twist y El pianista, para Roman Polanski), está basado en su propia obra teatral y no hace nada por esconder ese origen. A una mansión victoriana, convertida en lujosa residencia geriátrica para músicos y cantantes retirados, llega una legendaria “prima donna” del mundo de la ópera (Maggie Smith, que también se hospedaba en el Hotel Marigold), provocando una serie de desarreglos en esa casa en la que parecía reinar cierta armonía.
Sucede que, fiel a su estilo, esta vieja diva decide recluirse en su cuarto y no compartir con el resto de sus compañeros ni las comidas ni las actividades recreativas. Pero lo que sus antiguos compañeros de escenario interpretan como una última manifestación de superioridad y orgullo esconde sin embargo otros motivos. Por un lado, la señora sufre de una depresión galopante, en la medida en que nunca llegó a aceptar las limitaciones que le impuso su edad, no sólo a su voz sino también a su cuerpo. Y por otro, arrastra un terrible mal de amores: su ex marido (el gran Tom Courtenay, que protagonizaba El vestidor, basada en otra pieza de Harwood) también está hospedado allí. Y ella tiene con él una deuda asociada con viejas pasiones y traiciones, que ahora finalmente parece decidida a saldar.
Entre celos, vanidades y problemas de memoria y de próstata, Rigoletto en apuros se irá acercando a su clima, que culminará, previsiblemente, con una función en la que cada uno dará lo mejor de sí, como en los buenos viejos tiempos. El elenco –que incluye no sólo a otros grandes actores británicos, como Michael Gambon, sino también a auténticas leyendas del mundo de la música y el varieté londinenses– es obviamente lo más disfrutable de la película de Hoffman, que describe ese mundo con menos humor que condescendencia.
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