CINE › BOMBA, DE SERGIO BIZZIO, CON JORGE MARRALE Y EL DEBUTANTE ALAN DAICZ
Un taxista engañado por su mujer quiere irse de este mundo con un estallido, que también se lleve a la traidora y a su amante. Pero en el camino se le cruza un pasajero. La película más clásica y prolija del director de Animalada.
› Por Horacio Bernades
“A ver si sabés qué es esto, pibe”, le dice el taxista al pasajero, con esa proclividad que tienen los tacheros a lo magisterial. Sin embargo, en lugar de poner a D’Arienzo o Julio Sosa, como haría la mayoría de sus colegas, pone a Color Humano. Y el pibe lo reconoce. No es el único punto de encuentro entre uno y otro. Aunque la forma en que se conocen no parece la más indicada para hacer amigos. Apuradísimo porque llega tarde a un evento muy importante, en cuanto Walter sube al taxi ve el manojo de explosivos, al que sólo le falta la marca Acme para ser igualito a los del Coyote. Los explosivos (los del asiento de atrás, los del de adelante y los escondidos en el baúl) están conectados al dispositivo de la bocina. Y el dueño del auto piensa tocarla en cualquier momento.
¿Un jihadista en Buenos Aires? No, un tipo al que engañó su mujer y quiere irse de este mundo con un estallido, llevándose puestos a la traidora y su amante. Salvo la introducción, dos o tres flashbacks y el remate, los 75 minutos de Bomba transcurren, en tiempo real, dentro del “tacho” a cuyo dueño no se le da nombre (Jorge Marrale). Si Walter (el debutante Alan Daicz) intenta bajar del auto o avisarle a alguien por celular, el otro tocará la bocina. Chofer y pasajero están igualmente desesperados. El chofer, porque nadie llega a esa situación sin estarlo. El pasajero, porque nadie puede estar en esa situación sin transpirar a chorros. Pero como el que maneja estira la definición, dejando traslucir un grado de duda, Walter aprovecha para intentar que el loco entre en razón. ¿Lo logrará? Curiosamente, ésa no es una pregunta que angustie al espectador.
Con una prolijidad ausente en los films previos del reconocido novelista, poeta y guionista Sergio Bizzio (Animalada, 2001, No fumar es un vicio como cualquier otro, 2007/2011), el director de fotografía Nicolás Puenzo mantiene siempre el encuadre apretado, generalmente de frente a los personajes, con el chofer en primer plano y a derecha de cuadro, el pasajero en segundo plano y a la izquierda. La progresión narrativa es clásica y fluida, con la relación víctima/victimario dando paso gradualmente a la de socios espirituales: uno es un adolescente y el otro adolece de los afectos que supo tener; ambos guardan en el pasado experiencias traumáticas. Los actores están precisos, sin margen para sobreactuaciones, y los escasos y breves flashbacks aportan la información necesaria sin que se sientan “puestos”.
Las evocaciones que el potencial suicida hace de su esposa (Romina Gaetani) se imponen, y las de su pasajero también. Walter lleva consigo su primera novela gráfica, recién publicada, y en algún momento el otro querrá darle un vistazo. Como el comic es autobiográfico, los cuadritos conducen con naturalidad al pasado al que se refieren. Además de algún que otro desafío a la verosimilitud, para “entrar” en Bomba se requiere, sobre todo, aceptar que un tipo al que la mujer le metió los cuernos se convierta en hombre-bomba, en lugar de agarrar un fierro y armar un desastre, como hace el resto de sus congéneres. Aun así es difícil entrar del todo, ya que el propio Bizzio no lo hace. Por más que Marrale se angustie y el prometedor Daicz transpire, la cámara siempre guarda una distancia justa, casi imperturbable, más de teatro breve que de cine. Como resultado de esa distancia, el miniapocalipsis inminente nunca se vive como tal. Dándole una vuelta de tuerca a T. S. Eliot, en Bomba el mundo no termina con un estallido ni con un quejido, sino con un descuido.
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