CINE › JAZMíN LóPEZ Y LAS IDEAS QUE ANIMAN LEONES, SU óPERA PRIMA QUE ESTRENA EL JUEVES
Luego de realizar un intenso recorrido por muestras internacionales y alzarse con un Premio del Jurado en la competencia internacional del último Bafici, la película de la joven realizadora llega a su estreno comercial en la Sala Lugones.
› Por Oscar Ranzani
Una nueva cara asoma en el universo del cine argentino independiente: Jazmín López, de 28 años, es otra de las tantas directoras egresadas de la FUC, la Universidad del Cine que fundó y dirige el legendario Manuel Antín y que funciona como semillero cada vez más amplio de flamantes cineastas que desean volcar su creatividad al servicio de un hecho artístico antes que un mero producto comercial. Tras dirigir tres cortos, su ópera prima, Leones, viene de obtener el Premio Especial del Jurado en la Competencia Internacional del reciente 15º Bafici. Previamente circuló por muestras internacionales y participó en la sección paralela “Horizontes” del Festival de Venecia 2012. Ahora llega el desafío mayor: ver cómo responden los espectadores en su tierra. Leones se estrenará mañana en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530), y a partir del viernes podrá verse también en el Malba (Figueroa Alcorta 3415).
La idea del film era “expandir o condensar el tiempo, generar elipsis dentro de un mismo plano y transformar la organización temporal de una historia”, según comenta López, también artista plástica. Esa idea buscó combinarla con un retrato que la directora quería hacer de sus recordados 20 años o “de esa edad post-adolescente”. Es que López confiesa: “Había sentido que estuve preparándome toda mi vida para ser adulto y cuando lo fui, sentí como un abismo grande y una sensación de estar muerta en vida”. Tras esa combinación de factores surgió Leones que, si bien tiene una estructura narrativa, es un largometraje que se sostiene más desde la percepción, lo sensorial, aquello que tiene que ver con las sensaciones antes que con la mente.
El film arranca con cinco adolescentes (tres varones y dos chicas) que caminan por un bosque (la filmación fue entre Bariloche y El Bolsón). Trabajando una combinación entre lo real y lo fantástico, hay un misterio en Leones que sólo una de las chicas percibe. Y si hay misterio, también hay muerte o, como dice López, “ensayo sobre la muerte”. La singularidad de Leones, donde completa su propia identidad, está en su modo de filmación, verdaderamente notable: a través de largos planos secuencia y del uso de la steadycam (a cargo de Matías Mesa, colaborador de Gus van Sant, entre otros), Leones impone una personalidad digna de verse en pantalla grande.
–¿El hecho de estar dedicada a Alejandra Pizarnik, Kurt Cobain y Alfonsina Storni es sólo un homenaje o sus obras le sirvieron de inspiración para la película?
–Sí. Por un lado para el film, pero más que nada estos poetas, estos artistas, fueron de mucha ayuda e inspiración para ese momento particular de mi vida, de los 20 años. Ellos lograban transmitir lo que yo sentía en ese momento de una manera muy cabal. Creo que todos sentimos más o menos lo mismo emocionalmente o perceptualmente, y los grandes artistas son quienes logran decirlo. Es más el cómo decirlo y cómo transmitirlo que el qué. Ellos ponían en palabras, en canciones, en poemas muchas de las cosas que me pasaban. En ese sentido fueron más inspiración para esa edad mía que para la película directamente.
–Que sean todos artistas que se suicidaron remite a la decisión sobre la vida y la muerte. ¿Cómo buscó reflejar esto en el film?
–Leones es una película sobre una vida interrumpida. No es un film sobre la muerte en el sentido de la enfermedad, o de una vida ya vivida, sino como una interrupción. Y está contada desde el sujeto enunciador y desde ellos con una voluntad de que eso sea así. No es un suicidio lo que sucede en la película, pero es una aceptación sobre la muerte. En ese sentido es más metafórica. Creo que Isabel (interpretada por Julia Volpato) es el único personaje que logra salir de este limbo y lo que hace es crecer.
–Usted menciona lo metafórico de Leones y el pasaje de la adolescencia a la adultez es una especie de muerte. ¿Esa era la idea?
–Tal cual. Es una conciencia de muerte. Fue la primera vez que yo creí que mi vida un día se va a terminar. En la niñez hay una sensación de inmortalidad, porque ni siquiera se piensa en la idea de la muerte y porque la vida acaba de empezar. En la adolescencia se termina de constituir el yo y se entiende esta idea de la muerte.
–¿Por eso los personajes están a menudo filmados de espaldas?
–Sí. Me empecé a preguntar algo que no sé si tiene que ver con la moral o con la ética: cómo se filma un muerto. No quería hacer una película de zombis, ni extremadamente solemne o excesivamente simbólica. Me interesaba mucho más la metáfora que el simbolismo. Pensé que tenía que ser genuina y sincera. Y empecé a pensar cómo recordaba yo a las personas que quiero y que no están más acá. Y me di cuenta de que recordaba manos, brazos, hombros, gestos, pelos, movimientos, pero nunca o muy poco la cara y sus gestos. Era como si en la memoria se quedaran grabados detalles. Fue una decisión: “Si los recuerdo así, los voy a retratar así”, dije. Y pese a que mucha gente dice que es sólo una referencia a Gus van Sant, creo que se transmite la muerte a través de las espaldas.
–¿A qué remite el título?
–Hay tres situaciones. Una de ellas es un recuerdo de cuando estaba en sexto o séptimo grado y nos hicieron leer un cuento de Borges. Me encantaría recordar cuál era, pero no puedo, fue hace veinte años. Pero algo entendí de ese cuento y esa idea sigue conmigo hasta hoy. Borges decía que los animales no son mortales porque no son conscientes de su propia muerte. Y para mí, estos chicos no son conscientes de su propia muerte. También se puede preguntar por qué no pájaros y por qué sí leones. Para mí, el león tiene la imagen de juventud extrema, del retrato que mencionaba. Pero la respuesta más linda la dio un crítico alemán: hablando sobre la película, dijo que los cartógrafos de los mapas antiguos cuando estaban investigando terrenos y no sabían lo que había en un lugar, o si era peligroso o si no podían penetrar por la vegetación, ponían leones, como un lugar al que no se puede entrar, un no lugar, pero un lugar al fin.
–Recién mencionaba a Borges. ¿Fue una influencia en la construcción de los laberintos que transitan los personajes?
–Es uno de los artistas que más me gusta, en todas las disciplinas. Pasa que es un grande. No me animo a ponerme al lado. Pero cuando digo que fue una inspiración no necesariamente lo fue en el momento de agarrar algo específico sino que es alguien que leí mucho, me fascina y que, obviamente, creo que destila algo en la película. Quería traer algo de este género fantástico que es tan de Borges y Cortázar. O al menos para mí. Yo siempre lo leo así: hay una base o una superficie que es realista y hay algo que va sucediendo que es lo fantástico. Pero no es maravilloso ni nada extraño.
–¿Por qué decidió otorgarle un valor importante al sonido ambiente de la naturaleza?
–Un poco porque me parece que generar esta realidad fantástica se da muchas veces a través del sonido más que desde la imagen. La imagen es muy pornográfica, muestra mucho. No hay posibilidad de ambigüedad: somos seres de imágenes. Y el sonido es mucho más ambiguo en ese sentido y permite mayor flexibilidad. En la playa, el sonido es infernal. Y, sin embargo, con ese plano sólo escuchamos la respiración y uno no lo percibe como raro, lo acepta. En ese sentido, el sonido es mucho más amable. Pero también me interesaba que la naturaleza sabe más, casi como un narrador omnisciente que está vivo y presente y casi queriéndoles decir algo a los chicos que ellos no están listos para entender.
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