CINE › NICOLáS SAVIGNONE Y HOSPITAL DE DíA, SU óPERA PRIMA
El cineasta y psiquiatra concibió originalmente su film con “objetivos terapéuticos”. Enfocada sobre la cotidianidad de pacientes psiquiátricos, la película invita, según su director, a reflexionar sobre el tratamiento que le da la sociedad a la problemática de la salud mental.
› Por Ezequiel Boetti
La temática siempre estuvo cerca, palpitando agitadamente debajo de las banalidades cosméticas de una sociedad empecinada en ocultarla. Por si fuera poco, la politiquería cotidiana tampoco hacía demasiado por ella, como si las falencias en el sistema de salud mental fueran un tema no tabú, sino, mucho peor, endémico e irreparable. Hasta que hace algunas semanas el endeble equilibrio estalló –implosionó– de la peor forma en el Hospital Borda, con el Estado porteño atacando a mansalva a aquellos que supuestamente debe defender: los más débiles, los olvidados, los marginados. Apenas un par de semanas después, y mientras se aguarda que el conflicto trasvase la agenda mediática para convertirse en asunto público y social, se estrena una película que pone eje justamente en las vicisitudes diarias de un grupo de pacientes. Opera prima del cineasta y psiquiatra Nicolás Savignone, Hospital de día, de ella se trata, se verá hoy y mañana a las 20.30 en la sala La Máscara (Piedras 736). “Traté de aportar una herramienta más para pensar este asunto”, asegura el cineasta.
Egresado de la FUC, el ex médico del Hospital Alvarez (trabajó allí durante tres años) se dio cuenta de que, a medida que se imbuía más y más en el lenguaje cinematográfico, tenía más herramientas para reflexionar sobre su especialidad. “Ahora veo que esas dos actividades, que pensaba que no tenían nada que ver, son cada vez más compatibles. En este momento, el movimiento entre el cine y la medicina me genera un nuevo pensamiento respecto a ambos. Yo reflexiono sobre la medicina. Me doy cuenta de que, desde que me fui, tengo mucho que decir sobre ella”, confiesa Savignone.
En 2007, le surgió la idea de una película centrada en el ámbito de su trabajo. Esto es, el hospital de día ubicado en el barrio de Flores. Pero la película tendría sus particularidades. “La idea consistía en armar un taller de cine dentro del hospital de día, y a partir de ahí crear una película. O sea, que ese trabajo fuera parte del tratamiento”, afirma.
Tiene su lógica, entonces, que hable de su ópera prima como una producción concebida originalmente con “objetivos terapéuticos”. “Trabajamos un año apuntando a un proceso que tenía que ver con la reinserción. La idea era que los pacientes generaran vínculos entre ellos, ya que el problema de la psicosis es el aislamiento. También permite establecer un vínculo con la sociedad, porque la difusión de la película es una forma de darles voz. Traté de darles un marco para que puedan comunicar todo lo piensan y sienten, que es sumamente rico, y para ellos eso es terapéutico”, asegura.
–Usted habla de “aislamiento”, y los pacientes mencionan el miedo y la inseguridad. ¿Esas tres cuestiones están muy presentes en ellos?
–El miedo se da sobre todo en relación con lo vincular. Uno de los pacientes dice que el círculo se va cerrando cada vez más, y hasta los mismos familiares empiezan a dejar de tenerlos en cuenta. Creo que el miedo nace desde la idea de quedarse aislados. Y la inseguridad también es parte de eso. En un momento alguien dice que le tiene “miedo a lo desconocido”, y también que no quiere reinsertarse en una sociedad hostil y discriminadora. Son todos pacientes que necesitan del dispositivo porque requieren una mayor contención.
–¿Había tratado a los pacientes del film en su etapa de médico? ¿Cómo eligió a los protagonistas?
–A algunos sí y a otros no, pero eso no fue condición para que estuvieran o no en la película. En el taller se respetó a aquellos que querían participar y a quiénes no. Ese fue el criterio de selección. Y si Fernando, uno de los pacientes, aparece como protagonista, es porque de alguna forma se dio naturalmente. Él se propuso, iba todos los días, le ponía ganas e incluso se vestía con la misma ropa los viernes del rodaje para mantener la continuidad.
–Muchos de los pacientes lucen absolutamente sinceros frente la cámara. ¿Cómo logró ese grado de intimidad?
–Creo que ése era el plus que me daba ser médico: abordar la problemática sin prejuicio desde un lugar humano. Y sin miedo, porque no dudaba sobre lo que podía preguntar o no. El grado de confianza me permitió ese abordaje. Cuando Fernando dice que tiene miedo a lo desconocido se blanquea mi relación con él: yo no soy un desconocido, sino alguien que está colaborando en su trabajo terapéutico.
–Un detalle particular es que el film no muestra médicos ni personal del hospital. ¿Por qué tomó esa decisión?
–El movimiento de antipsiquiatría y de desmanicomialización de los ‘70 tomó la categoría de Marx que habla de que el esclavo necesita del amo porque uno no es sin el otro y la trasladó a este ámbito: el psiquiatra necesita de enfermos, y el sano necesita enfermos para colocarse en el lugar de sanos. Lo que hice yo es sacar una variable y dejar en primer plano sólo a aquellos que la sociedad cataloga como enfermos para ver qué ocurría sin esos parámetros de normalidad. Entonces se produce la sensación de que eso es lo natural y no la oposición entre sanos y enfermos. La decisión de no filmar médicos ni psicólogos tiene que ver con abordar la problemática desde un lugar no sé si más puro, pero sí humano.
–Otra decisión central es la de mostrar el hospital como un lugar luminoso e incluso cálido. ¿Había una intencionalidad en ese sentido?
–Sí, era parte de lo que quería decir. Cuando uno hace una representación toma posición desde sus decisiones: cómo poner la cámara, qué espacios filmar, qué tipo de iluminación elegir. Todo eso dice mucho. Si yo hubiera querido hacer una crítica al hospital público y decir “acá falta inversión”, habría destacado los lugares que peor están. Y si puedo mostrarlos en blanco y negro, mejor. Yo quería filmar un costado al que uno pudiera entrar desde un lugar no objetivo ni distanciado. No busqué decir “allá están ellos, en un lugar sórdido y oscuro”, sino retratarlos desde un lugar más humano y de identificación.
–Entonces podría pensarse que la película no busca establecer una crítica al sistema hospitalario.
–Por lo menos no desde lo explícito. Si hay una crítica, o si despierta una reflexión, es sobre el tratamiento que le da la sociedad a la problemática. En ese sentido, traté de aportar una herramienta más para pensar esta temática. Hasta ahora tenía las categorías médicas, la representación de los medios o algunos documentales sobre el hospital público. Y acá se da una perspectiva nueva, enfocada desde la cotidianidad.
–Recién mencionaba el tratamiento que le da la sociedad. ¿Es viable la reinserción de las pacientes?
–Hay muchísimas variables. En un sistema cada vez más capitalista y neoliberal es difícil no sólo para ellos, sino para cualquiera. Entonces, lo primero que va a encontrarse alguien que viene de un psiquiátrico son obstáculos y barreras. Ahí tiene que estar el Estado para pensar, de un modo responsable y criterioso, alguna forma de generar dispositivos de reinserción, como por ejemplo los talleres protegidos, que ofrecen oficios para que ellos empiecen a manejar el capital de su trabajo administrando el dinero que ganan. Pero no es fácil.
–¿Cree que falta un trabajo de “educación social”?
–Claro, totalmente. El discurso médico rebasa por todos lados y empieza a tomar parte de la vida cotidiana de cualquier ciudadano. El tema es que la psiquiatría, y en general todas las ramas de la medicina, cosifican al otro, lo objetivan y lo estigmatizan. Si eso empieza a impregnarse en la sociedad, y cualquier persona utiliza las mismas categorías (“éste es psicópata, aquél es bipolar”), se genera inevitablemente la discriminación. Es necesario que se empiece a ver el problema desde un punto de vista más humano para empezar a romper esos muros que uno construye para que “eso no me toque”, y pueda producirse una especie de lazo. Es fundamental que la sociedad empiece a pensar esas cosas porque los pacientes son ciudadanos con los mismos derechos que cualquier otra persona.
–¿Es viable la concreción del lazo que usted menciona?
–Creo que al menos se tiene que dar el debate. La Ley de Salud Mental se aprobó con una discusión interna pero no social, cosa que sí pasó por ejemplo con la del matrimonio igualitario u otras leyes. Hay sectores de la población puramente pragmáticos que no van a consensuar, pero sí puede haber otros que empiecen a pensar esta cuestión y al menos hacerle sentir al otro un poco de vergüenza cuando discrimine.
–En ese sentido, lo sucedido durante la represión en el Hospital Borda de cierta forma puso la cuestión hospitalaria en la agenda mediática y permitió visibilizar el conflicto.
–Hay algo en la agenda de los medios que se relaciona con el vértigo, el puro presente y con cierta cuestión de la época que da un poco de desconfianza. Pero me parece que el Borda es síntoma de un tema que está muy desatendido –la cuestión del centro cívico ya venía desde hace un año– y en algún momento iba a estallar. Y si no aparece en forma de debate, lo va a hacer del peor modo. Pero en definitiva aparece.
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