Miércoles, 5 de junio de 2013 | Hoy
CINE › ROBERTO VILLA, EL FOTóGRAFO QUE RETRATó AL DIRECTOR EN ACCIóN EN EL SET
A mediados de los ’70, el fotógrafo genovés siguió al cineasta en la filmación de Las mil y una noches, que forma parte del ciclo que se extenderá desde hoy y hasta el próximo martes en la Sala Lugones y la Fotogalería del San Martín.
Por Horacio Bernades
“Odio el mundo actual, tan pequeño burgués y falsamente tolerante. En su contra me quedo con aquel mundo desaparecido que sobrevive en alguna zona del Tercer Mundo, de Nápoles para abajo, aunque acosado por los modelos burgueses del consumismo y la falsa tolerancia.” En busca de ese mundo desaparecido, a mediados de los años ’70 Pier Paolo Pasolini partió rumbo a Yemen, en cuyo desierto filmaría –tanto como en exteriores de Irán, Eritrea, Etiopía, India y Nepal– Las mil y una noches. La película basada en el clásico de la literatura árabe terminó siendo la última estación de la llamada Trilogía de la vida, iniciada en 1971 por El Decamerón y continuada al año siguiente por Los cuentos de Canterbury. Antes de morir a manos de un desconocido en la playa de Ostia, el propio Pasolini tendría tiempo de abjurar de ella, en su testamentaria y bestial Salò, donde en lugar de la vida lo que reina es la muerte.
Tras la huella de Pasolini partió también rumbo a Medio Oriente, un día de 1974, el genovés Roberto Villa, fotógrafo treintañero que con las fotos que sacó durante los cien días de rodaje terminaría publicando un álbum llamado El Oriente de Pasolini. Villa terminó por ceder más tarde toda la colección a la Cineteca de Bologna, ciudad natal de PPP. La Trilogía de la vida forma parte del ciclo Actualidad de Pier Paolo Pasolini: organizado por el Complejo Teatral Buenos Aires y Cinemateca Argentina, con la colaboración del Instituto Italiano de Cultura y el Consulado General de Italia en Argentina, el ciclo se extiende desde hoy hasta el martes 11 de junio en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, e incluye las poco vistas La rabia de Pasolini (2008, sobre film original de 1963) y Apuntes para una Orestíada africana (1970).
Al mismo tiempo, la FotoGalería del teatro albergará, hasta el domingo 30 de junio, una selección de fotos de Villa, tomadas de El Oriente de Pasolini y cedidas por la Cineteca de Bologna. En ellas puede verse al hombre de rostro mineral apoyando el ojo sobre la cámara y compartiendo recreos o preparando escenas sobre fondos igualmente minerales, junto a pobladores de los distintos lugares visitados. Pobladores de rostros primitivos, como le gustaba a Pasolini. Hasta el punto de que muchos de ellos fueron a parar a la película. Nacido en 1937, desde comienzos de los ’70 Roberto Villa comenzó a publicar regularmente en la edición italiana de la revista Playboy, tanto como en Vogue, Esquire, Harper’s Bazaar y National Geographic, entre muchas otras.
Villa conoció a Pasolini a la finalización de un congreso sobre cine y televisión, en el que se trataba el problema de los cortes practicados a las películas, en beneficio de las tandas publicitarias. Allí el genovés propuso a PPP intercambiar ideas sobre semiología de la imagen, una de las especialidades de este setentón delgado y vital, que visita Buenos Aires por primera vez. “Pasolini, que era una persona amable, me dijo que lo haría con todo gusto”, recuerda Villa, sentado frente a un pocillo de café, en el bar del hall del San Martín. “Pero tenía un problema: en días más partía a Medio Oriente, para filmar Il fiore delle mille e una notte, título original de la película. Me ofreció acompañarlo y no lo dudé.”
Después de resolver cuestiones de trabajo, Villa se subió a un avión de Alitalia. Pasolini le había hecho llegar un plano de la zona que iba a cubrirse en el rodaje, con puntos que indicaban las locaciones para que el fotógrafo y semiólogo se sumara donde pudiera. Como primer punto, Villa eligió Yemen. Bajó en Adén y partió al desierto. “A Pasolini le interesaba de Oriente el estado natural que aún existía, en el que veía una suerte de paraíso que Occidente había perdido para siempre”, dice Villa. “El estaba disgustado con la sociedad de consumo, hacía una diferencia entre progreso y desarrollo. Decía que el progreso era la evolución tecnológica que la sociedad occidental iba llevando, mientras que el desarrollo representaba para él algo superior, que incluía a la cultura. Y para él la cultura contemporánea no podía desligarse del pasado. Los tres textos a los que recurre en la Trilogía de la vida son textos antiguos, tanto como el Edipo o Medea, que también adaptó para el cine. En cuanto a El Evangelio según San Mateo, es significativo que se trate del más crítico de los evangelios: Pasolini era un intelectual crítico, molesto, que no tenía problema en combatir incluso el progresismo. Aunque él fuera marxista.”
Marxista gramsciano, particularmente interesado en la cultura popular, como demuestra toda su obra. Desde los ragazzi di vita (chicos de la calle) de las primeras películas hasta esos jóvenes que en Salò son escogidos como víctimas sacrificiales de los oscuros representantes del poder. “Los tres textos que Pasolini elige como base de la Trilogía de la vida celebran el cuerpo, el placer, la sexualidad. Pero en sus películas, al contrario de la forma en que el cine de entretenimiento suele tratarla, la sexualidad es ingenua, tosca, infantil, tal como son los personajes. Lo paradójico es que Trilogía contó con aporte monetario de productoras de Hollywood. Pero no cedió un ápice al gusto hollywoodense. De hecho, en el momento del estreno produjeron mucho desconcierto en todo el mundo. Es que para entender a Pasolini se requiere una mirada crítica, no ingenua.”
Visto desde la contemporaneidad, produce escozor que buena parte de Las mil... se haya rodado en Irán, país que para Occidente tiene ahora un sentido opuesto a esa Arcadia que Pasolini buscaba o soñaba en Oriente. Asombrosamente, él mismo había anticipado esa mutación, con varias décadas de antelación. En un escrito publicado en 1974 en la revista Il Tempo advertía: “Para alcanzar niveles de vida occidental, los pueblos árabes terminarán abjurando de su antigua tolerancia y llegarán a ser horriblemente intolerantes”. “Era un visionario”, corrobora Roberto Villa, terminando su ristretto. “Un tipo sumamente modesto, además. Durante el rodaje, no tenía problema en aceptar sugerencias de quien fuera. Recuerdo una toma de Las mil y una noches en la que había que registrar a un actor no profesional, que venía corriendo, de frente. Había un punto en que, en todas las tomas, el hombre se salía de cuadro. No había caso: Pasolini lo filmó más de cuarenta veces y siempre pasaba lo mismo. Yo observé entonces que al frenar, el actor pegaba un pequeño saltito, que provocaba que la cabeza se le fuera de cuadro. Con mucha reserva me acerqué a Pasolini y se lo comenté al oído. ‘¿Y por qué no me avisaste antes?’, reaccionó, antes de pedirle al actor que evitara el saltito.”
* Más información sobre el ciclo Actualidad de Pier Paolo Pasolini y la exposición fotográfica El Oriente de Pasolini, en www.teatrosanmartin.com.ar y www.complejoteatral.gob.ar
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