Jue 27.06.2013
espectaculos

CINE › TERCERA PARTE CON ALGUNAS VARIACIONES

El peso del pasado

En algunos planos, nada ha cambiado: Jesse y Céline alumbran partes de su existencia y oscurecen otras. Pero este tercer film impone nuevas coordenadas dramáticas.

¿Esta gente se pasa la vida de vacaciones? Primero fue Viena, después París, ahora el Peloponeso. Hasta el momento, Richard Linklater eligió mostrar a Jesse y Céline no en su vida cotidiana, sino en intervalos turísticos. Y eso que esta vez ya no se trata de dos que se encuentran ocasionalmente, sino de un matrimonio, con algunos años encima y dos hijas mellizas (no se trata de un spoiler, ya que eso puede constatarse en la segunda escena de la película). El peligro de tarjeta postal, que la fotografía soft de toda la serie no hace más que agudizar, se ve acentuado aquí por el imponente decorado mediterráneo e impecables ruinas precristianas. Una única referencia al paso reconoce, al menos, que el realizador y sus actores no ignoraban que mientras ellos paseaban la economía griega se hundía, y con ella el país entero. Pero bueno, el tema es, como en Antes que el amanecer (1995) y Antes que el atardecer (2004), la relación entre un hombre y una mujer, y el modo en que el tiempo la modela. Así que es de eso de lo que hay que hablar.

Por su carácter de imprevisto brutal, el plano secuencia que muestra primero a Céline junto al auto de Jesse, y luego a las mellizas durmiendo en el asiento de atrás, representa para el espectador un shock comparable con la aparición de la Sra. Bates, al final de Psicosis, en la medida en que anuncia una relación totalmente distinta a la que el escritor texano y la politóloga parisina habían sostenido hasta ahora. Cuando se conocieron, a los veintipico, eran solteros. Entre ambos no se interponía el tiempo, sino la distancia: la que va de Austin a París. En su segundo encuentro, pasados los treinta, Jesse estaba casado, tenía un hijo y ninguna intención de separarse de la esposa para quedarse con la francesita.

Aunque el final de Antes del atardecer (una suspensión tan furibunda como la de la última escena de Vértigo, para seguir con la comparación) dejaba flotando la duda. ¿Habrá tomado el muchacho el avión, o prefirió quedarse a ver para siempre la irresistible imitación de Nina Simone que Céline hacía en su departamento? La cama, ahí al lado de ella, hacía difícil la partida de él. Ahora sabemos que lo que siguió fue algo más que un revolcón vacacional. El diálogo informa –en esta serie el diálogo es, como se sabe, todo– que Jesse y Céline viven en París con las nenas, que él sigue escribiendo y ella tiene problemas en su trabajo, en una oficina pública. “Este es otro gobierno, pero son la misma porquería”, dice más o menos Céline (el cronista no recuerda la cita textual), en otra de las raras bajadas a la realidad de todos los días de Antes de la medianoche.

Todo eso –el matrimonio, el tiempo pasado entre ambos, el hecho de que Jesse viva a miles de kilómetros de su hijo, las cuestiones de género que hacen que ella se tenga que ocupar de trabajo, casa e hijas, mientras él se dedica a escribir– se pondrá en cuestión durante la macroescena que constituye el nudo dramático de Antes... ¿Nudo dramático? Junto con la circunstancia del matrimonio sobrevino otro cambio radical, esta vez de orden narrativo. Lo que antes fueron charlas y paseos, puro devenir, da lugar, en la segunda parte de esta tercera parte, a una estructura dramática algo más tradicional, que incluye un conflicto, su nudo y resolución.

Aunque todo siga sucediendo en un día, la perspectiva temporal es más amplia que el puro presente que signaba los films anteriores: hay un pasado que pesa (el de la relación entre Jesse y Céline, pero también el de la propia serie), un futuro en juego y hasta un fuera de campo (el hijo y la “bruja” de la ex) que hasta ahora se presentaba de modo mucho más alusivo. Hay también más humor, consecuencia de que hay más drama. El núcleo, esa segunda mitad en la que ambos se ven de pronto frente al abismo del desgaste, el reproche y el desamor (más de media hora en un cuarto de hotel, así como Tape transcurría toda en una habitación) pone al tercer capítulo de la serie Antes en una zona intermedia entre Maridos y esposas y Escenas de la vida conyugal. Chascarrillos y punchlines allenianos (de cuando Woody era Woody, por supuesto) coexisten con una angustia y oscuridad que en la obra previa de Linklater aparecían apenas en la última palabra del título A Scanner Darkly.

La sensación de verdad, de cosa próxima y real que transmiten Jesse y Céline (no tanto el decorado, que los pone más cerca de ricachones de zona norte que del espectador medio) siguen siendo absolutos. Los diálogos, transparentes (a diferencia de los de otros maestros “palabristas”, como Eric Rohmer y Joseph L. Mankiewicz, que disimulan más de lo que muestran) y Jesse y Céline, paradójicamente opacos: poco o nada se sabe de ellos, más allá de lo que dicen.

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