CINE › EL PRODUCTOR FRIEDER SCHLAICH RECUERDA A WERNER SCHROETER
Contemporáneo de Rainer Fassbinder y Wim Wenders, Schroeter filmó a la sombra de sus amigos, aunque su obra es de una estatura equivalente. Ahora una amplia retrospectiva en la Sala Lugones echa luz sobre su cine, de una singularidad absoluta.
› Por Ezequiel Boetti
Fueron, en el mejor de los casos, algunas breves líneas anunciando la mala nueva. El menosprecio mediático frente a la muerte de Werner Schroeter, tres años atrás, muestra que el olvido era tan hondo y generalizado que ni siquiera supieron concederle el reconocimiento de un digno último adiós. Para muchos una de las máximas injusticias del cine teutón del último medio siglo, este realizador y director teatral compartió generación con su tocayo Werner Herzog, Rainer Fassbinder y Wim Wenders, entre otros, constituyéndose así como uno de los pilares del Nuevo Cine Alemán de los ’60. Pero esa suerte también fue su desgracia, ya que realizó gran parte de su obra bajo la sombra de la fama y el reconocimiento de sus cumpas, más allá de un Oso de Oro en Berlín y un premio honorífico en Venecia. “Él era demasiado exótico para Alemania”, sintetiza ante Página/12 Frieder Schlaich, su último productor, además de distribuidor de varias de sus películas.
El paso del tiempo sirve, al menos por una vez, de involuntario aliado de las causas nobles, ayudando a que Schroeter obtenga el espacio que se merece. Con el apoyo del Goethe-Institut, la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530) hará su aporte programando, desde hoy y hasta el domingo 1º de septiembre, una jugosa retrospectiva de 19 películas, muchas de ellas inéditas aquí, entre las que se destaca el documental sobre la dictadura titulado De la Argentina. La editorial Mardulce aportará lo suyo poniendo a la venta una compilación de textos autobiográficos titulada, valga la redundancia, Schroeter. Una autobiografía, cuya presentación será el próximo martes a las 20 en una charla con Gabriela Massuh, Marcelo Pano-zzo y Pablo Schanton. A continuación, Schlaich, que oficiará de presentador de algunas funciones durante este fin de semana, recuerda al cineasta.
–Schroeter solía reconocer su “sentido trágico de la vida”. ¿Eso se reflejaba en el trato cotidiano?
–No, en realidad él trabajaba de una forma muy concentrada y concisa. Por eso los actores lo adoraban. Era alguien muy preciso en sus indicaciones. No había un sentimiento trágico de autocompadecerse ni mucho menos.
–En ese sentido, el documental Mondo lux, que retrata los últimos cuatro años de Schroeter, lo muestra activo e incluso haciendo chistes sobre su tumor. ¿En qué medida la enfermedad fue un factor condicionante de su obra?
–No puedo decir que su producción estuviera relacionada con su enfermedad. Lo conocí un poco antes de que le detectaran la enfermedad y después del diagnóstico él mismo se propuso aprovechar cada minuto, pero eso no cambió la dinámica de trabajo ni el resultado. Era impresionante ver el grado de concentración extremo a pesar de los problemas de salud. Sí, es verdad que su última película, Para esta noche, es bastante oscura, pero hay que tener en cuenta que ese componente está en el libro homónimo de Juan Carlos Onetti en el que se basa, y que él no lo eligió, sino que se lo propuso uno de los coproductores.
–Suele decirse que Schroeter es uno de los secretos mejor guardados del Nuevo Cine Alemán. ¿Hay alguna relación entre el “exotismo” que usted menciona y la falta de reconocimiento?
–Sí, seguro, pero esa falta de reconocimiento también tiene mucho que ver con el contenido de su obra. El común denominador del público piensa en estructuras narrativas tradicionales cuando se habla de cine, y eso es justamente lo que él nunca aplicó. Pero también hubo una época en la que tuvo cierto reconocimiento, como cuando trabajó más de diez años en el teatro de Düsseldorf.
–Hace poco se realizó una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y ahora ésta en la Sala Lugones. ¿Son síntomas de una revalorización de su obra?
–Cuando lo conocí, su nombre flotaba en el ambiente, pero nadie conocía sus películas. Para esta noche ganó en Venecia y, por fin, tuvo recepción en Alemania. En nuestro país es habitual que los artistas sean aceptados tardíamente. Esperemos que aquí ocurra lo mismo, ya que aún no hemos tenido una retrospectiva como esas.
La agenda no le dio –ni le dará– respiro a Frieder Schlaich. Es que a las presentaciones en la Lugones se le sumó una masterclass sobre estrategias de distribución realizada ayer en la Universidad del Cine, en la que volcó toda la experiencia acumulada a lo largo de 21 años al frente de Filmgalerie 451, empresa destinada al apoyo de proyectos tanto propios –él también es director– como ajenos con eje en la exploración de nuevas formas artísticas. “Es cada vez más difícil encontrar películas interesantes. Puede ser también que quizá nosotros estemos demasiado viejos y no nos enteremos de qué están haciendo los jóvenes de 20 años, pero creo que el cine ha perdido coraje”, opina.
–Resulta paradójica esa falta de coraje en una época en la que podría suponerse que la tecnología digital y la disminución de los costos del equipo técnico facilitan ese tipo de apuestas.
–Esa discusión viene hace más de diez años, cuando salieron las cámaras Mini DV y pensamos que ahí sí se revolucionaría el cine. Yo no relacionaría directamente el asunto con la técnica, sino con la cuestión artística. En Alemania ocurre que aquellos que terminan haciendo películas no son los artistas, sino aquellos cineastas más adaptados y aprobados por las escuelas de cine y los premios de los festivales. Schroeter cuenta en su libro que en sus comienzos el cine se trataba de una cuestión de amigos y conocidos, algo que hoy ocurre cada vez menos.
–Muchos de esos festivales organizan becas y concursos a proyectos en desarrollo. ¿Estos eventos son nuevos actores dentro del sistema de producción del cine más riesgoso?
–Hay una tendencia a que este tipo de películas se vea sólo en festivales que no me parece saludable, porque se pierde todo el fundamento de trabajo. Para los directores, es un gran evento en el que se muestra la película y ahí termina. Después no se sabe muy bien qué ocurre con todo ese material, a dónde va.
–Entonces los festivales son factores más influyentes en la distribución que en la producción.
–Sí, en ese sentido hay una gran diferencia a cuando empezamos, porque uno iba a un festival con la esperanza de encontrar una distribuidora o algún contrato televisivo, y hoy en día ya no es así. Todo termina allí.
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