Sáb 17.08.2013
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CINE › CORAZON DE LEON, ESCRITA Y DIRIGIDA POR MARCOS CARNEVALE

El amor conoce de extremos

Con su consabido pulso para asumir temas sociales, el director se apoya en buenas performances de Julieta Díaz, Guillermo Francella y Mauricio Dayub para delinear el modo en que una mujer consigue vencer sus propios prejuicios al relacionarse con un liliputiense.

› Por Oscar Ranzani

A veces, lo que la gente puede imaginarse previo al estreno de un film suele resultar engañoso, y que no necesariamente exprese la esencia de la película que luego se podrá ver en la pantalla grande. Que un hombre de 136 centímetros intente seducir a una mujer hermosa puede resultar un golpe de efecto y ser el puntapié de una comedia absurda, llena de gags, liviana en su propósito, con una ridiculización de un enano –un liliputiense, para mayor exactitud– y con meros convencionalismos comerciales. Totalmente alejado de todo eso está Corazón de León, séptimo largometraje de Marcos Carnevale, director que tiene la costumbre de meterse en temas tomados del universo social. Conviene, entonces, dejar de lado esos preconceptos para poder sumergirse en una historia que transita entre la comedia y el drama y que, si bien tiene humor, establece una reflexión profunda sobre determinadas cuestiones de las conductas de una sociedad, en términos más dramáticos que jocosos. ¿Cuáles? Paso a paso.

Julieta Díaz es la morocha elegida para componer a Ivana, una abogada que viene de un fracaso amoroso con Diego (Mauricio Dayub), luego de una relación de tres años. Si bien ya no comparte cama y casa, sigue siendo socia de Diego –él también es abogado– en un estudio jurídico. Un día habla por teléfono con su ex, mantiene una discusión y hace volar el aparato por los aires, producto de su furia. León (Guillermo Francella), un arquitecto exitoso, ve la escena en la calle y, sin conocer a Ivana, recoge el celular. Más tarde, busca en la agenda, y cuando encuentra el contacto “Casa”, la llama suponiendo que es el número de línea de Ivana. Y así es. León comienza la conversación muy amablemente, despliega toda su garra seductora, se muestra simpático, con todo su carisma, inteligente, rápido para contestar. Resulta lógico establecer un clima propenso a una buena química con Ivana. Pactan un encuentro y cuando cortan, Ivana siente que en esa cita no sólo recuperará el teléfono sino que, tal vez, pueda pasar algo más... Hasta que, cuando se ven cara a cara, se encuentra con un hombre de 136 centímetros.

El impacto visual hace entrar al personaje de Díaz en una batalla interior, porque León tiene todo lo que le gusta: es exitoso en su profesión, está separado en buenos términos con su ex, tiene un hijo, no padece problemas económicos, es sumamente agradable (algún matiz no le hubiera venido mal al personaje), pero la altura parece un escollo insalvable. La película, entonces, se concentrará en mostrar el recorrido que hace Ivana para poder desafiar sus contradicciones, pero también para enfrentar los prejuicios de su familia y sus amigos. Y plantea la siguiente encrucijada: ¿es posible que nos guiemos por nuestros sentimientos tapados por nuestros propios prejuicios? Responder al mandato familiar/social o guiarse por lo que realmente siente es el dilema que deberá resolver Ivana.

Vale destacar que la actuación de Francella es enorme (cualquier paradoja con la altura del personaje es mera casualidad lingüística) y que demuestra una vez más, como en El secreto de sus ojos y Los Marziano, que se trata de un actor con un potencial dramático que está empezando a consolidar con solvencia, más allá de sus trabajos en sitcoms y su anterior encasillamiento en la comedia. El papel de Julieta Díaz también es consagratorio porque, en realidad, Corazón de León hace hincapié en el punto de vista de su personaje y en el recorrido que establece desde el impacto inicial hasta el proceso de enamoramiento de León. Y Díaz logra una plasticidad artística que no hace tambalear en ningún momento la difícil tarea de los cambios que experimenta su personaje. Una mención aparte también merece Nicolás Francella, el hijo de Guillermo tanto en la vida real como en la ficción, que le hace ver lo que él disimula con su máscara.

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