Sáb 07.09.2013
espectaculos

CINE › NE CHANGE RIEN, CON DIRECCION DE PEDRO COSTA

El arduo trabajo de la creación

El cineasta portugués pone el foco en la actriz y cantante francesa Jeanne Balibar, musa de directores como Jacques Rivette y Raúl Ruiz. A diferencia de los documentales musicales convencionales, Ne Change Rien explora el día a día y los ensayos extenuantes de la artista.

› Por Luciano Monteagudo

La luz es difusa y el blanco y negro ayuda a borrar las fronteras del tiempo. Sobre un escenario apenas entrevisto, una mujer alta y de rostro anguloso comienza a desgranar lentamente, con voz grave, una canción en un inglés de un arrastrado acento extranjero. “You’re torturing me / If you love me tell me / If you don’t please let me go...” La ilusión remite a Marlene Dietrich (más a sus legendarios conciertos que a sus protagónicos para el cine), pero quien canta es la actriz francesa Jeanne Balibar, musa inspiradora de grandes directores como Jacques Rivette, Raúl Ruiz, Olivier Assayas. Y quien ahora no puede apartar de ella su cámara es el portugués Pedro Costa, el autor de Ossos, No quarto da vanda, Juventude em marcha, uno de los realizadores esenciales del cine contemporáneo, bien conocido por los seguidores del Bafici.

El director propone un retrato de la actriz como chanteuse, probándose en distintos campos –el rock, el cabaret, la música lírica–, pero nunca en función. El público está siempre ausente, como si no existiera. A diferencia de los documentales musicales convencionales, que registran un concierto y la devota admiración de los seguidores de la estrella, o que se internan en las banalidades del backstage y los chismes de camarines, lo que explora Ne Change Rien es el día a día, el estudio de la partitura, los ensayos extenuantes, en fin, el arduo trabajo de la creación.

Algo parecido ya había hecho Costa en Où gît votre sourire enfoui? (¿Dónde yace tu sonrisa escondida?, 2001), cuando siguió de cerca el rodaje de Sicilia, del matrimonio Straub-Huillet, de quienes se considera de alguna manera uno de sus discípulos, si es que hay otros. Pero aquí la materia es muy diferente. Si allí la herramienta era el plano general, aquí en cambio es el primer plano: Costa sabe que debe retratar no solamente un rostro sino también una voz, una manera de decir, un acento. Las virtudes de Balibar, sin embargo, siguen siendo dramáticas antes que musicales y lo prueban sus referencias –son apenas eso: sombras, ecos– a la Dietrich, que Costa acentúa con unos impresionantes claroscuros en blanco y negro, cincelando la luz de la pantalla como si fuera mármol.

Y como Costa es un cineasta cinéfilo, un hombre que sabe que para hacer buen cine antes hay que verlo (así como Borges decía que no había buenos escritores sino buenos lectores), Ne Change Rien remite también a los legendarios registros de Nico por Andy Warhol. Si hasta la banda del guitarrista Rodolphe Burger suena un poco como la Velvet Underground...

El momento más auténticamente dramático de Ne Change Rien es, sin embargo, un interminable plano fijo del rostro de Balibar durante una clase de canto lírico. En off, se escuchan el piano y las severas instrucciones de una profesora rigurosa, inflexible, que le hace repetir una y otra vez las mismas estrofas de “La Périchole”, de Jacques Offenbach, mientras Balibar parece a punto de quebrase en pedazos, como si fuera un retrato de Picasso.

Allí, Costa ya no sólo esculpe la luz sino también –como pedía el ruso Andrei Tarkovski en su famoso ensayo homónimo– esculpe también el tiempo. El tiempo se materializa frente al espectador como solamente el cine es capaz de lograrlo. Uno parece capaz de tocarlo, de apresarlo con las manos, de sentir que la experiencia de ese momento de Balibar es también la del espectador que atraviesa con ella, junto a ella, esa prueba. Y de la cual todos salimos extenuados pero a la vez felices y airosos.

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