CINE › CAIDOS DEL MAPA, SOBRE LA NOVELA DE MARIA INES FALCONI
› Por Ezequiel Boetti
Caídos del mapa es una película plena de buenas intenciones. La más notoria es el deliberado intento de insuflarle un realismo naif al ideario ABC1 de la adolescencia marca Cris Morena y a la visión lóbrega y penitente impuesta por el cine de terror hollywoodense a lo largo de la última década y pico, esa que pregona que nada bueno puede ocurrir durante la etapa de ebullición hormonal. En ese sentido, el film se presenta como una oferta luminosa, festiva, ultrapop (banda sonora de Miranda! incluida) e inmensamente lúdica. Esto último dicho en el mejor sentido de la palabra, con los creadores mirando de frente a sus criaturas y no desde la suficiencia otorgada por la experiencia, rasgo que ya estaba presente en el primero de los diez libros –el once está en camino– de la saga escrita y adaptada para la pantalla grande por María Inés Falconi. El resultado es, entonces, una película fluida y veloz, técnica y narrativamente bien construida, aunque algo perezosa en su lenguaje visual, que tiene muy en claro el target sub-15 al que le habla. Pero entonces... ¿por qué calificarla con un seis y no más?
El primer problema es la tipificación de sus cinco protagonistas –todos ellos integrantes de una comisión de séptimo grado– como síntoma de un automatismo generalizado. Allí están, entonces, el geek inventor con anteojos gruesos, el facherito locuaz y atorrante, la tímida sobreprotegida, la rubia bonita que anhela ser mucho más que eso y la gordita chupamedias y malcriada, hija además del presidente de la cooperativa. Los primeros cuatro –todos con interés amorosos recíprocos que, claro está, no confesarán hasta bien entrada la película– se ratean al sótano durante una clase de geografía (otro brochazo para la docente interpretada por Karina K), la quinta se entera y los extorsiona, obligándolos a soportarla durante el resto de la aventura. Aventura que los realizadores Nicolás Silbert y Leandro Mark aciertan retratándola como tal, mediante una estilización de la espacialidad de la locación que emparda la puesta en escena con la visión sorprendida de los protagonistas.
Hasta aquí todo bien, pero Caídos del mapa empieza a desinflarse justo cuando debía poner segunda marcha para darle carnadura y humanidad a sus criaturas. Es cierto que una de las claves del éxito de los textos, según ha dicho la escritora en varias entrevistas, radica en su capacidad para la construcción de una rápida empatía entre los habitantes de la página impresa y los lectores generada justamente por la aplicación de esos estereotipos. Pero trasladar ese mecanismo al cine implica recorrer el camino más fácil antes que uno potencialmente más interesante. Y el asunto daba para más: ver sino la complejidad del quinteto que asoma subrepticiamente cuando el grupete inicial decide “enjuiciar” a la infiltrada... Y cómo ese camino dura apenas esa escena. Así, Caídos del mapa elige apoltronarse en la comodidad de lo ya probado en lugar de expandir un poco más los límites de la materia basal. A favor debe decirse que todo apunta al inicio de una saga, lo que abre la posibilidad a un mejor desarrollo para las próximas entregas. El crédito, entonces, permanece abierto.
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