CINE › ENTREVISTA A VERóNICA CHEN, DIRECTORA DE MUJER CONEJO
El tercer film de la directora, que se estrenará el próximo jueves, muestra a una joven de ascendencia china que, sin embargo, no sabe hablar ese idioma, y que debe lidiar con mafia y corrupción... y una plaga de conejos modificados genéticamente.
› Por Oscar Ranzani
Si bien puede resultar delirante, en principio, relacionar a la mafia china con una plaga de conejos, eso sucede en Mujer conejo, el tercer largometraje de Verónica Chen, que se estrenará el próximo jueves. La directora de Vagón fumador y Agua presenta la historia de Ana (Haien Qiu), una joven argentina, de ascendencia china, que trabaja como inspectora para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y tiene una vida armada con su pareja (Luciano Cáceres). Ana es testigo de las tramoyas que existen en el barrio chino y de la explotación que sufren los empleados en locales que no podrían habilitarse, excepto por la connivencia entre el Estado municipal y la mafia china. En una de sus inspecciones, Ana le dice al dueño de una tintorería y un hotel que es imposible que pueda contar con el permiso para que puedan seguir funcionando sus locales. Y a pesar de la presión de sus jefes, Ana se pone firme y no firma la habilitación. Desde ese momento, su vida corre riesgo y decide irse al campo huyendo de la ciudad. Allí se encuentra con la sorpresa de una plaga de conejos que han sido genéticamente alterados y se han convertido en carnívoros. Tal vez ese descubrimiento podría ayudar a combatir la mafia, pero primero Ana deberá ingeniárselas para no perder su vida.
“Como en casi todas mis películas, es un personaje que no se halla, que está un poquito fuera de lugar”, dice Chen a Página/12. Y esto pasaba también “con los dos personajes de Vagón fumador y los dos de Agua”. En este caso, Ana “está más concentrada en ella; es una chica de aspecto asiático, pero que no lo es del todo: parece china pero no habla ese idioma”, cuenta Chen. Ni bien abre la boca “se diferencia y se distancia y, al mismo tiempo, ella trabaja como funcionaria pública en la Ciudad y tampoco se halla porque la marginan”. Y como no sólo es terca, sino también honesta, Ana quiere hacer las cosas bien. A raíz de esto, genera problemas: “Es una persona que ni bien se mueve, genera conflicto; no porque lo quiera, sino por sus características”, explica la cineasta, que combinó la filmación de actores con fragmentos de animaciones.
–¿Hubo un trabajo previo de investigación sobre las mafias chinas?
–No, porque es algo con lo que crecí o lo tengo bastante naturalizado. Por una cuestión de historia personal, no es que sepa más que usted de las mafias pero sí conozco el mundo chino y qué rol juega cada uno dentro de ese marco. Y más en la Argentina.
–Usted es hija de un diplomático chino. ¿Cuánto influyeron sus orígenes al pensar la historia?
–Tal vez influyeron como para naturalizar muchas cosas y para tomarme con bastante humor temas que si no podrían resultar espinosos. Me siento capacitada para hacer las cosas porque sí, pero porque siento que me llamo Chen y soy un cincuenta por ciento asiática. Y si alguien puede hablar del cruce y de la mezcla, soy yo. Entonces, en ese sentido me tomé las cosas con mucha falta de prejuicios. Sé que hay temas en la película que se prestan a una mirada xenófoba. Pero no lo es. Ni yo ni nadie de origen oriental se lo puede tomar así porque es algo que nos resulta muy cercano. Lo vivimos todos los días. Nos reímos mucho. De hecho, cuando mostré la película a gente de origen chino, japonés, coreano o mixto, fueron ellos quienes apreciaron esto, y este humor.
–Cuando señala que podría resultar xenófoba, ¿se refiere a que muestra la reacción argentina frente a la inmigración china de los últimos años?
–Claro, la muestro al extremo. La mirada occidental es paranoica, donde “viene el chino, nos invade, nos saca el trabajo, se lleva todo y son muchos”. Esta mirada típicamente occidental está extremada. En lugar de mostrarlo de manera realista, extremé esta mirada de que “es tan distinto” y de que “es tan malo”.
–El film transita por varios géneros y estéticas. ¿Cómo fue la construcción de la estructura narrativa?
–Es un intento de mostrar formalmente el mismo tipo de cruces que hay temáticamente. Así como hay un cruce entre Occidente y Oriente por ella, que es pero no es, y se da una mezcla en la historia, quería mostrarlo también formalmente. Entonces, incluimos animación tipo manga haciendo una referencia obvia a la cultura asiática, porque no es animación Pixar, sino una estética que viene del dibujo y de lo que es el manga. Hay conejos animados en 2D. Todo este universo exacerbado muestra ese cruce entre dos mundos.
–¿Por qué decidió que el personaje no hable chino aunque es de origen asiático?
–Porque pasa mucho. Así como hay una endogamia muy fuerte, también hay otros casos en los que para lograr que los hijos se adapten al país donde están viviendo, no les enseñaron el idioma materno, paterno o de ambos. El caso de la actriz, Haien Qiu, es así: no habla chino y tiene ambos padres chinos. Aprendió unas pocas palabras, entendió un poco y la película le generó muchísima curiosidad como para volver a retomar contactos y demás, pero ella no habla chino.
–¿La historia muestra el costado más oscuro de la ciencia?
–Sí, y muestra una ciencia exacerbada: “¿Qué pasaría si...”. Creo que es una realidad casi paralela a la nuestra, pero que bien podría existir. En la película hay granjas de conejos donde los están criando genéticamente con unos cambios. O sea, hay mutaciones entre los conejos para hacerlos más productivos. Esto pasa con los pollos. No tenemos conejos así porque no está de moda comerlos y porque es más barato comer pollo.
–¿Buscó también generar una suerte de mensaje social sobre la corrupción?
–No, está inplícito. Me doy cuenta de que está en todo lo que escribo. No es la corrupción lo que me interesa, sino los personajes que, a pesar de este contexto, son heroicos porque insisten en hacer algo que es correcto.
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