CINE › UN REPASO POR LO VISTO EN 2013 EN MATERIA DE ESTRENOS INTERNACIONALES
Acosado por nuevas formas de consumo, el panorama cinematográfico entregó su ya habitual desbalance entre los tanques de Hollywood y títulos que apenas si lograron colarse en la cartelera. Como siempre, los festivales especializados sirvieron de aliciente.
› Por Luciano Monteagudo
Hace pocas semanas, en uno de los primeros blogs que se adelantaron a publicar su balance del cine durante la temporada 2013, ante la distinción que el autor de la nota hacía entre los films estrenados en salas comerciales y aquellos que no habían tenido esa posibilidad, un lector, interesado también él en enviar su Top Ten, publicó con total candor un comentario revelador: “¿Y cómo sé cuáles se estrenaron?”.
No es una novedad que el cine extranjero que busca el espectador local hace tiempo que se ve de muchas otras maneras, que ya no incluyen a la gran sala oscura. Si antes eran los formatos hogareños (el VHS en los ‘80, el DVD en los ‘90, el BluRay en los inicios del siglo XXI), ahora directamente el streaming o las películas bajadas de la red han suplido la experiencia colectiva por el consumo personal en la pantalla de la computadora. Es como si más de un siglo después de sus primeras batallas, los hermanos Lumière, inventores no sólo del aparato cinematográfico sino también del acto social que conlleva ver una película en una sala, hubieran finalmente perdido la partida frente al viejo y taimado Thomas Alva Edison, que con su primitivo Kinetoscopio –pensado para un único espectador que debía asomar sus ojos por una ranura– ya parecía profetizar que las imágenes en movimiento finalmente iban a ser consumidas de manera individual antes que colectiva.
Esta realidad no impide que el cine extranjero –por no decir lisa y llanamente el que se produce en Hollywood– siga siendo un buen negocio en la boletería local. En la temporada 2013 se arañaron los 47 millones de entradas vendidas en todo el país, superando por medio millón la marca del año anterior, que ya había sido todo un record para la Argentina en casi tres décadas. Pero también aquello que se consignó el año pasado vale para éste: sólo un puñado de títulos –en su mayoría de animación y en 3D– acapararon al grueso del público. Así como en 2012 La Era del Hielo 4 se quedó con el diez por ciento del total, en 2013 Monsters University se aseguró, ella solita, tres millones y medio de entradas. Para dar una idea más acabada del fenómeno, que por cierto no es sólo local y se vive prácticamente en todas las latitudes: las distribuidoras que dependen de los grandes estudios de Hollywood lanzaron 19 de los 20 films más taquilleros (incluidos 7 de los 10 títulos argentinos más populares, una particularidad que ya fue consignada días atrás en el balance dedicado al cine nacional).
Con esta concentración cada vez más brutal, donde la cartelera de cada semana se ve dominada por el mismo tipo de películas en casi todas las salas, el cine internacional off Hollywood es el primero en salir perdiendo, después del cine argentino independiente, claro. La tan cacareada diversidad de la que se jactaba el espectador porteño hace tiempo que pasó a ser una leyenda como esas que cuentan los abuelos. Apenas quedan algunos focos de resistencia, como el renacido Arte Multiplex Belgrano, el Malba o la Lugones, que ahora entra en refacción. Y es por eso que las nuevas generaciones de espectadores curiosos ya no se rigen por los estrenos de los jueves sino que buscan alternativas en otros formatos, aunque eso signifique andar “cirujeando” por la red, revolviendo entre la basura para encontrar alguna perla, como la increíble Killer Joe, de William Friedkin, sin duda una de las revelaciones del año.
Entre las variantes por afuera del cine kindergarten están los festivales, como el Bafici, Mar del Plata y el DocBuenosAires, que traen al país un caudal de películas (y con ellas sus culturas) que de otra manera jamás podrían verse en las condiciones para las que fueron concebidas. Allí, con la presentación muchas veces de sus directores, el cine adquiere el carácter equivalente al de la música en vivo: una ceremonia compartida, una comunión entre espectadores y creadores que le da a cada proyección un carácter único. Y única es también, a decir verdad, la oportunidad de ver ese material, que suele estar entre lo más valioso del año y que luego ni siquiera pasa en la televisión por cable. Algunos títulos, a modo de ejemplo: The Act of Killing, el estremecedor documental del danés Joshua Oppenheimer; Our Sunhi, otra pequeña gran obra maestra del coreano Hong Sang-soo; Le dernier des injustes, otro monumento de Claude Lanzmann, o ‘Til Madness Do Us Part, del chino Wang Bing, por citar apenas un puñado de una veintena de obras que están entre lo más relevante del cine contemporáneo y sólo pudieron verse en festivales.
De regreso al mundo de los “estrenos”, de esos que llegan regularmente cada jueves de las 52 semanas del año, hubo pese a todo unos cuantos films de interés, aunque muchas veces hubiera que apurarse a verlos antes de que se cayeran de la cartelera o buscarlos con lupa en salas periféricas. La primera que quizás deba mencionarse es la portuguesa Tabú, una obra original y poética por donde se la mire: rodada en esa textura del recuerdo que aporta la vieja película en 35mm, la extraordinaria realización de Miguel Gomes es una emotiva evocación de un amor perdido, que casi prescinde de diálogos pero no de bellas imágenes y relatos, de unos y de otros, como en una fábula.
Otra película para el recuerdo –aunque pasó casi inadvertida para el público– fue Bárbara, del alemán Christian Petzold, ambientada en los últimos años de la ex RDA. Es notable la manera en que el director inscribe su film en una narrativa clásica –con una elegancia y un dominio de las fuentes que ya quisieran muchos de sus colegas estadounidenses– y por el otro la subvierte, rompiendo con todos sus estereotipos y clichés. Por su parte, otro cineasta de habla alemana, Michael Haneke, fue el autor de uno de los films más discutidos del año, Amour. Obra decididamente oscura, invernal, suerte de réquiem sobre un matrimonio de profesores de música que debe enfrentar la realidad de la enfermedad y la muerte cercana, Amour es quizás –a pesar de su tremenda exigencia emocional– el film más accesible de Haneke. Que esa pareja, a su vez, esté interpretada por dos auténticas leyendas del cine francés, como Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, le da al film una densidad adicional a un tema ya de por sí grave, doloroso, que el gran director de La cinta blanca aborda con su rigor habitual, sin conceder nada al sentimentalismo o la nostalgia.
Si se habla de cineastas consagrados, no se pueden dejar de nombrar los estrenos de dos estupendas películas italianas. César debe morir, gran versión del Julio César shakespeariano interpretado por convictos del penal de alta seguridad de Rebibbia, en las afueras de Roma, devolvió al primer plano a los hermanos Paolo y Vittorio Taviani. Detrás de esos personajes, inclusive detrás de esos actores, hay hombres con nombre y apellido, presos que encuentran la libertad en las palabras que cuatro siglos atrás ya había puesto en sus bocas y en sus conciencias William Shakespeare. Por su parte, en Bella addormentata Marco Bellocchio, el realizador de Vincere, parte de un caso real, que desató un debate sobre la eutanasia en Italia, pero lo usa como un trampolín para sumergirse en aguas más profundas, que le permiten bucear en los rasgos distintivos que marcan la identidad de su país. Sin llegar a esas alturas, también se destacó Reality, en la que su director, Matteo Garrone, afirma que la televisión, como espacio simbólico en el que se deposita la fe, ha venido a ocupar en Italia el lugar que antes tenía la religión católica.
Al margen del cine pochoclero, el cine estadounidense también mostró este año algunos de sus grandes nombres. El primero entre ellos fue el regreso del bastardo con gloria Quentin Tarantino, con su magnífico spaghetti western antiesclavista Django sin cadenas. Un poco sobre el mismo tema, pero en el otro extremo del arco expresivo, Steven Spielberg confirmó con Lincoln que sigue siendo el gran narrador clásico del Hollywood de hoy, como si quisiera ocupar el trono que dejó vacío John Ford. Y si es cuestión de herencias, con The Master Paul Thomas Anderson pareció querer reinventarse como el nuevo Elia Kazan, con Joaquin Phoenix como su Marlon Brando. Por su parte, Woody Allen recuperó su mejor forma con Blue Jasmine (con la ayuda inestimable de Cate Blanchett como una nueva Blanche Dubois), mientras Richard Linklater cerró su trilogía protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy con Antes de la medianoche.
Del cine indie estadounidense hubo por lo menos dos hitos: Spring Breakers, la nueva salvajada subversiva de Harmony Korine (¡esta vez con chicas Disney sumidas en un descontrol!), y Starlet, de Sean Baker, que fue capaz de recuperar el espíritu del cine de John Cassavetes, nada menos. El terror, a su vez, estuvo bien representado por El conjuro, Crónicas del miedo, Ritual sangriento y la muy debatida La cabaña del terror, para algunos fans una obra maestra y para los más exigentes un reciclaje de viejos clichés.
Entre los “tanques” del Hollywood más industrial hubo cierto entusiasmo de crítica y público por Iron Man 3, Titanes del Pacífico y sobre todo por Gravedad, de Alfonso Cuarón, con Sandra Bullock y George Clooney, una candidata segura a protagonizar la ceremonia del Oscar de marzo próximo. Y si de comedias se trata, hubo varias para mencionar, aunque de tonos muy disímiles entre sí, desde la agridulce El lado luminoso de la vida, de David O. Russell, con Bradley Cooper, Jennifer Lawrence y Robert De Niro, hasta la melancólica Una segunda oportunidad (con una de las últimas actuaciones de James Gandolfini) pasando por la bestial irreverencia de Proyecto 43, de Peter Farrelly.
Como se ve, un balance del cine internacional termina siendo, casi, un balance del cine de Hollywood. Algo dice de lo que sucedió en el 2013 y probablemente se agudice de cara al 2014.
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