CINE › HUGO SANTIAGO Y EL CIELO DEL CENTAURO, FILMADA EN LA ARGENTINA
El realizador da detalles de su nuevo film, el primero realizado en esta ciudad desde su debut en el largo con Invasión.
› Por Paulo Pécora
El cineasta argentino Hugo Santiago, radicado en Francia, terminó en Buenos Aires el rodaje de El cielo del centauro, primera película que realiza en el país tras Invasión, clásico del género fantástico filmado hace 44 años, que ocurría en una ciudad imaginaria, Aquilea, a la que sitiaba y asediaba un ejército invasor. La nueva película de Santiago es un “cuento mágico” escrito junto al cineasta Mariano Llinás (Historias extraordinarias), que protagonizan el francés Malik Zidi y la actriz y escritora argentina Romina Paula, y cuenta, con toques de humor, las vivencias de un francés de paso por una Buenos Aires muy especial. “Narra la llegada a Buenos Aires de un ingeniero naval francés que pasa 33 horas en la ciudad y sigue viaje a Comodoro Rivadavia. Empieza un día a las 7 de la mañana y termina al día siguiente a las 5 de la tarde. Es un relato lineal, que describe sus vivencias hora tras hora”, afirma Santiago desde París.
El cineasta, que opina que “es un buen momento del cine argentino en calidad de propuestas, porque hay diversas corrientes extremadamente interesantes y muchos talentos diferentes”, eligió filmar con una óptica anamórfica que le otorga al film un formato panorámico similar al de los cuadros de Cándido López. “La película trata la pintura de López como a la de un héroe, y el curioso formato de sus cuadros es casi el mismo de la proporción anamórfica de nuestra imagen”, explica. Tras debutar en el largometraje en 1969 con Invasión, sobre guión de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Santiago emigró a Francia, donde asistió a uno de los maestros del cine galo, Robert Bresson, y realizó la mayor parte de su obra. Ausente de las pantallas locales desde 1985, cuando estrenó Las veredas de Saturno con el bandoneonista Rodolfo Mederos como protagonista, su cine se caracteriza por una raíz literaria –también trabajó con Juan José Saer, entre otros escritores–, con un estilo que combina lo experimental con lo clásico.
–¿Por qué pasó 44 años sin filmar en Buenos Aires?
–No tenía un proyecto preciso. Estuve preparando desde 2006 una película muy vasta llamada Adiós, tercera parte de la trilogía que completan Invasión y Las veredas de Saturno, pero se me ocurrió hacer otra de dimensiones más reducidas. Tenía ganas de contar un cuento fantástico.
–Dijo que el film expresa su amor por Buenos Aires, ¿en qué sentido?
–Soy un porteño de París, no por el hecho de estar lejos de Buenos Aires soy menos porteño. Creo que ese amor se expresa en todo, es muy difícil de transmitir fuera de la película, es un cuento fantástico, con mucho humor. Narra el encuentro del protagonista, que viene de otro mundo, con esa ciudad tal como yo la veo, muy singular y particular. Es una Buenos Aires fuera del tiempo. No es muy realista, es posible también que otros porteños no se reconozcan, es una Buenos Aires tal como la quiero ver yo. No practico el género realista, nunca lo hice.
–¿En qué línea del cine fantástico se mueve el film?
–En la línea de los grandes cuentistas fantásticos argentinos como Bioy Casares, Borges y Macedonio Fernández. Pero creo que tiene que ver más con Bustos Domecq, el autor que inventaron Borges y Bioy, ya que pasa a través del humor y la ironía. Tiene que ver con esa narración fantástica argentina. Probablemente este film sea pariente del primer Domecq, el de los cuentos de Isidro Parodi.
–¿Es la primera vez que trabaja con elementos de humor?
–Lo había hecho en 1967 en mi segundo corto, Los Taitas, y desde entonces nunca volví a recorrer el humor. Es un humor particular, que espero que se pueda percibir bien. No sabría definirlo, más que practicarlo, pero creo que es un humor muy porteño. Es una mirada con humor de los elementos narrativos, de los espacios y de los personajes.
–¿Cambió algún elemento del guión en el transcurso del rodaje?
–En general, mis guiones no cambian en ningún momento en toda su elaboración. Me acerco cada vez más al primer propósito, no se modifica sino que se trabaja mucho y se va afinando cada vez más. Estoy encantado con esta película, ahora debo hacer todo para que esté a la altura de sus ambiciones, que son muchas. Todavía me falta compaginar, sonorizar y trabajar la imagen.
–¿Cuáles son las constantes de su cine que podrían rastrearse aquí?
–Soy un narrador de historias. Lo que después pase, es el rol de la película misma. Contar cuentos es lo que hice siempre y seguiré haciendo. Pero es un trabajo muy arduo con la materia audiovisual. Cada uno de mis proyectos tiene que adherir a mis preocupaciones audiovisuales, si no, no lo hago. En ellos hay siempre una cierta preocupación por la especificidad misma del lenguaje, una especie de concentración en la obtención de una materia cinematográfica autónoma.
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