Jue 09.01.2014
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CINE › ENTRE SUS MANOS, DIRIGIDA POR JOSEPH GORDON-LEVITT

Comedia romántica con gusto a poco

La ópera prima del galán indie fluctúa entre el fresco sociológico juvenil, un psicologismo superficial y un retrato poco feliz sobre la disfuncionalidad familiar. Y con el correr de la película, el tono inicialmente zumbón se va diluyendo y pierde atractivo.

› Por Ezequiel Boetti

Entre sus manos es una de esas películas que quiere ser y, debido a sus propias taras, no es. Recibida con críticas más que aceptables en su estreno en el último Festival de Sundance y su paso por la Berlinale, la ópera prima del galancete indie devenido en mainstream Joseph GordonLevitt (500 días con ella, Batman: el caballero de la noche asciende) campea entre el fresco sociológico del sector de la generación sub30 más posmoderno, un psicologismo craso acerca de la imposibilidad amorosa del protagonista y un retrato sobre la disfuncionalidad familiar no del todo redondo. Todo atravesado por el brío siempre refrescante de las comedias románticas. Nobleza obliga, debe agradecérsele esta última intención, ya que Gordon-Levitt hace de la pulsión sexual del adicto al porno, interpretado por él mismo, una anécdota inicialmente menor y simpática, todo lo contrario a la gravedad penitente de Shame: sin reservas. Logro no menor, pero tampoco suficiente.

La obviedad del jueguito de palabras no le quita verdad: el Don Jon del título es un auténtico Don Juan, uno de esos tipos cuya facha y chamuyo lo convierten en una máquina de encamarse con mujeres de “ocho para arriba”, tal como dicen, con partes iguales de admiración y resignación, los dos amigos que lo circundan. El problema es que eso no lo satisface. O sí, pero no tanto como masturbarse mirando porno. “Por más que trate, esas cosas no pasan en la vida real”, compara. Uno de los méritos de los dos tercios iniciales del film es la naturalización y la ausencia de condena a ese comportamiento, llegando incluso a convertirlo en una consecuencia de las particularidades de la formación dentro una familia digna de David O. Russell. Ahí está mamá preocupada por el

anhelo de una horda de nietos, la hermana sumergida en su celular y papá (Tony Danza, un grande) encarnando lo más parecido a un neandertal que se haya visto en años. Pero a todos les llega la hora del amor, y Jon no es la excepción. El problema es que ella (Scarlett Johansson) lo pilla –literalmente– con las manos en la masa frente al monitor, poniéndolo entre la espada y la pared: ella o el XXX.

Entre sus manos convertirá a la chica en una antiheroína insoportable, y a la pareja en una entidad plástica digna de publicidad de remeras de primera marca. Y lo hará de forma progresiva e imperceptible. Hasta aquí, entonces, el film es como las víctimas de su protagonista: de buena para arriba. Pero cuando todo invitaba a ir por más, a hacer de la autogeneración de placer un acto posible dentro de la cotidianidad masculina y a esa familia un objetivo de atención narrativa mayor, Gordon-Levitt tira el ancla, incluyendo a una tercera en discordia (Julianne Moore, radiante a los 53) para enseñarle al protagonista aquello que ni siquiera docenas de Padre Nuestro y Ave María pudieron hacer. Tercera en discordia que, ay, acarrea heridas emocionales por esas pérdidas totales que tanto le gustan a Hollywood. Así, el tono inicialmente zumbón deviene en otra cosa totalmente distinta, obligando al pobre de Jon a dejar de ser quien era para convertirse en algo que, al menos para la película, es infinitamente superior.

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