CINE › ALEJO HOIJMAN, DIRECTOR DE LA PELíCULA EL OJO DEL TIBURóN
El cineasta acompaña, en su tercer documental, la aventura de dos adolescentes nicaragüenses que salen a pescar tiburones. Pero más que la pesca en sí, el film se enfoca sobre cómo la transmisión generacional de un saber puede servir como rito de iniciación.
› Por Oscar Ranzani
El cineasta argentino Alejo Hoijman, director del notable documental Unidad 25 (sobre el proceso de adoctrinamiento evangélico en una prisión), fue tentado hace un tiempo por un productor español para realizar un trabajo audiovisual científico-televisivo, convencional, pero alejado de la marca autoral que distingue al cine de Hoijman. La idea consistía en registrar imágenes sobre una especie de tiburón que habita en la costa este de Nicaragua, que da al Atlántico. Era más bien algo similar a los trabajos televisivos que pueden verse en los canales de ciencia. Finalmente, el proyecto no se concretó. “Pero el viaje hizo que me encontrara con un lugar para una nueva idea”, cuenta Hoijman a Página/12. El lugar es un pequeño pueblito llamado San Juan del Norte de Nicaragua, que también se conoce históricamente con un nombre en inglés: Greytown. Este pueblito está en la desembocadura del río San Juan, en el Atlántico, y justo en la frontera con Costa Rica. “A Greytown sólo se accede por vía acuática: no hay caminos, no hay avión, y desde Managua lleva tres días llegar ahí, dependiendo del clima”, relata Hoijman sobre este sitio de muy difícil acceso. Si bien implicaba un riesgo, Hoijman vio allí el germen de su tercer documental, esta vez sí con su marca autoral: El ojo del tiburón, que se estrenará el próximo jueves en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (en marzo se sumará una sala de El Cultural San Martín).
El film muestra la aventura que están por emprender dos adolescentes del pueblo, Maicol y Bryan, quienes están en la etapa del pasaje de la infancia a la adultez. Hoijman aborda con una precisión notable sus actividades desde el momento en que Juan, el padre de Maicol, les quiere enseñar una tradición que lleva muchos años en el Caribe nicaragüense: la pesca de tiburones en el mar. Es también el momento en que estos chicos tienen que pensar en un futuro laboral, como bien indica el ingreso al mundo adulto. Y pescar tiburones puede ser una práctica riesgosa, pero menos peligrosa que dedicarse al narcotráfico, como suele suceder en esa zona. Hoijman sube a un bote bastante precario en medio del mar a filmar a los protagonistas en su debut en las aguas. Pero El ojo... no es un documental que tenga como tema la pesca de tiburones, sino más bien enfoca sobre cómo la transmisión de un saber de generación en generación puede servir como un rito de iniciación.
–¿Coincide en que El ojo... es una combinación de documental de observación con relato de iniciación?
–Algo de esto hay. No sé cómo rotular la película porque no conozco el rótulo que mejor le queda, pero puedo usar varias palabras para describirla. Yo digo que es un documental. Y es de observación en el sentido de que no hay entrevista y hay acontecimientos que la cámara registra mientras están ocurriendo, tratando de no interferir. Ni yo ni mi equipo proponíamos ni direccionábamos lo que estaba pasando; al menos, de manera directa. Pero esto no quiere decir que yo como cineasta o como autor que está ahí no pretenda intervenir en lo real, porque eso no es posible ni me interesa un cine donde no haya interacción con lo real. De modo que, seguro que las cosan no habrían ocurrido exactamente igual si nosotros no hubiéramos estado ahí. Esto es fruto de un encuentro entre esos personajes, ese lugar, el tiempo que ellos vivieron y nosotros ahí, en ese momento. Entonces, lo que ocurría era producto de esa combinación que nosotros podíamos direccionar con astucia, pero no con instrucciones claras. Nunca les dije: “Hacé esto, hacé esto otro”. Y lo que se ve en la pantalla es el fruto de un encuentro entre cámara y equipo y personas que devienen en personajes de una película.
–¿Y en cuanto al relato de iniciación?
–Yo estaba muy interesado en reflejar acontecimientos mientras ocurrían. No es una película que habla sobre algo que ocurrió o que tiene opiniones sobre algo que va a ocurrir. No. Es un registro de cosas mientras están pasando. Entonces, ¿qué es lo que está pasando en esta película? No hay una narración fuerte, donde hay un comienzo, un desarrollo y un final claros, pero la mínima curva narrativa es el registro de cierto momento de cruce de umbral, por así decirlo, de estos chicos que están iniciándose en la vida adulta. Entonces, tenía que haber un antes y un después de este cruce de umbral. Y registramos la primera salida al mar de uno de los chicos con los adultos que le enseñan. Entonces, ése es un relato de iniciación y así veo yo a la película, pero documental.
–Si bien están en plena naturaleza durante varios momentos, los jóvenes protagonistas hablan por celular y usan la computadora. ¿Usted quiso mostrar el cambio entre una generación adulta y tradicional y una mucho más joven haciendo el mismo trabajo pero con diferentes costumbres?
–No lo había pensado así, pero puede ser. Primero, no es que me lo propuse, sino que estando ahí era algo que me llamaba la atención: estábamos en un pueblito, muy aislados, y muchos chicos que viven en ese pueblo nunca habían visto un auto porque no hay. Así aislados en el medio de la selva, frente al mar, tenían celulares, Internet, con pocas horas de electricidad por día, porque hay un generador en el pueblo que funciona un rato cada día. Y los chicos se vestían con ropas de chicos urbanos. Son estas marcas de la globalización y de cómo uno puede estar en el pueblo más alejado de las grandes ciudades y, sin embargo, existen tantos puntos en común en cuanto a los objetos de consumo que desean.
–¿Es un documental donde no importa tanto lo informativo, sino el proceso que se filma?
–Cuando uno dice “cine documental”, esa palabra hace referencia a cosas muy diferentes. Y muchas caen en esa denominación. Sin embargo, hay muchos tipos de cine documental. El que a mí me interesa como realizador está en las antípodas de un cine informativo. Me interesa más un cine de expresión, en todo caso. Yo pondría en un extremo el cine documental informativo y en otro el experimental artístico. Mi película no queda en ninguno de los dos extremos. Y seguro no en el extremo informativo. Fue una decisión no hacer comentarios sobre la geografía, el nombre del pueblo, dónde queda, en qué año, cuántos habitantes tiene.
–Tampoco usted se mete mucho con algo que se sugiere en la película, pero no lo acentúa, y que tiene que ver con que las escasas posibilidades de progreso en esa zona generalmente están vinculadas al narcotráfico...
–No es que decidí no incluirlo deliberadamente, sino que yo me puse mis propias reglas. Y ellas eran que la película iba a estar centrada en estos dos chicos y no en otros personajes. Ese tema me interesaba bastante porque al estar en el pueblo me di cuenta de que era importante. Lo que se ve es todo lo que esos chicos trataron ese tema. Otra forma hubiera sido entrevistar, aunque es difícil entrevistar a un protagonista del narcotráfico. Lo otro es que opinen sobre eso pero no era mi intención. Ojalá los chicos hubieran hablado mucho más de este tema y seguro hubiera sido parte de la película.
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