CINE › BEATRIZ PORTINARI, UN DOCUMENTAL SOBRE AURORA VENTURINI
Correalizado por Agustina Massa y Fernando Krapp, el film tiene como núcleo el entrecortado monólogo que la autora –ganadora en 2007 del concurso de novela de Página/12, con Las primas– libra ante cámara, en el living de su casa.
› Por Horacio Bernades
Triángulo de cuatro lados, la de la escritora Aurora Venturini es una figura que parecería responder a una lógica alterna. No develar sino desplegar el misterio que va con ella es tal vez el gran mérito de Beatriz Portinari, un documental sobre Aurora Venturini, escrito y correalizado por Agustina Massa y Fernando Krapp. Beatriz Portinari, nombre de la musa del Dante, es el seudónimo que Aurora Venturini eligió para firmar su novela Las primas, que en 2007 ganó el concurso Nueva Novela, organizado por Página/12. Periodistas culturales (Krapp colabora con el suplemento Radar de este diario), en 2008 ambos realizadores se pusieron en contacto con Venturini, que vive en La Plata, para hacerle una nota. Tres años más tarde le propusieron filmar un documental, propuesta que primero aceptó y terminaría rechazando de modo destemplado, quitándoles el saludo a sus responsables, por razones tan misteriosas como tantas otras decisiones. De resultas de lo cual es posible que Beatriz Portinari... sea el primer documental al que a sus propios directores se les denegó el acceso (en Marlene la Dietrich no se deja filmar, pero no echa de su casa al director, Maximilian Schell).
Una de las curiosidades de Venturini es que su consagración tuvo lugar a los 85 años. Nacida en La Plata –hasta donde Massa y Krapp se trasladan con sus cámaras–, allí se graduó en Filosofía y Ciencias de la Educación. Siendo una jovencita, trabajó en los Centros de Rehabilitación de Menores, donde conoció personalmente a Evita, iniciando una relación de amistad. A fines de los ’40, un jurado presidido por Jorge Luis Borges premió su libro de poemas El solitario. Con la caída del peronismo se vio obligada a exiliarse. En París siguió cursos de posgrado en La Sorbona, trabando amistad nada menos que con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, entre otros. ¿Una Munchhausen de la literatura? Imposible saberlo: en Venturini, el hecho y la fantasía sobre el hecho tienden a mancomunarse.
Es indiscutible que Venturini publicó, a lo largo del tiempo y en ediciones de autor, la friolera de treinta libros. Estuvo casada con el célebre historiador peronista Fermín Chávez y accedió a las primeras ligas literarias con Las primas. La novela premiada en el concurso organizado por Página/12 está considerada de una singularidad absoluta, fue traducida a varios idiomas, llevada al teatro y seguida de varias otras, la última de los cuales se editará en semanas más. Con una voz en off (Rosario Bléfari) cuyo tono deliberadamente neutro recuerda al de las películas de Mariano Llinás & Amigos, el núcleo de Beatriz Portinari... es el entrecortado monólogo que Venturini libra ante cámara, en el living de su casa, muchas veces sin saberlo. “¿Estaban filmando?”, pregunta a las “vinchucas” (cariñoso seudónimo con el que bautizó a los miembros del equipo técnico), después de haber hablado sobre bueyes perdidos un buen rato.
Tal como se la ve en Beatriz Portinari..., Venturini fusiona en sí la nonagenaria “normal” (peluca, aparato dental, aire más o menos ido, nostalgias del pasado, tecnofobia) y la excéntrica de reacciones inesperadas. Como cuando cuenta que entre sus animales domésticos se contaba una araña llamada Rebeca, con la que charlaba, y Ariadna, hija de Rebeca, que sabía leer. Un día, Ariadna se puso a leer un “Soneto de la Araña”, escrito por el suicidado poeta platense Francisco López Merino. Allí quedó para siempre, aplastada entre las páginas del libro. “Ahí la dejé”, dice Venturini. “A ver si la encuentro...” Y sí, ahí está Ariadna, caída en el ejercicio del placer (de la lectura).
“No se comieron los cuernitos”, reniega Venturini, antes de leer su cuento “El duende”, en el que da cuenta del deslumbramiento que le produjo ver jugar a Lio Messi con la camiseta del Barça. “A Jean-Paul le gustaba sentarse en las últimas filas del cine a llorar con la película, se secaba las lágrimas con un pañuelo grande.” Jean-Paul es Sartre, claro. Amiga del padre Mancuso, que le practicó un exorcismo, Venturini cuenta su paso por el infierno (es católica ferviente). “Puede haber sido el efecto de las drogas”, contrapone el propio padre (Venturini llegó a estar en coma 4, tras un accidente doméstico). Pero Venturini insiste con que ninguna droga, ni alucinación, ni nada: eso era el mismísimo infierno, donde la tuvieron asándose sobre una parrilla. Si un punto débil tiene Beatriz Portinari..., es el mismo de tantos documentales sobre grandes personajes: daría la impresión de que la dirección queda en manos del absorbente protagonista, antes que de los asombrados realizadores.
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