CINE › GRAVEDAD HIZO MáS NúMEROS, PERO 12 AñOS DE ESCLAVITUD SE QUEDó CON EL OSCAR A LA MEJOR PELíCULA
La odisea espacial en 3D se llevó siete de las diez estatuillas a las que aspiraba, pero el martirio del violinista esclavo pudo más en la conciencia de los votantes de la Academia de Hollywood.
› Por Luciano Monteagudo
La del domingo fue una noche muy salomónica y democrática y políticamente correcta, quién puede dudarlo. Tanto que, promediando la ceremonia, después de dos horas de show, toda esa gente tan elegante y bien vestida, aun poniendo en riesgo sus trajes de etiqueta y vestidos de gala, no tuvo inconveniente en compartir alegremente las pizzas que acercó la conductora Ellen DeGeneres a la platea de ricos y famosos. Allí estaban Meryl Streep, Brad Pitt, Jennifer Lawrence, Martin Scorsese (entre los que tenían punta de banco en las primeras filas) zampándose una porción de muzzarella con morrones. Eso sí, el champagne seguramente se servía después, entre bambalinas.
Tal como se preveía, los premios de la 86ª ceremonia de la Academia de Hollywood se repartieron de manera ecuánime entre las dos favoritas, 12 años de esclavitud y Gravedad. Es cierto que la película dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón se llevó siete de las diez estatuillas a las que aspiraba (ver nota aparte), pero la historia del violinista negro secuestrado y esclavizado por un terrateniente sureño se quedó con el plato principal, el Oscar a la Mejor Película, servido con dos suculentas guarniciones: los premios a la Mejor Actriz secundaria para la debutante Lupita Nyong’o y al Mejor Guión Adaptado, firmado por John Riley.
La intensa campaña promocional de la compañía Fox entre los votantes de la Academia finalmente rindió sus frutos: “Es tiempo de hacer historia”, gritaba su consigna. De hecho, es la primera vez en los anales de la Academia, cuya ceremonia inaugural fue en 1929, que una película realizada por un cineasta negro alcanza ese galardón. Y aunque el británico Steve McQueen la sostuvo y acarició con sus propias manos, esa estatuilla va a parar, desde siempre, a la vitrina de sus productores, entre quienes no se puede dejar de mencionar a Brad Pitt. El Oscar al Mejor Director, en cambio, fue para Cuarón.
Es que este año los académicos parecieron debatirse con el corazón partido en dos. Por un lado, tenían la gran aventura espacial en 3D, un espectáculo como solo Hollywood sabe y puede hacer, con todo el profesionalismo y los infinitos recursos técnicos que el dinero puede comprar. Y por otro, la película social, que en plena era Obama golpeaba a la puerta de sus buenas conciencias, que les recordaba sin ofenderlos en su buen gusto (como seguramente lo hizo Django sin cadenas, de Quentin Tarantino) que la esclavitud forma parte de la historia oscura –por no decir negra– de los Estados Unidos.
“No se me escapa que este momento de tanta felicidad en mi vida se lo debo al dolor de alguien que tanto sufrió”, recordó conmovida Lupita Nyong’o en el discurso de aceptación de su premio. “Quiero agradecer a esta historia extraordinaria, todos tenemos el derecho a vivir, no solamente a sobrevivir”, enfatizó a su vez el director McQueen desde el escenario del Dolby Theater. Sobrevivir, sobreponerse a la adversidad, levantarse sobre sus propios pies contra el martirio y la injusticia. Esa cualidad positiva de 12 años de esclavitud, esa ordalía que no puede sino terminar en un happy end, con el violinista de regreso en casa, junto al calor de su familia, caló hondo en los socios de la Academia. Es que la historia real de Solomon Northup es de esas que vienen a reafirmar uno de los cimientos ideológicos de Hollywood: que la sociedad y el sistema pueden ser imperfectos, e incluso crueles, pero aquel individuo que tenga la determinación, el coraje y la fuerza moral de confiar en sus convicciones puede salir adelante y triunfar en su cometido. El que quiere, puede, no importa el contexto o las circunstancias.
12 años de esclavitud es, como tantas en Hollywood, la historia de un héroe, sin manchas o siquiera matices. Y no parece casual que la ceremonia del domingo tuviera como leitmotiv justamente el tema del héroe, con un compilado de imágenes de todos los tiempos, presentado por Sally Field, la recordada heroína de Norma Rae (1979), de quien también se vieron unos fotogramas, cuando se yergue sobre una mesa de trabajo y levanta un cartel que pide por la sindicalización y la lucha de los obreros. Pero allí, en esa apurada y confusa cabalgata, donde Sidney Poitier, un pionero de la causa afroamericana en Hollywood, pronunciaba en Al calor de la noche (1967) su célebre frase de orgullo y autoafirmación (“Call me Mister Tibbs!”), quedaba claro quiénes pueden integrar también ese panteón y ser considerados héroes para la Academia: los agentes de la CIA de Argo y La noche más oscura, por ejemplo.
La ceremonia, sin embargo, estuvo signada por el reconocimiento a la diversidad y a las minorías, no sólo la afroamericana, sino también la comunidad gay. Empezando por la anfitriona, Ellen DeGeneres, que en un medio sin duda hostil se animó a salir del closet hace rato y el domingo se permitió bromear al respecto, como cuando se refirió al actor Jonah Hill y a su escena en El lobo de Wall Street, cuando se masturba en medio de una fiesta: “Uy, hacía mucho, mucho tiempo que no veía uno de ésos”, dijo en relación con su pene, ante las carcajadas del involucrado y de Scorsese, ubicado a su lado. Más incómoda fue su pulla a Liza Minelli, que disfrutaba tranquilamente del show cuando DeGeneres de pronto, como si se tratara de una drag queen, le lanzó: “Creo que es uno de los mejores imitadores de Liza que he visto nunca. Buen trabajo, señor”.
Más en línea con su idea de la corrección política, Jared Leto, en el discurso de agradecimiento por su Oscar al Mejor Actor de Reparto por Dallas Buyers Club, después de brindarles su apoyo “a los soñadores de Ucrania y Venezuela” (como si todo fuera lo mismo), dedicó muy compungido su premio a “los 36 millones de personas que perdieron la batalla contra el sida y a todos aquellos que alguna vez sufrieron injusticias por el solo hecho de ser quienes son o amar a quien aman; aquí estoy, delante del mundo, con ustedes y para ustedes”.
Leto interpreta en Dallas Buyers Club a Rayon, una travesti que a mediados de los ’80 muere a causa del VIH. Pero su compañero de elenco, Matthew McConaughey, ganador del premio al Mejor Actor Protagónico por ese texano homofóbico, también portador del virus, que se redime luchando contra el negocio de los laboratorios, no se acordó de aquellos por quienes su personaje termina peleando. Prefirió en cambio celebrar su propia perseverancia y agradecerle a Dios, “porque es un hecho científico que la gratitud siempre es retribuida”. Más ubicada y, por qué no, corajuda, estuvo Cate Blanchett, quien al recibir su merecido Oscar a la Mejor Actriz por su cover de Blanche DuBois en Blue Jasmine, le agradeció públicamente a su director, Woody Allen, estigmatizado estos días por las acusaciones de acoso y pedofilia que lanzó contra él una de sus hijas adoptivas, Dylan Farrow.
Mientras tanto, los selfies, las autofotos que DeGeneres se había ido sacando con los prominentes miembros del Hollywood Buyers Club ubicados en las plateas preferenciales del Dolby Theater, circulaban por el mundo a través de Twitter, para hacernos sentir a todos que no estamos tan lejos de ese paraíso con más estrellas que el cielo que es Hollywood. Y que, créase o no, esa gente también come pizza, como cualquiera de no-sotros. Y que si perseveramos y tenemos confianza en nuestros valores morales y fuerza interior, quizá también podamos ser algún día como ellos, héroes, aunque sólo sea por un día.
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