Mié 12.03.2014
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CINE › EL PSICOANALISTA BERNARDO KONONOVICH PRESENTA SU DOCUMENTAL SALVAR AL NIñO

“El niño es la víctima por excelencia”

Autor de documentales que abordan la temática de los derechos humanos, muchos de los cuales están vinculados con el Holocausto, Kononovich se concentra en su nuevo film en los testimonios de tres mujeres que experimentaron la Shoá.

› Por Oscar Ranzani

Psiconalista y documentalista experimentado, Bernardo Kononovich pudo juntar estas dos ramas de conocimiento para trabajar sobre la recuperación de la memoria histórica. Lleva realizados siete documentales que abordan la temática de los derechos humanos, muchos de los cuales están vinculados con el tema del Holocausto, como también tiene un lugar central en su filmografía el abordaje de lo padecido en la Argentina durante la dictadura cívico-militar. “Por un lado, hay una línea de investigación que va abriendo distintas maneras de enfocar los temas y de solicitar la expresividad acerca de esos temas; también distintas problemáticas que se van abriendo en cada una de mis películas acerca de esos temas”, cuenta Kononovich en diálogo con Página/12. Y en sus documentales su indagación transita desde solicitarles a sobrevivientes que narren lo que atravesaron hasta abrir preguntas sobre si quieren realmente ser escuchados, “si ellos piensan que quieren ser escuchados, si la gente quiere saber”, comenta el realizador. Justamente en Salvar al niño –su más reciente largometraje, que se estrena mañana jueves en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont–, elige los testimonios de tres mujeres “porque sus vidas estuvieron atravesadas por historias en las cuales hay un niño para ser buscado, para ser salvado, para ser rescatado”, según explica al comienzo del film.

Una de ellas es Jacqueline Halbzajt, que nació en Francia en 1941. Sus padres eran judíos polacos que huyeron de Varsovia cuando fue invadida por los nazis. En el sur de Francia, la policía detuvo a su padre y a su hermana, quienes fueron deportados a los campos de exterminio de Majdanek. Jacqueline, de dos años y medio, nunca volvió a verlos y fue subida junto a su madre a los trenes que se dirigían a Auschwitz. Su madre se jugó el pellejo cuando decidió tirarse del tren junto a Jacqueline en la oscuridad de la noche. Otra mujer que brinda su testimonio es Diana Wang, quien nació en Polonia, con el comienzo de la posguerra en 1945. Sus padres salvaron sus vidas escondidos casi dos años en la casa de una familia polaca cristiana. El que no pudo quedarse con la pareja fue su pequeño hijo Zenus que, a causa de su corta edad, no fue admitido en el escondite y tuvo que quedarse con otra familia polaca. Cuando el horror terminó, sus padres fueron a buscarlo y les dijeron lo más doloroso que podían escuchar: que Zenus había muerto de tifus, aunque sus restos jamás aparecieron. Y siempre tuvieron la sospecha de que el niño podría haber sido apropiado. Diana nació después de la tragedia y su hermano mayor siempre fue una imagen fantasmagórica por la duda de no saber qué pasó concretamente con él. La tercera mujer que brinda su testimonio es Judith Horvat, quien tenía catorce años cuando fue deportada de Budapest a Auschwitz junto a su madre. Un prisionero del campo de exterminio, encargado del vaciamiento de los vagones, fue el que le permitió poder contar la historia. “Tenés que decir que tenés dieciocho años”, le susurró al oído. Y ésa fue la clave que le facilitó a Judith burlar la cámara de gas.

–¿Eligió abordar testimonios de sobrevivientes que eran niños durante el genocidio porque fueron blanco preferido de los nazis?

–Sí, yo creo que el niño es la víctima por excelencia de las guerras, de los genocidios, de los enfrentamientos. El niño, de por sí, es el más indefenso, el más dependiente y es el que, lamentablemente, más sufre durante estas situaciones. En relación con el tema del Holocausto o la Shoá, hay más de un millón de chicos asesinados. Y hay más de cien mil que sobrevivieron entregados a familias que los cuidaron, también monasterios e instituciones, cambiando las identidades. Hay una variedad de historias y cada una de ellas podría ser una película. Justamente, uno de mis documentales, que tiene más de diez años, se llama Aquellos niños y narra esas historias, de una institución que existe y que se llama Niños de la Shoá en Argentina. Salvar al niño también toca la temática de los chicos, pero la diferencia está en que aquí son historias traídas por mujeres (hoy día mujeres grandes) que narran la vivencia de un niño de su familia (o de ellas mismas como niñas) en la necesidad de ser restacados y salvados. No hay que olvidar que miles de chicos nunca fueron reclamados. Muchas de las familias los tomaron a su cuidado como hijos, otros no se sabe qué tratamiento les han dado, porque nunca fueron llamados. Otros cambiaron identidades. Es un fenómeno muy interesante que está pasando en este momento en el mundo: en Polonia y en Ucrania hay personas que están buscando sus orígenes pensando que pudieron haber sido niños entregados a otras familias y no reclamados porque los padres fueron asesinados.

–¿Cómo influye en la psicología de un sobreviviente exteriorizar recuerdos tan dolorosos?

–En cuestión de superación de trauma y de situaciones terribles es muy personal la manera en cómo deja mella en cada una de las personas. Hay un concepto relativamente nuevo, que es “resiliencia”. Es una palabra que se usa para el tema de los metales; es decir, ¿cuánto aguanta un metal a temperaturas altísimas hasta que se deforma? Entonces, hay metales que rápidamente se deforman, pierden su forma, y otros que, a pesar de las altísimas temperaturas a las cuales están sometidos, mantienen su forma. Metafóricamente, sería gente que mantiene su integridad psíquica a pesar de lo que vivió y gente que queda muy dañada.

–¿Es posible superar el trauma o se aprende a convivir con el dolor?

–Hay quienes lo superan, en el sentido de que pueden armar una familia, pueden tener hijos, un trabajo, pueden encontrar una vida razonablemente feliz y hay quienes quedan muy tocados, muy marcados, muy malheridos y prácticamente les resulta muy difícil vivir. Pero, en general, aquel que va a dar testimonio es aquel que, de alguna manera, pudo elaborar, transitar y necesita, entonces, contarlo ahora. Durante casi treinta, cuarenta años, los sobrevivientes del Holocausto no pudieron hablar. Al principio, causaba tanto impacto cuando contaban las experiencias terribles que ellos habían pasado, que la gente decía: “Estás loco, es mentira, no puede ser, estás exagerando, no es verdad”.

–¿No entraba dentro de los cánones de lo que significa humanidad?

–Exactamente, lo insoportable. ¿Cómo puede ser que esto sea también humano, que los humanos hagan semejante barbaridad? Rápidamente, la gente dice: “Es inhumano”. No, no, es humano porque esto lo han hecho los humanos. Entonces, después de treinta, cuarenta años, recién empezaron a hablar, por ejemplo en Israel con el juicio a Eichmann, cuando lo juzgaron en Jerusalén, en el año ’62. Se empezó a hablar y la gente empezó a dar testimonio. También cuando se hicieron las primeras películas, como La lista de Schindler, de Steven Spielberg, quien luego se propuso hacer una fundación dedicada al relato para que la gente diera su testimonio antes de dejar este mundo. Y hoy día la gente habla. Lo que pasa es que en el caso de la Shoá la gente ya está muriendo.

–Antes de Spielberg fue Claude Lanzmann, director de la notable Shoah, que señaló que el horror no puede representarse. ¿Cuál es su opinión al respecto?

–Después de la Segunda Guerra Mundial, había una polémica entre los intelectuales, y particularmente entre los cineastas, acerca de si debía mostrarse el horror o debía ser omitido. Está la famosa película de Alain Resnais, Noche y niebla, donde él, sobre un discurso muy poético, mostraba el horror: la pila de cadáveres, la gente desnutrida en los campos de exterminio y totalmente deformada. En el polo opuesto está la obra de Lanzmann, quien dice que él viene a mostrar lo que quedó hoy de aquel horror y qué es lo que se puede repetir hoy de aquel horror en el pensamiento de la gente, por lo menos. El dice: “No habrá que mostrar ninguna imagen porque mostrar eso es como mostrar a los muertos, a los que no se pueden defender, a los que no pueden escaparse”. El decía: “Es obsceno”.

–¿Y su postura cuál es?

–A mí me parece que no puede haber un mandato al estilo Lanzmann, que casi parece bíblico: “No pondrás ante mí ninguna imagen”. Como si Dios estuviera hablando en los Diez Mandamientos: “No habrá imagen”. Pero eso es sobre Dios, el plano de lo sagrado. En el plano de lo humano, a lo mejor la imagen tiene que tener un determinado tratamiento, que permita a la gente poder aceptar ese horror sin tener que tomarlo tal cual la crudeza de la imagen. Está la palabra. Por eso, a mí me parece que la palabra, la forma de decir, la forma de preguntar, crean una estética posible de que lo horroroso pueda mencionarse y tratarse, pero que no tenga que ponerse ahí sobre la mesa. Y la palabra y la expresividad tienen que permitir que a la gente le pueda llegar y que se pueda identificar con los sobrevivientes que testimonian, que puedan aceptarlo. Y que no lo banalicen, porque el otro extremo es banalizarlo: “No mostramos nada horroroso, pero mandamos un mensaje banal”. Por eso defino mis películas como documentales testimoniales en la línea del minimalismo.

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