Miércoles, 9 de abril de 2014 | Hoy
CINE › TRES PELíCULAS PARA LA COMPETENCIA ARGENTINA
13 puertas, de David Rubio, da cuenta del taller de filosofía que se realiza en la cárcel de San Martín. El escarabajo de oro (Alejo Moguillansky) incursiona en la “comedia de aventuras” y Carta a un padre representa el regreso del mejor Edgardo Cozarinsky.
Por Horacio Bernades
Internos y guardiacárceles que estudian juntos Descartes y Nietzsche en una prisión de máxima seguridad. Un equipo de cine que viaja de Buenos Aires a la selva misionera, en busca de un tesoro escondido, mientras simulan filmar una película por encargo. Un cineasta que también sale a la búsqueda, en este caso del pasado familiar, cuya memoria se remonta a la primera colonia de “gauchos judíos”, en Entre Ríos. De esto tratan las tres películas que por estos días presenta la Competencia Argentina del 16 Bafici. Coproducción ecuatoriana-argentina dirigida por el nativo de Quito David Rubio, 13 puertas da cuenta de la singular experiencia universitaria que desde hace un lustro se lleva a cabo en el Complejo San Martín, prisión de máxima seguridad ubicada en esa localidad del conurbano. Basada un poco en Poe y otro poco en La isla del tesoro, El escarabajo de oro funda para el cine argentino (habría que ver si la fundación no es más amplia) lo que podría llamarse “comedia metalingüística de aventuras clásicas”. Carta a un padre presenta a Edgardo Cozarinsky en feliz regreso a aquello que constituye el alma de su cine, la especialidad que domina como nadie: el documental en el que el pasado íntimo se entrelaza con el histórico.
“Hay que robar la filosofía socrática”, dice uno de los alumnos de 13 puertas, y el resto de la clase se echa a reír. “Yo hice hasta tercer grado, y ahora estoy en la universidad”, dice otro. Los presos del Cusam son ladrones que estudian filosofía. Se trata de un curso de nueve meses, ideado por las autoridades de la Universidad Nacional de San Martín, pero ese breve período no es en vano. Un guardiacárcel, estudiante también del curso, llega a su modesta casa a la noche, seguramente molido por el trabajo diario, y le cuenta a la patrona las diferencias en la concepción del alma entre Platón (que le parece demasiado “imaginativo”) y Nietzsche, que a la manera de los filósofos árabes la ubicaba en el estómago. Lo hace durante la cena, lo cual suma a la escena un elemento de comicidad soterrada. “A mí me parece que tiene razón Nietzsche, porque cuando uno está nervioso o preocupado te duele el estómago.” Dicho sea de paso, tanto él como sus compañeros pronuncian perfectamente el apellido del autor de Más allá del bien y del mal.
No sólo es infrecuente y alentadora la experiencia del Cusam, sino que además el hecho de que presos y guardiacárceles estudien juntos es único en el mundo. Una discusión entre un grupo de internos y una docente permite ver hasta qué punto los presos pueden de-sarrollar argumentaciones sólidamente fundadas, producto seguramente de su familiaridad con la ciencia del pensamiento. Tal vez suene naïf, pero 13 puertas resulta, a la larga, uno de los más rotundos recordatorios de las bondades de la ilustración, tanto como de la posibilidad de escape de la marginalidad que el estudio puede dar. Hacia donde escapan Alejo Moguillansky y sus compinches en El escarabajo de oro es a un mundo prácticamente inexplorado por el cine argentino que importa: el de la aventura. El de la comedia de aventuras, para ser más precisos. El de la comedia metalingüística de aventuras, para serlo todavía más.
¿No era acaso Historias extraordinarias un film de aventuras?, protestará alguno, con razón: si con alguna película tiene relación la de Moguillansky es con la de Llinás. Se entiende: Llinás no sólo produjo El escarabajo de oro, sino que es además uno de los compinches de Moguillansky, delante y detrás de cámara. Combinando actores profesionales que hacen de sí mismos (Rafael Spregelburd, Walter Jakob) con quienes no lo son, y también lo hacen (Moguillansky, Llinás y otros miembros del equipo), El escarabajo de oro parafrasea el relato homónimo de Poe y lo combina con La isla del tesoro. Pero todo eso en el marco de un rodaje, que es casi casi el de la propia película. La cosa es así: Moguillansky (“un pobre diablo que como acaba de tener una nena anda necesitando plata de donde sea”, lapida el off) recibió un encargo de la televisión sueca para filmar, junto con una realizadora danesa (Fia-Stina Sandlund, correalizadora “real” de El escarabajo de oro), una película sobre una escritora de fines del siglo XIX, predecesora del feminismo. Al mismo tiempo, Spregelburd llega al rodaje con un dato que acaba de “robar”: hay un tesoro del siglo XVIII en plena selva misionera, y un mapa que lleva hasta él.
¿Cómo llegar hasta el lugar del tesoro? Simulando filmar allí la película sobre la escritora en cuestión (Victoria Benedictsson, que se suicidó), pero trocándola en verdad con la de un suicida nativo, Leandro N. Alem. ¿Por qué? Porque Alem es el nombre del pueblo misionero donde está el tesoro. ¿Vivió Alem en Alem? Para nada, pero un porteño de ley puede convencer de eso y mucho más a un par de coproductores europeos. Como las anteriores de Moguillansky (Castro, El loro y el cisne), El escarabajo... es una comedia. Como Historias extraordinarias, un film en estado de expansión y mutación. Las historias se multiplican, se cruzan, se entreveran, se enrarecen, se contradicen, se refutan, se desvían, avanzan y retroceden. Hacen lo que quieren, y quieren jugar. Que lo hagan. “Mi padre murió cuando yo tenía veinte años, y me quedaron muchas cosas por preguntarle”, dice Edgardo Cozarinsky, en off, al comienzo de Carta a un padre. Con la intención de conocer un poco más sobre Mirón (nombre del padre, hijo de inmigrantes ucranianos), Cozarinsky viaja a Entre Ríos, donde el abuelo se instaló, a fines del siglo XIX. Lo hizo en la localidad de Clara, llamada así en homenaje a la esposa del célebre Barón Hirsch, patrocinador de la inmigración rural judía en la Argentina. En Carta a un padre reaparecen dos de las grandes pasiones de Cozarinsky (que tiene parientes llamados Cosarinsky y cuyo abuelo se apellidaba, en verdad, Kasarinsky): los viajes y la presencia, o la investigación, del pasado.
Viaje a Entre Ríos (a Clara y a Gral. Domínguez, donde nació y vivió su padre), reencuentro con el pasado en el off y en la memorabilia que desfila ante cámara. Viejas cartas, fotos amarillentas, objetos: una katana japonesa que fue del padre, una medalla que el padre le dejó a él. Formas de conjurar el pasado en el presente, con conciencia de que el futuro se acorta: un plano casi final, larguísimo, registra, completo, el último momento del día. En una escena sublime, Cozarinsky rescata fotos y cartas, que el viento arrastra, justo antes de que una fogata las devore. Pero el viento termina soplando fuerte, en off, y la fogata sigue encendida. Bella en cada plano, cada corte, cada pausa, Carta a un padre es un Cozarinsky quintaesencial, pequeño (65 minutos) y sabio.
* 13 puertas se exhibe hoy a las 13.20 en Village Recoleta 7 y el viernes a las 16.40, en Village Caballito 4. El escarabajo de oro, hoy a las 18.05 y el domingo a las 20.25, en Village Recoleta 4. Carta a un padre, hoy a las 16 en Village Recoleta 7 y el domingo a las 16.40 en Village Caballito 4.
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