CINE › ROMAN POLANSKI HABLA DE SU FILM LA VENUS DE LAS PIELES
Su nueva película es otro ejercicio de cámara, con sólo dos personajes que entablan una batalla de poderes. Polanski habla de la libertad que supone trabajar en esa escala y del amor por el teatro, y prefiere no abordar los costados más sombríos de su carrera.
› Por James Mottram *
Roman Polanski llega a la entrevista con una sonrisa en el rostro. Lo cual es un alivio: la última vez que se produjo un encuentro con este cronista, en 1999 y en el contexto de la presentación de su thriller satánico La novena puerta, la pregunta sobre su “notoria” reputación en los medios lo hizo levantar temperatura al punto de hervor. “¿Cómo puede hacer semejante pregunta?”, lanzó. “¿Qué significa ‘notoria’? Creo que usted es víctima de los medios, y yo preferiría ser conocido por mi trabajo, no por mi notoriedad.”
Pero Polanski será siempre conocido por su trabajo. Películas como El bebé de Rosemary, Barrio chino y más recientemente El pianista –que le hizo ganar la Palma de Oro en Cannes y un Oscar al Mejor Director– son innegablemente marcas de agua en el cine moderno. Pero su vida privada ha sido una película de horror, tragedia y escándalo, eventos tan dramáticos que lo pusieron a la par con algunas de las cosas que retrató en sus films. Como dijo el crítico David Thomson: “Polanski es famoso por su supervivencia”. Para aquellos que lo rodeaban, de todos modos, fue una historia diferente. Nacido en Polonia, su madre murió en Auschwitz, mientras Polanski escapaba del ghetto de Cracovia y atravesaba territorios ocupados, siempre con el corazón en la boca. A su arribo a Hollywood, en la ola de su enorme éxito con El bebé de Rosemary, su segunda esposa Sharon Tate fue asesinada por la “familia” de acólitos de Charles Manson. Y no tuvo menos resonancia su arresto en Los Angeles por el supuesto ataque sexual de Samantha Geimer, de 13 años, en 1977.
Acusado de seis cargos de conducta criminal –incluyendo uno por violación–, Polanski dejó los Estados Unidos horas antes de ser sentenciado, y nunca volvió. Para la entrevista hay estrictas instrucciones de no tocar sus temas personales, que volvieron a las primeras planas en 2009, cuando fue arrestado en Suiza y enfrentó la posible extradición a Estados Unidos. Eventualmente fue liberado, y sobrevivió una vez más. Ofreció una disculpa a Geimer por email dos años después, en 2011, y la hizo pública en el documental Roman Polanski: A Film Memoir. “Ella es una doble víctima”, dijo. “Mi víctima y víctima de la prensa”. Hoy, vestido con jeans azules, un saco blanco y remera gris, Polanski no parece exhibir heridas de sus problemas. Anda por los 80, pero más allá de un audífono en su oído, se lo ve en buen estado. En parte ha sido energizado por su trabajo de los últimos tiempos. El escritor oculto, película que hizo poco después del arresto en Suiza, le dio un premio al Mejor Director en el Festival de Berlín. Después llegó Un dios salvaje, una energética (aunque a veces pueril) adaptación de la pieza teatral de Yasmina Reza sobre dos parejas de Manhattan atrapadas en una guerra de palabras.
Ahora llega La Venus de las pieles, una película de dos personajes protagonizada por la esposa de Polanski, Emanuelle Seigner, y Mathieu Amalric. Es su primera película en Francés: todas fueron habladas en inglés, salvo por su debut de 1962 El cuchillo bajo el agua, hablada en polaco. “Esta es mi mayor satisfacción: hacer lo que puedo, lo que quiero hacer. Cuanto menor fue el presupuesto, mayor libertad pude tener. Aquí tuve una libertad total y absoluta. En todos y cada uno de los puntos. Si algo sale mal, sólo se me puede culpar a mí.”
Se trata de otra adaptación del teatro, esta vez de una pieza de David Ives que ganó un premio Tony en 2010, una ágil comedia sobre la trastienda del teatro. Amalric es un dramaturgo y director agotado que se enfrenta a Vanda, la actriz que interpreta Seigner, una mujer vestida de cuero que llega a un teatro desierto para hacer una audición para su último espectáculo, basado en La Venus en pieles, novela de 1870, de Leopold von Sacher-Masoch. Lo que sigue es una intrincada batalla de los sexos y un estudio de la identidad que recuerda mucho al trabajo temprano de Polanski, de Cul-de-Sac a El inquilino. Como el film lidia con los juegos de poder entre hombre y mujer, Polanski se apresura a remarcar dónde sus gustos empiezan y terminan. “He visto una o dos películas que involucraban al sadomasoquismo, y hay un área en la que tengo un completo desinterés”, dice. Bueno, eso queda aclarado. Para él, la dificultad es “no aburrir al público” con un espacio tan confinado en el que sólo se mueven dos actores. “Necesito cierta clase de desafío en cada película”, dice, “pero sobre todo no ser aburrido”.
A diferencia de Thomas, Polanski asegura que él no es la clase de director que choca con su elenco (aunque Faye Dunaway, la estrella de Barrio Chino, podría no estar de acuerdo con él). “Nunca sucede eso con los actores. Podés explotar porque algo no está ahí o porque algo está mal hecho o algo está estúpidamente quebrado. Pero son esas razones por las que uno explota, como le puede pasar a cualquiera en su casa. ¡Exploto si todo está jodido! Pero no porque un actor haga algo de manera incorrecta.”
Para Polanski, su regreso al teatro lo lleva a su infancia, cuando a los 14 años subió a un escenario. “Eso empezó mi vida artística”, dice. A través de toda su carrera, ha dirigido obras de teatro y óperas: de todo, del Rigoletto de Verdi a la puesta del Amadeus de Mozart por Peter Shaffer. “Tengo un sentimiento y una nostalgia por el teatro. Me gusta el perfume del teatro. Me gusta todo lo que tiene que ver con él... con lo que filmar algo en lo que la acción se desarrolla enteramente en un teatro ruinoso fue para mí todo un disfrute.” Es algo que se mantiene en la familia. El hijo mayor de Polanski-Seigner, Morgane (21), está estudiando actuación en la London’s Central School of Speech and Drama. Y está el pasado teatral de Seigner: su abuelo Louis Seigner y su tía Françoise Seigner actuaron en la Comédie Française. “Este background teatral, que ella conoce desde su infancia, la ayudó mucho en su papel. Pero en la vida es más como la otra parte, lo cual me hizo pensar que le iba a resultar un rol interesante”, dice el director. Polanski y Seigner se conocieron en 1985, antes de hacer Búsqueda frenética, cuando él estaba haciendo el casting para Piratas. Para 1989 ya estaban casados.
“Como director, él no ha cambiado”, dice ella. “Siempre fue muy bueno, muy talentoso... es casi una leyenda. Para mí es difícil decirlo porque es mi marido, pero de verdad es una leyenda, y un gran director, y todavía tiene mucho para dar.” ¿Pero cuánto ha cambiado como persona? Ella hace una pausa antes de contestar. “Creo que se ha vuelto más vulnerable, lo cual es muy lindo. No ha cambiado, pero sí se ha vuelto más vulnerable.” Seigner, de 47 años, ve con más agrado que su marido la vida en París. “La gente nos reconoce pero es amable. No es como estar en Estados Unidos, supongo”, señala. Y cuando Polanski fue puesto bajo arresto domiciliario, ¿cuánto cambió la vida? “Sí, ese fue justo el momento, cuando hubo un problema, pero antes y después fue normal. No fue precisamente fácil lidiar con ello, no fue un buen momento. Pero todos tienen sus momentos: eso es la vida.” Ser encarcelado en su propio hogar en Gstaad, el pueblo alpino de esquí donde solía vivir desde el asesinato de Sharon Tate, debe haber parecido por momentos el argumento de una de sus películas. Del colapso de Catherine Deneuve en Repulsión a la historia del captor y la cautiva en La muerte y la doncella, las mejores películas de Polanski están contaminadas de claustrofobia. Y cuando se le pregunta qué significa la libertad para él, presiente adónde va la cuestión. “¡No sé lo que es la libertad! No nos metamos en consideraciones demasiado filosóficas.”
A pesar de ello, la charla lleva a una discusión sobre los modos sociales actuales, y cuán diferentes son a los sesenta y los setenta. “El puritanismo está extendiéndose a todo el globo, en todos los sentidos”, dice. “Hay cierta hipocresía en los medios que es la perfecta ilustración de eso.” En particular, las actitudes hacia el lenguaje: “¡Hoy en la televisión no podés decir ‘puta’, no podes decir ‘hijo de puta’, no podes ni siquiera decir ‘bruja’, porque parece que dijeras ‘puta’! (N. del T.: un juego de palabras inglesas entre ‘bitch’ y ‘witch’). No podés decir ‘orgasmo’, no podés decir ‘masturbación’...”. Parece estar disfrutando. “Norteamérica es casi la mitad del mercado. ¡No podés decir 69!”
¿Cómo hubiera seguido su carrera de haber permanecido en los Estados Unidos? “Eso es como preguntar ‘Si tuvieras un hermano, ¿le gustaría el queso?’ Es posible, pero no puedo ir más allá, porque estaría adivinando. Quizás estaría haciendo material más comercial”, dice, y se encoge de hombros ante la idea. “Me gustan los deportes, me gusta esquiar. Cuando era chico competía en esquí. Pero lo que me da la mayor satisfacción es dirigir películas, y estar en el set: eso significa, también, estar haciendo las cosas que querés hacer.” Polanski trabaja ahora en una adaptación de An Officer and a Spy, un libro de Robert Harris, que trabajó con él dos veces, en el malogrado Pompeya y El escritor oculto. Esta vez Harris fue inspirado a escribir el libro por el interés de Polanski en el caso Dreyfus (el escándalo político que dividió a Francia en el giro del siglo XX y que tuvo que ver con el joven oficial de artillería francés que fue injustamente acusado de traición). Por ahora titulado D, Polanski espera poder filmarlo a fines de este año, en lo que sería el título número 21 de una carrera extraordinaria. ¿Lo considera el proyecto soñado? “Todos mis proyectos son un sueño”, contesta. “Una vez que empezás a involucrarte, querés hacerlo lo mejor posible.” Lo único que no está haciendo, a medida que entra en su novena década, es trabajar de acuerdo al gusto del consumidor. “Hago estas cosas de manera espontánea”, dice y sonríe. “Realmente, no me importa lo que la gente piense.” Si le preocupa lo que la gente pueda pensar sobre el crimen que hizo caer una sombra sobre su carrera, es algo que se guarda para sí mismo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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