CINE › UNA PELICULA QUE REFUNDA EL REALISMO, LA ETICA Y LA ESTETICA DEL CONURBANO
El film de Hernán Rosselli revisita todos los códigos del cine negro desde un realismo seco y minucioso. Y transpira la misma clase de callado oficio, de orgullo artesanal, con que Mauro y su amigo fabrican billetes falsos.
› Por Horacio Bernades
Si Mauro fue el film-sorpresa de la última edición del Bafici es porque Hernán Rosselli lo gestó en una suerte de mundo aparte del oficial-cinematográfico. Lo cual no hace más que confirmar que en las películas verdaderamente valiosas el modo de producción guarda estrecha relación con el universo que se pone en escena. Es tan vívido y convincente, tan detalladamente empático el retrato que Hernán Rosselli hace de su protagonista y el entorno, de sus mínimos gestos y grandes movimientos vitales, que no puede menos que adivinarse una identificación que llega al punto de la igualación. Mauro transpira la misma clase de callado oficio, de orgullo artesanal, con que Mauro y su amigo fabrican billetes falsos.
El cine es también una falsificación que –como los Rosas de veinte pesos que Mauro y Luis producen con máxima paciencia y rigor– contiene altas dosis de verdad. Por inauténticos que sean en su valor legal, esos billetes son, por la consecuente artesanía de su producción, más verdaderos que los presuntamente “verdaderos”. Así como lo es Mauro, en relación con el sistema del cine argentino.
Poniéndose en línea con los primeros films de Adrián Caetano y Pablo Trapero, tanto como con la obra entera del vecino de Berazategui José Celestino Campusano, Hernán Rosselli refunda, en su ópera prima, el realismo, la ética y estética del conurbano en el cine argentino de las últimas décadas. Un conurbano que, como en los casos citados, es zona fronteriza. Fronteriza entre lo legal e ilegal, entre lo oficial-cinematográfico y lo que no lo es. Ver Pizza, birra, faso, Carancho, Fango.
Mauro y su amigo Luis no son “pesados”, son trabajadores de clase media-baja. Las primeras imágenes los muestran torneando una abertura metálica, en un taller de la zona de Bernal (el Oeste como territorio del Trapero pre-Elefante blanco; el Sur como patria chica de Campusano-Rosselli). Mauro tiene un “trabajo” paralelo: es “pasador” de los billetes falsos que le provee un tachero. Contacto de una organización que, como todo grupo clandestino, se estructura sobre la base de un sistema de células, con integrantes que no se conocen entre sí. El tachero sí que tiene pinta de pesado, detalle que a Mauro le convendría tener en cuenta. Clase media con deseos de independencia económica, Mauro y Luis deciden “ponerse por su cuenta”, instalando su propio taller de producción de billetes de veinte en la casa del segundo de ellos, donde Mauro, sin domicilio fijo, se instala provisoriamente.
Una noche, en la disco en la que suele pasearse como perdido (el tipo es un solitario corto de palabras, que resuelve con pastillas y “saques” el evidente malestar que lo carcome), Mauro conoce a Paula. Esta lo pondrá en contacto con el dueño de un boliche (el escritor Pablo Ramos, de notable presencia cinematográfica), que quiere hacer una operación grande. Muy grande. Guionista de la película –además de productor, director de fotografía y coeditor, junto a la reputada Delfina Castagnino–, Rosselli revisita todos los códigos del cine negro (el antihéroe parco y solitario, el roce entre el mundo cotidiano y el submundo del delito, la amistad, la traición, una sugerida misoginia incluso) desde un realismo seco y minucioso.
La descripción de ambientes es precisa; la de personajes, reducida al mínimo. La presentación de situaciones es directa, ya se trate del pollo al horno que se cena sin acompañamiento alguno como de un desnudo. Los planos son a veces crudamente frontales, como en el caso mencionado, y otras ponzoñosamente escorzados. Como uno en el que no llega a distinguirse quién le hace un cariño a la mujer de Luis: si su marido o el amigo. La película mejor montada que el cine argentino haya presentado en años, el manejo de las elipsis narrativas por parte de Rosselli es lisa y llanamente magistral: la narración avanza a grandes saltos y deja afuera tanto lo prescindible como información básica, que se retacea para hacer trabajar al espectador. Observar cierta desaparición final, extraordinaria, en tanto permite dejar cierta zona clave de sentido en una ambigüedad irresoluble.
Las actuaciones, a cargo de un elenco profesional que no lo parece, son una lección perfecta de cómo hacerlo en cine. Los cortes son directos. Los planos, fijos. Pero sin exagerar su duración, de modo de no rozar jamás la abstracción. Si se requiere un detalle, se muestra en detalle y siguiendo la serie. Como todo el proceso de producción de billetes, tan instructivo como un documental institucional. Contrariamente, toda la escena de la visita a la madre está sostenida casi enteramente en un único plano, fijo y distante. Todo remite a Robert Bresson, cuyo cine Rosselli claramente ha mamado. En silencio y sin declamaciones, como corresponde.
Todo es cuestión de economía, tanto en términos temáticos (la producción de billetes) como estéticos. Coherencia total: Mauro es la gran película de ficción que el cine argentino 2014 haya entregado hasta el momento. El de Rosselli, el debut más prometedor, desde el del mencionado José Celestino Campusano con Vil romance.
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