Domingo, 31 de agosto de 2014 | Hoy
CINE › DANIEL DE LA VEGA ESTRENA EL PROXIMO JUEVES NECROFOBIA
Especialista en cine de terror, el director presentará su segundo largometraje en español después de Hermanos de sangre. De la Vega destaca la circunstancia que vive el género y reivindica el semillero que significó en su momento el festival Buenos Aires Rojo Sangre.
Por Oscar Ranzani
Un cineasta argentino especialista en cine de terror. Ese rótulo le calza perfecto a Daniel de la Vega, director de films como Jennifer’s Shadow (2004) y Death Knows Your Name (2006), hechos con bajo presupuesto para el mercado extranjero y hablados en inglés. El jueves próximo estrenará su segundo largometraje en español, Necrofobia, después del exitoso Hermanos de sangre –ganador de la Competencia Argentina en el Festival de Mar del Plata 2011–, que proponía una relectura moderna del Fausto de Goethe. Necrofobia tiene como protagonista a Luis Machín, quien en la ficción es Dante. Y su nombre no parece ser caprichoso porque atravesará un verdadero infierno, donde le resultará difícil dilucidar qué es real y qué es producto de su fantasía. Dante es un sastre que acaba de separarse de su pareja (Julieta Cardinali). El hombre padece necrofobia; es decir, miedo a la muerte y a los cuerpos muertos. Todo en su mente se agrava cuando fallece su hemmano gemelo y Dante “se ve” en el ataúd. A partir de entonces, entra en un estado de locura y paranoia que se incrementa cuando personas de su entorno aparecen asesinadas y la policía busca incriminarlo a él. “Hay un punto en común entre esta película y Hermanos de sangre en cuanto a que ambas tienden a contar la historia de alguien que aprende a ser mejor a lo largo de un relato”, señala De la Vega a Página/12. “En este caso, el protagonista aprende a ser libre, aprende a ser feliz a un costo que cada espectador evaluará si es políticamente correcto o no, pero de eso se trata. Es la historia de un hombre que deviene en algo mejor de lo que era”, agrega el cineasta.
–La confrontación con la muerte, en general, es algo que a todos les produce miedo. De acuerdo con lo que investigó, ¿dónde está el límite entre lo normal y lo patológico y cómo buscó plasmarlo en el personaje?
–La necrofobia es un detonante dentro de la trama. Es lo que lleva al protagonista a determinados lugares que nos permitió explorar. Con Luis, llevamos a su personaje a un límite. Uno escribe un texto que tiene una geografía. Cuando llegó Luis, esa geografía se extendió y, de pronto, el personaje y la película crecieron. Lo que espero de un actor es que tome la materia prima, construya el personaje y lo lleve a lugares donde yo no tenía previsto arribar. Creo en la improvisación, incluso con la cámara. Y entre él y yo se armó una dinámica grupal creativa y enriquecedora que nos llevó a explorar territorios que no sé si teníamos previsto originalmente. Por otro lado, el tema de la muerte es universal. De ahí que creo que la película tiene un alcance mayoritario, que puede llegar a más gente porque lo que nos une a todos, más allá de si gusta o no el cine de género, es una cierta inseguridad con respecto a lo que va a pasar al final.
–¿Cuándo y por qué decidió que Luis Machín fuera el protagonista?
–Hacía cuatro películas que estaba esperando que Luis Machín fuera el protagonista. Le hemos propuesto proyectos varias veces pero no hemos coincidido, ya sea por el tiempo o por lo que fuere. Pero yo lo conozco desde hace mucho tiempo y la voluntad de estar juntos en un film también viene de hace bastante. Además, Luis tiene un perfil que me recuerda mucho a Peter Cushing. Tiene una estructura ósea que me remite a él. Me hubiera gustado ser Terence Fisher o vivir en esa época. Y tiene un corte que me remite a ese cine y me retrotrae a mi adolescencia, que fue mi etapa de formación.
–¿Por qué decidió filmarla en 3D?
–Originalmente era en 2D. Devino al 3D como una propuesta, un desafío y como parte de consolidar el proyecto. Hay que recuperar a los espectadores y nos pareció que era una oportunidad. La ecuación terror-3D es mágica en cuanto se propone algo en el imaginario del espectador que es muy atractivo. Una de acción en 3D también es atractiva, pero el terror y el 3D son como hermanos mellizos, tienen algo que los une: es esta cosa de colocar al espectador en una situación de subjetividad absoluta para que haya una empatía, para aquel que deviene en este caso hacia un viaje bastante demencial como es el que atraviesa el personaje de Luis. De alguna manera, con el 3D acompañás la alienación de aquel que sufre la enfermedad. La película te marea, pero sin golpear, porque no fuimos efectistas. Fuimos más bien climáticos y atmosféricos. Pero sí creemos que la empatía con el protagonista y ese viaje demente que hace Luis es acompañado desde la tridimensionalidad.
–¿Cree que en los últimos años hubo un resurgimiento del cine de género en la Argentina?
–Sí, empezando en 2007 con Visitante de invierno, de Sergio Esquenazi, primera película de la cual tengo registro que haya ganado un subsidio del Estado a través del Incaa. Cuando vimos que Sergio había conseguido eso nos dimos cuenta de que había una apertura por parte de los que dictaminan qué proyectos se hacen y cuáles no. Y ahí empezamos a recobrar más fe. Muchos de los que hicimos películas en forma independiente en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre (BARS) intentamos acercarnos al Estado para solicitar fondos. De ahí en más, hubo una enorme cantidad de películas y hoy hay un catálogo que se llama Blood Window que incluye un centenar de producciones de género. Es sorprendente pero hay una gran vocación en la Argentina por el cine de género, cosa que no ocurre en otros países de Latinoamérica, salvo quizá Brasil, pero tampoco es tan perceptible. Actualmente, Chile también está creciendo mucho, pero la Argentina tiene una predilección por el tema.
–Usted mencionaba recién al BARS. ¿Cuánto cree que ayudó este festival a mantener atento al público amante del cine fantástico y de terror?
–El BARS se impuso en el año 2000 y la verdad es que tiene una historia muy larga. Creo que les cambió la vida a muchos realizadores que encontraron una oportunidad de tener una pantalla que antes les era esquiva. El Bafici no te permitía entrar. Aunque tu película fuera independiente no podías entrar. No había festivales que te aceptaran. Era un bicho raro. Y el BARS acogió a un montón de nómades que estábamos en la lucha por encontrar un espacio. Eso nos permitió empezar a mostrar lo que hacíamos y a producir para esa pantalla. En la parte de público, el BARS fue creciendo enormemente. Empezó con 50 espectadores en la primera edición y ahora no sé si está en 10 mil, pero explotan los números porque ha crecido enormemente. El tema es muy profundo en cuanto a que el cine de género realmente convoca. El argentino tiene especial predilección por el cine de terror, pero por ahora elige el cine norteamericano. Salvo Sudor frío, que es la película más exitosa que se produjo y que alcanzó los 85 mil espectadores, no hay referencias de otra película tan exitosa. En ese sentido, por ahora estamos atravesando una especie de adolescencia hacia la madurez esperando que el espectador empiece a reconocer que las películas se hacen y están.
–¿El buen cine de terror tiene que asustar o qué estímulos debe provocar en el espectador?
–Sólo se puede sentir miedo mientras se tenga imaginación. El horror es un estímulo a la imaginación y un permitido que nos brindamos para soñar cosas que, en realidad, no ocurren, bajo el absoluto control de algo que, en realidad, podemos modificar en cualquier momento: nos podemos levantar e irnos de la sala. En las películas de terror hay una magia que hace que nuestras vidas sean menos miserables por perspectiva. Nos colocamos en una perspectiva y nos damos cuenta de que los problemas no son tan graves como lo creemos. De ahí que el cine de terror sea tan cautivante. La imaginación es clave para disfrutar de una buena película de terror porque sólo si tenés imaginación podés tener miedo. Estoy parafraseando a El sabueso de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle. Y creo que el terror es la evasión absoluta porque es la imaginación absoluta. Es la anticipación de lo que puede ocurrir pero que no está ocurriendo. Y me parece que eso es maravilloso. El cine de terror tiene muchas posibilidades: más allá de la cuestión violenta o escatológica creo que puede ser el soporte de buenas ideas.
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