CINE › BIENVENIDO REENCUENTRO CON EL CINE RUSO, EN BELGRANO Y EN PALERMO
El ciclo que comienza mañana, organizado por Directores Argentinos Cinematográficos (DAC), incluye copias restauradas de La balada del soldado, de Grigory Chujray; Andrei Rublev, de Andrei Tarkovski, y Oblomov, de Nikita Mijalkov.
› Por Diego Brodersen
¿Qué se sabe por estos pagos del cine ruso contemporáneo? Más allá de la esporádica presencia en el Bafici o Mar del Plata, la relación del público local con la cinematografía de aquel país parece haberse cortado de raíz con el fin de la era soviética. El Reencuentro con el Cine Ruso, que comienza mañana en el ArteMultiplex del barrio de Belgrano y el Cinemark de Palermo, no intenta paliar directamente ese divorcio, pero sí vuelve a poner en pantalla –en copias restauradas– algunos de los clásicos del período comunista, que en otras épocas solían proyectarse asiduamente en salas porteñas especializadas como el cine Cosmos. El programa incluye ocho largometrajes producidos durante las décadas del ’50, ’60 y ’70 –algunos consagrados internacionalmente, otros poco conocidos fuera de Rusia– a los cuales se les suman dos películas recientes del realizador Karen Shajnazarov, quien viajará especialmente a Buenos Aires para acompañar las proyecciones. Según afirma la realizadora y docente Silvana Jarmoluk, miembro de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC) –agrupación que ha organizado localmente el ciclo, con la colaboración de la Embajada de Rusia–, “2015 será el Año Ruso-Argentino, por lo que tal vez esto sólo sea el puntapié inicial de otras iniciativas”.
Este Reencuentro es también un homenaje a la empresa Mosfilm, ya que las diez películas fueron producidas por los legendarios estudios moscovitas –que por estos días cumplen noventa años de vida, hogar de realizadores como Serguei Eisenstein, Mijail Kalatozov, Serguei Bondarchuk o Andrei Tarkovski–. “La lista original que nos envió la gente de Mosfilm incluía unos 45 films, en su gran mayoría recientemente restaurados –detalla Jarmoluk–, y a partir de allí nos encargamos de hacer la curaduría, con la intención de que no sólo el público cinéfilo pudiera reencontrarse con los clásicos, sino de que la gente más joven pudiera conocerlos. Y en pantalla grande.” Precisamente del director de La infancia de Iván y Solaris se exhibirá la que muchos consideran su obra maestra: Andrei Rublev (1966). Incomparable en muchos sentidos, enormemente influyente, la segunda película de Tarkovski recrea cierta cosmovisión medieval a partir de la vida y obra del más famoso pintor de iconos religiosos de Rusia. A su vez, el film es un expresivo, poético y violento retrato colectivo a partir del tamiz personal del protagonista, transformado (transfigurado) a partir de sus experiencias de vida, que lo van alejando de un férreo dogmatismo para acercarlo a una existencia espiritual de otro orden.
Restaurada recientemente, la versión de Andrei Rublev que podrá disfrutarse en todo su anchísimo esplendor corresponde al tercer y último corte realizado por el cineasta (de 183 minutos de duración), luego de un complejo proceso de montaje y algún que otro chisporroteo con la censura, que sólo autorizó la exhibición de la película en territorio soviético en 1971, a cinco años de su rodaje y dos años después de una única proyección en el Festival de Cannes. “Estoy convencido de que la última versión es la mejor”, declaró alguna vez Tarkovski, aunque, según comenta Silvana Jarmoluk, “ahora están trabajando también en la reconstrucción de la versión original de 205 minutos, uno más entre varios otros proyectos que incluyen la restauración de Iván el terrible, de Eisenstein, y Dersu Uzala (1975), de Akira Kurosawa”. El film del maestro japonés, primer largometraje luego de un período oscuro en su vida personal y artística, fue una coproducción entre su propia empresa productora y Mosfilm y será exhibido en Buenos Aires en un transfer digital de una copia positiva. “A pesar de que la calidad de la copia no está a la altura de las otras nueve del programa, decidimos incluirla de todas formas, porque la película fue un hito, no sólo para Kurosawa, sino para Mosfilm, que salió al exterior para producir esta película, que plantea la unión entre Europa y Asia a comienzos del siglo XX.”
Otro mojón del cine ruso/soviético, en este caso del “deshielo” post stalinista, La balada del soldado (1959), de Grigory Chujray, es una de las creaciones más recordadas de ese breve período de liberalización de la censura, un film que –junto a otros, como Pasaron las grullas, de Kalatozov– supieron reinventar el realismo socialista y el cine bélico tan en boga en los años de posguerra, pintando con varias capas de humanismo un género adicto a los heroísmos de bronce. Además de esas tres recordadas películas y dos títulos tempranos del realizador Nikita Mijalkov, la selección incluye a la ganadora del Oscar Moscú no cree en lágrimas, de Vladimir Menshov, y un par de películas muy poco vistas a nivel internacional, aunque muy exitosas en su país natal: la comedia Cuidado con el automóvil, de Eldar Ryazanov (1966), en la cual un vendedor de seguros encarna a una suerte de Robin Hood del comunismo (parece que incluso en la URSS había ricachones), y la sorprendente El pálido sol del desierto, de Vladimir Motyl (1969), que abreva en las fuentes del spaguetti western para encarar un relato de aventuras irónico y minimalista (hasta el explosivo final) en las más alejadas tierras del subcontinente soviético, en algún momento de los años ’20. En una de las escenas del film de Moytl, rodado en colores casi fluorescentes, un grupo de mujeres musulmanas, recientemente liberadas de un harén, se quitan sus burkas justo debajo de un enorme cartel que reza “Abajo con los prejuicios. La mujer también es un ser humano”.
“En todos los casos, se trata de películas que reflejan cómo se vivía en diferentes etapas del socialismo en el territorio ruso”, afirma Jarmoluk, quien además destaca la presencia del realizador Karen Shajnazarov. Nacido en 1952 en Krasnodar, en el sur del territorio ruso, “se trata de un cineasta que pertenece a una generación posterior a la de Mijalkov y comenzó a rodar sus primeros proyectos a mediados de los años ’70. Es un hombre de mucha cultura musical y, de hecho, dirigió dos musicales en los ’80. El tigre blanco es una suerte de homenaje a los combatientes soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial, pero muy diferente a lo que suele esperarse de ese tipo de proyectos. El otro título que forma parte del Reencuentro, Pabellón Nº 6, codirigida junto a Alexander Gornovsky, es una adaptación muy interesante, con una puesta increíble, de la obra literaria de Chejov. Por otro lado, Shajnazarov adquirió mucha importancia luego de la caída de la Unión Soviética, porque fue una de las personas que se hizo cargo de Mosfilm, que luego de la caída del régimen comunista estaba en bancarrota e iba a tener el mismo destino que Cinecittà en Italia: transformarse en un parque de diversiones. Afortunadamente, esa tarea incluyó cuidar el acervo de cerca de 2500 títulos producidos por Mosfilm a lo largo de su rica historia”.
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