Domingo, 23 de noviembre de 2014 | Hoy
CINE › EL ACTO EN CUESTION SE VERA EN EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
Veintiún años después de su presentación en el Festival de Cannes vuelve la legendaria fábula de Alejandro Agresti, que apenas si se pudo ver un par de veces en la Argentina.
Por Ezequiel Boetti
Llámese suerte, destino o lisa y llanamente vocación, lo cierto es que, con apenas 19 años, Alejandro Agresti ya sabía lo que quería hacer. Esto es, adaptar él mismo una novela de su autoría para concretar “la mejor película argentina de todos los tiempos”, tal como él mismo lo reconocería más adelante. Pero en ese momento el almanaque marcaba recién 1981: habría que esperar doce años para ver aquel sueño concretado. Más precisamente hasta mayo de 1993, cuando El acto en cuestión finalmente se estrenó en el Festival de Cannes. Un par de meses después lo hizo en Holanda, donde para ese momento el argentino gozaba de cierto renombre y reconocimiento gracias a una buena cantidad de trabajos en cine y televisión. Mientras tanto, aquí, lugar de procedencia del director y gran parte de sus actores (Carlos Roffé, Mirta Busnelli, Lorenzo Quinteros), nada. Pasaron semanas, meses e incluso años, pero de lanzamiento comercial, ni hablar.
Tanto que, aún hoy, fines de 2014, apenas pudo verse en pantalla grande en un puñado de ocasiones, todas realizadas después de la legendaria retrospectiva en la Sala Lugones del Teatro San Martín de junio de 1996. “Tuve mala suerte, acá la compró alguien y pasó algo. No sé exactamente cómo fue. Yo no estaba para defenderla, y afuera el productor fundió y todas las películas pasaron al banco”, dijo hace algunos meses Agresti en una entrevista a la revista Haciendo Cine, en ocasión del 20º aniversario del film. Es justamente esa publicación, que soplará sus veinte velitas en los próximos meses, una de las máximas responsables de la copia restaurada cuyo debut oficial será mañana lunes, a las 22, en el Teatro Colón (Hipólito Yrigoyen 1665) en el marco de la 29ª edición del Festival Internacional de Mar del Plata.
La historia oficial –o al menos la que divulga Agresti– dice que El acto en cuestión fue el resultado de una rebeldía. A comienzos de la década del ’90, el canal holandés VPRO le había dado una crédito de alrededor de 1,5 millones de florines –algo así como 700 mil euros actuales– para filmar tres películas. Lo hizo una vez (el resultado fue Modern Crimes, Everybody Wants to Help Ernest y Just Friends), pero antes de arrancar la segunda tanda se dio cuenta que no, que eso no era lo que quería hacer. Y dijo basta. “Fui a hablar con mi productor, Kees Kasander, y le dije que iba a hacer una película que se iba a llamar El acto en cuestión. Y empecé a contársela. ‘¡Pero vos estás loco!’, me dijo, ‘¡no podés hacer eso con 500.000 florines!’, que era lo que nos quedaba del millón y medio que tenía que dividirse en tres largos. Yo ya tenía todo en la cabeza, ya sabía cómo iba a hacer: quería filmar sin sonido directo, con un camión de vestuario, y confiaba a muerte en mi crew. Pensaba irme a todos los países del Este, que en ese momento estaban destruidos y era baratísimo filmar ahí. Entonces Kees me dijo: ‘Ok, pero no le vamos a decir nada a la VPRO. Yo te doy 250 mil florines y vos te vas a viajar’. ‘Sí, yo en dos o tres semanas vuelvo, veo qué filmo y después vemos cómo nos arreglamos con el resto’, respondí. Pero yo sabía que tenía que construir un millón de cosas”, recordó el director en Haciendo Cine.
Lo que siguió fue un rodaje errante a lo largo de 14 países europeos a los que el director de El amor es una mujer gorda llegaba invitado para la presentación de sus películas anteriores. Rodaje que, sin embargo, apenas cubrió poco más de la mitad del metraje pautado en papel. Hacía falta más dinero.
Agresti, entonces, tomó coraje y enfrentó al capo de la VPRO con la verdad: no había filmado la película acordada (Tres días después de mi muerte), sino otra radicalmente distinta centrada en la biografía imaginada de un mago de los arrabales porteños. La jugada salió de maravillas. El director sigue: “Cuando terminé nos miramos por unos segundos y me dijo: ‘Esperame, quedate acá’. El tipo se fue y yo me quedé en la oficina media hora. Cuando volvió me dijo: ‘Tenés un millón de florines más, pero tiene que ir a Cannes’...”. Y así fue.
La filmografía posterior confirmó a Alejandro Agresti como un director tan megalómano e irregular como poco dispuesto a la reiteración, imposibilitando su encasillamiento. ¿Cómo definir, entonces, a El acto en cuestión? La estructura narrativa corresponde al formato “ascenso y caída” del héroe de turno, figura encarnada aquí por Miguel Quiroga (Carlos Roffé), un lumpen experto en el arte de robar libros que gracias a uno de ellos descubre la fórmula de un truco de magia que le permite esfumar objetos y personas, abriéndosele así las puertas del mundo circense europeo, donde triunfa con un éxito arrollador. Claro que el aumento de su fama y reconocimiento será directamente proporcional al temor por un posible descubrimiento de los mecanismos de la performance, por lo cual Quiroga se propone rastrear y quemar todos y cada uno de los ejemplares impresos del libro revelador.
Expresión germinal de la tendencia “maximalista” pregonada por Agresti, con mil ideas visuales por minuto y poblada por una amplia variedad de referencias literarias (Borges, Bioy Casares, Arlt), cinematográficas (escenografías construidas en estudios, trucajes a la manera de Méliès), sociales (el origen arrabalero del protagonista) y políticas (la quema de libros, la desaparición de personas), el film tiene la suficiente inteligencia para abordar el estado de situación de la argentina de principios de esa década y su pasado más reciente de forma extraordinaria. Esto dicho en el sentido más literal del término, ya que rompe cualquier norma preestablecida. En ese sentido, El acto en cuestión marca un quiebre entre aquellas películas aquejadas por los vicios del cine posdictadura y las del Nuevo Cine Argentino que estaban por llegar, alejándose del tono declamatorio y profundamente alegórico de las primeras, sin que esto implique abrazar el realismo urbano y sucio de las segundas.
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